La candidatura de Franco Parisi representa hoy la mayor incógnita de la carrera presidencial chilena. Su sola presencia convierte esta elección en un ejercicio de alta incertidumbre para el resto de los competidores. La experiencia de 2021 debería servir como una advertencia que ningún estratega político puede permitirse ignorar.
Hace cuatro años, Parisi logró algo inédito: obtuvo un 12,81% de los votos sin pisar suelo chileno durante toda la campaña. Su estrategia se sustentó exclusivamente en plataformas digitales, demoliendo cualquier certeza sobre las fórmulas tradicionales de hacer campañas. Mientras sus competidores recorrían regiones, él construía su base desde Birmingham, Alabama, a través de transmisiones en vivo y contenido viral.
Este fenómeno no puede ser subestimado. Parisi demostró que en el Chile actual es posible capturar más de 900 mil votos sin una inauguración de sede, sin actos masivos y sin las estructuras que los partidos consideran indispensables para competir en elecciones. Su tercer lugar en 2021 no fue fortuito: fue la prueba de que el electorado chileno está dispuesto a votar por candidatos que sin estar en territorio nacional, logran conectar emocionalmente con su descontento.
La amenaza real de Parisi para 2025 radica en su capacidad para alterar la matemática electoral de manera impredecible. Su repertorio de tácticas lo convierte en un factor transversal que puede drenar votos desde cualquier sector del espectro político.
Su discurso camaleónico le permite competir simultáneamente en múltiples frentes. Puede prometer mano dura contra la delincuencia para atraer votantes conservadores, mientras ofrece educación y salud gratuitas para sectores populares que confían en servicios públicos universales. Su retórica anti-establishment resuena con los ciudadanos hartos de la política tradicional. Esta versatilidad lo libera de las limitaciones ideológicas que constriñen a los candidatos del sistema.
Su experiencia previa en comunicación digital le otorga ventajas significativas. Aunque actualmente todos los candidatos usan plataformas en línea, Parisi desarrolló durante años un estilo de comunicación directa y provocador que logra conexión emocional con sus seguidores. Su capacidad para personalizar mensajes según audiencias específicas sigue siendo distintiva: promesas económicas populistas para clases medias empobrecidas; discurso antiinmigración para sectores tradicionalistas; críticas al sistema para jóvenes desencantados, entre otras estrategias.
La falta de escrutinio sistemático hacia sus propuestas le permite mantener posturas contradictorias, como prometer simultáneamente recortes de impuestos y expansión del gasto público.
El contexto actual intensifica esta incertidumbre. Chile vive una crisis de representatividad; según la última encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP) de marzo-abril 2025, apenas el 3% de los chilenos confía en los partidos políticos. Además, a diferencia de 2021, Parisi ahora está en Chile, lo que podría amplificar significativamente su impacto electoral. En este ambiente de desafección generalizada, cualquier candidato antisistema puede capitalizar votos de protesta que tradicionalmente se distribuían entre candidatos de los partidos establecidos. Incluso manteniendo un apoyo similar al de 2021, Parisi podría determinar quién accede a la segunda vuelta y quién queda fuera simplemente por arrebatar algunos puntos porcentuales a cada rival.
La lección de 2021 es clara: subestimar a Parisi es un riesgo que puede resultar fatal. Su capacidad para generar sorpresas sin estructuras partidarias obliga al resto de los candidatos a repensar sus estrategias. Los equipos de campaña deben prepararse para enfrentar a un adversario que no sigue las reglas convencionales de la política chilena. En una elección donde cada punto puede ser decisivo, ignorar a Parisi constituye una negligencia peligrosa.
Pablo Halpern



