Donald Trump ha vuelto a agitar el tablero global, con una nueva ronda de aranceles que ha elevado el total sobre bienes chinos al 104%, porcentaje que cambia y aumenta cada día. China respondió con medidas similares, llevando sus tasas a un 84% y activando una cadena de represalias que ya está impactando los mercados financieros y generando preocupación en la Reserva Federal. Lo que para algunos es una provocación irracional, para otros responde a una estrategia de presión comercial. Pero más allá de las formas y los excesos retóricos, hay un punto esencial que muchos parecen olvidar: el objetivo de Trump no es destruir el comercio internacional, sino sentar a todos en la mesa de negociaciones y el mercado pareciera comprenderlo al irse equilibrando después de fuertes cambios iniciales.
La estrategia del presidente norteamericano se basa en forzar a sus contrapartes a reconocer los desequilibrios del sistema actual, especialmente con China, y renegociar en condiciones que, desde su perspectiva, beneficien a la industria y a los trabajadores estadounidenses. Puede gustar o no el estilo, pero los resultados anteriores durante su gobierno mostraron que muchos países accedieron a revisar sus acuerdos.
Lo que no sirve es el infantilismo diplomático de ciertos actores que, en lugar de leer la señal estratégica, se quedan en los gustitos personales: enojarse, insultar, atrincherarse ideológicamente o defender tratados solo porque los firmó un gobierno afín. Es curioso que hoy la izquierda, e incluso el propio Gobierno chino, se levanten como defensores del libre comercio, cuando durante décadas criticaron sus efectos sobre el empleo, la soberanía y el medioambiente. En ese sentido, tienen toda la razón en su defensa del libre comercio, dado que años de experiencia han mostrado que termina mejorando la calidad de vida de los ciudadanos y crea valor en los distintos países.
También es curioso que ante una estrategia agresiva como la de Trump, que incluye declaraciones burlescas y aranceles sorpresivos, muchos pierdan la paciencia rápidamente, cuando justamente la clave está en esperar el desenlace de la negociación completa. Las amenazas comerciales, cuando se repiten, tienden a perder eficacia. Y si los países objetivos ya reordenaron sus cadenas de suministro, la presión pierde fuerza.
El proteccionismo, aunque se presente como una herramienta de presión, afecta negativamente el crecimiento global. Produce alzas de precios, incertidumbre y distorsiones que pagan los consumidores. Si a Trump le resulta su estrategia, es probable que alguien más quiera repetirla. En ese sentido Chile tiene que prepararse y diversificar tanto sus importaciones como exportaciones. Pero ignorar el trasfondo político y diplomático de estas medidas también es ingenuo. Trump no busca desatar una guerra eterna, sino cambiar las reglas del juego. Y desde nuestro país, para contestar, se requiere algo que escasea en la actual administración: estrategia, temple y sentido de realidad. (El Líbero)
Álvaro Bellolio



