El dato más relevante del actual escenario político es que las corrientes de derecha constituyen mayoría en el país. Si Chile Vamos, Republicanos, Nacional Libertarios y Socialcristianos confluyeran en las elecciones presidencial y parlamentaria, probablemente resolverían la disputa de la Presidencia en primera vuelta, y además obtendrían mayoría en ambas ramas del Congreso.
Alguna gente tiende a creer que, si no se han unido, es por falta de voluntad. Aunque ese factor puede existir, en la política entran en pugna no solo los valores y las ideas, sino también los cálculos de poder, los intereses de grupo, las ambiciones personales, en fin, todo lo humano, lo cual condiciona las posibilidades de caminar juntos o separados.
Por lo tanto, se puede entender que Evelyn Matthei, José Antonio Kast, Johannes Kaiser y la socialcristiana Francesca Muñoz busquen reforzar las señas de identidad de sus propias fuerzas, articular un discurso que distinga sus candidaturas y, en lo posible, hegemonizar la eventual acción conjunta.
Las circunstancias vividas por el país han creado una oportunidad única para las corrientes de derecha de conseguir un respaldo social muy amplio para una opción de gobierno que atienda las demandas insistentemente expresadas por la población: reforzamiento del orden legal, lucha contra la delincuencia, crecimiento económico, uso riguroso de los recursos públicos, etc.
Esto significa que amplios sectores que no se identifican propiamente con la tradición cultural ni política de la derecha, ni han apoyado electoralmente a sus partidos en las décadas anteriores, hoy se abren a la posibilidad de elegir a un gobernante de esa matriz. ¿Cuánto influyeron la violencia, el desorden, el riesgo de caos y la tontería constituyente? Mucho, sin duda. ¿Cuánto ayudaron los estudiantes en práctica que llegaron a La Moneda? Inmensamente.
La estabilidad y la gobernabilidad serán determinantes en los años que vienen, y ello implica que las fuerzas que asuman el gobierno en marzo próximo demuestren en los hechos que encarnan una mejor política. Ello exigirá ductilidad, sentido de Estado, diálogo con el conjunto de la sociedad y, al mismo tiempo, ejercicio eficaz del poder. El nuevo gobierno necesitará hacer evidente la diferencia con el estilo invertebrado del actual, atacar los problemas principales con medidas bien pensadas. Podrá equivocarse, ciertamente, pero ese riesgo será preferible a la desidia.
En este contexto, hay una pregunta insoslayable. ¿Cuánto pesa en las fuerzas de derecha el temor de que, si llegan al gobierno, la izquierda radical promueva un estallido de violencia semejante al de 2019? Bastante, al parecer. Se podría decir que es una especie de fantasma que lleva a algunos de sus representantes a asumir una actitud fatalista, como si fuera ineluctable la repetición de la historia.
Dicho complejo parte por atribuirle a la izquierda golpista un poder mucho mayor del que realmente tiene. Es hora de que dejen de creer que esa izquierda causó, por sí sola, toda la devastación que vimos hace 6 años, y reconocer de una buena vez que la intromisión venezolana y la acción de las bandas criminales fueron decisivas.
Confiemos en que sea suficientemente firme la voluntad de las fuerzas de derecha para enfrentar cualquier amenaza antidemocrática que surja en el camino, cualquiera que sea su signo. Y esperemos que Chile Vamos haya extraído alguna enseñanza de su actitud medrosa de 2019, cuando el presidente Piñera debió enfrentar, con escaso respaldo de los suyos, la brutal ofensiva que buscó derrocarlo.
El país no puede extraviarse de nuevo, no puede ser empujado hacia la polarización y la confrontación ciegas. En otras palabras, el integrismo de izquierda no debe ser reemplazado por el integrismo de derecha, ni las simplezas revolucionarias por simplezas reaccionarias.
Será mejor si queda atrás la creencia de que quienes ganan una elección quedan facultados para usar el país como laboratorio. La conducción del Estado reclama inteligencia, realismo y flexibilidad. Solo de ese modo se podrá generar una dinámica de cooperación y trabajo mancomunado. Chile tiene fortalezas que pueden potenciarse con un liderazgo presidencial que irradie energía positiva y voluntad de entendimiento por encima de cualquier partidismo. (Ex Ante)
Sergio Muñoz Riveros



