La responsabilidad de Hernán Larraín M. y los liberales

La responsabilidad de Hernán Larraín M. y los liberales

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Hernán Larraín Matte acaba de publicar un libro que tituló “La derecha liberal sí existe” (Planeta, sello Ariel, 2025). La interrogante que recorre sus páginas es “qué es el liberalismo” o “a qué liberalismo se adscribe Larraín” y él no deja de contestarla: “En lo personal, he apostado por un liberalismo integral, que abarca lo político, lo social, lo económico y lo cultural. En un sentido político implica abrazar los valores de la democracia liberal; en un sentido social, implica generar las condiciones sociales para que la cuna no determine el destino de las personas; en un sentido económico, implica apostar por las fuerzas creativas de la competencia en el libre mercado; en un sentido cultural, finalmente, implica aceptar y valorar el pluralismo ético de la sociedad como vehículo de progreso” (p. 90).

Y en otro momento, al proponer tres ejes de un proyecto anclado en su filosofía política, señala que debe ser uno “que convoque a todos los chilenos… alejado de la polarización afectiva y la lógica de los ‘enemigos’… abierto al diálogo, capaz de incorporar distintas visiones del debate público… un proyecto pluralista, no moralista. No puede imponer una única visión de la vida buena, ya sea de raíz religiosa o ancestral… debe ser un proyecto reformista, ni revolucionario ni reaccionario… para ser viable, nuestro reformismo debe ser gradual.” (pp.197-198-199).

Se trata, sin duda, de una concepción del liberalismo a la que muchos adherimos sin vacilar. El punto es que muchos, también, lo hacemos sin considerarnos derechistas. Y lo cierto es que esos principios liberales se encuentran por doquier en las organizaciones chilenas que entienden la política como un ejercicio democrático y rechazan los extremos revolucionarios o reaccionarios. Van dos ejemplos: “…es la democracia representativa la que asegura como valores básicos, libertad, igualdad y el pluralismo que no es sólo tolerancia, sino la convicción sincera que las opiniones de quien piensa diferente pueden ser valiosas para la cooperación y la construcción democrática… Concebimos una sociedad pluralista, donde todos tienen su espacio y derechos; que prohíbe toda discriminación, violencia y abuso… el camino… es el de la Reforma… los países que han logrado mayores éxitos, tanto en bienestar en las condiciones materiales de existencia como en la construcción de una convivencia social más igualitaria y con un alto respeto a los derechos humanos y al ejercicio de las libertades individuales… son aquellos que se han desarrollado a través de reformas graduales…”.

Y el segundo: “… el Partido… lleva a cabo su acción política respetando a quienes disienten de su ideario, propugnando la resolución democrática de los conflictos de intereses e ideas, y rechazando la violencia como forma de imponer un determinado proyecto político. El régimen político democrático no es, por lo tanto, una simple forma de administración del orden existente sino la vía para su propia transformación… con el propósito de abrirlo a la progresiva participación de los ciudadanos y las organizaciones sociales, políticas y culturales en todas las esferas de la vida nacional… el Partido… no puede ser ni se siente depositario único y exclusivo de los impulsos y la realización de las transformaciones sociales…”.

La primera cita es de la Declaración de Principios del Partido Amarillos por Chile, la segunda, de la del Partido Socialista de Chile. El liberalismo, pues, no sólo no es patrimonio exclusivo de la derecha -algo que por cierto Larraín en ningún momento plantea-, sino que es posible de ser encontrado en el centro y en la izquierda. Esa es sin duda una buena noticia, porque el liberalismo -como sostén de la democracia en tanto régimen político que busca satisfacer los principios de libertad e igualdad y extender los derechos y oportunidades a todos y todas sin distingos de origen social o de ningún tipo- podría estar en la base de un proyecto al que concurra la amplia mayoría de voluntades necesarias para garantizar estabilidad y progreso social y económico para los años venideros.

Sin embargo, no ocurre así. En vísperas de la renovación de nuestro Congreso Nacional y de la elección de un nuevo presidente o presidenta de la República, las opciones que se ofrecen a la ciudadanía siguen definiéndose en torno a la disyuntiva derecha-izquierda, sin que todavía se haga presente, con nitidez y coraje, un proyecto que quiera hacerse cargo seriamente de la opción de centralidad democrática y reformista que representa la idea liberal.

¿Por qué esa impotencia de quienes sostienen ideas liberales y democráticas para superar una polarización política que hasta ahora sólo ha dificultado, al grado de la esterilidad, las posibilidades de un nuevo impulso a nuestro desarrollo?

Larraín tiene una opinión: “En lo personal nunca compartí la fijación de algunos por converger en un partido liberal único… La gran familia liberal tiene sensibilidades y énfasis distintos. Para empezar, hay espacio para un liberalismo de derecha y un liberalismo de izquierda”(p. 83). Y tiene razón en no favorecer la fusión de distintos partidos o grupos o tendencias dentro de partidos, en una sola nueva organización. Pero mantenerlas enfrentadas entre sí, como ocurre hasta ahora debido a la polarización política, sólo conduce a que la idea liberal se hunda en la impotencia y el país se condene a no generar un gobierno de amplio apoyo ciudadano. No se trata de crear un nuevo partido, pero sí de aceptar que sí se reconoce que la idea liberal está presente simultáneamente en las llamadas “centro derecha” y “centro izquierda”. Es la hora de aceptar que entre ellas son más los elementos que las acercan que aquellos que las separan y que llegó el momento de superar el fatal imperativo de sentirse obligados a reconocerse como de “izquierda” o “derecha” para reconocerse, en cambio, en un ámbito común que encuentra como referencia unificadora una centralidad democrática y reformista, abierta al diálogo y capaz de incorporar distintas visiones.

Esa opción sólo se hará posible si un liderazgo nacional fuerte reúne, en un solo proyecto, las tendencias liberales. No en un solo partido: en un solo proyecto. Tal posibilidad se ha visto seriamente amagada en nuestra realidad actual por la decisión de la izquierda democrática de unir su camino al de una izquierda que, si bien practica la democracia, está animada de ideologías e impulsos refundacionales que no son compatibles con esa misma democracia. Para las ideas liberales de Hernán Larraín queda, en consecuencia, una sola vía abierta: la estructuración de un proyecto como el que él mismo propone, pero materializado en una separación radical con las ideas y proyectos de la extrema derecha y en una identificación clara y valiente con el ideario de un centralismo reformista.

En su libro, Larraín dedica un capítulo completo a describir aquello que en su juicio diferencia a Chile Vamos de Republicanos (o más bien de José Antonio Kast) y del resto de la derecha y sin duda su proposición apunta en una dirección positiva: “Chile Vamos se presenta como una coalición con vocación de mayoría, que aspira para gobernar con todos los chilenos. En contraste, la expresión local de la “derecha populista radical” trabaja en lógica de nicho, centrado en el voto de una derecha dura, identitaria y sin aspiración de construir consensos” (p.165). Sin embargo, esa supuesta vocación o aspiración aún no logra materializarse en los dichos formales de su candidata ni eventualmente en su proyecto, los que muchas veces resbalan hacia un lenguaje y proposiciones que se acercan más a la sensibilidad que Larraín critica que hacia aquella que él representa.

Encontrar una identidad definitiva que perfile ese proyecto centralizado y liberal, es una responsabilidad que en este momento sólo le cabe a la candidatura presidencial que Hernán Larraín y su partido han decidido apoyar y a personas como el mismo Hernán Larraín y quienes piensan como él. (El Líbero)

Álvaro Briones