En política, las estrategias de comunicación son fundamentales para construir liderazgo, generar adhesión e instalar un relato en la opinión pública. Dentro de este repertorio, una táctica cada día más recurrente es el victimismo: presentarse como una figura perseguida, injustamente atacada o enfrentada a poderes ocultos que buscan su caída. Es lo que hemos visto esta semana, en niveles paradigmáticos, con Karol Cariola y, muchas veces antes, con personeros de este gobierno.
El victimismo político no es nuevo, pero con las redes sociales se ha convertido en un recurso poderoso. Ya no se trata solo de defenderse de críticas, sino de transformar cualquier cuestionamiento en una supuesta injusticia, desviando la atención y revirtiendo la carga de la prueba hacia los “críticos”.
Cuando un gobierno, un dirigente o un partido es objeto de críticas legítimas —ya sea por malas decisiones, corrupción o ineficiencia—, el recurso del victimismo permite eludir responsabilidades. En lugar de dar explicaciones, el relato victimista apunta a denunciar un ataque sistemático, ya sea de los medios de comunicación, la oposición o incluso “poderosos” que supuestamente conspiran contra su proyecto político.
Esta estrategia es particularmente útil porque apela a la emoción más que a la razón: los seguidores convencidos no analizarán los hechos con distancia crítica, sino que reaccionarán con indignación y reforzarán su adhesión. Cuanto más intensa sea la crítica, más sólida se vuelve la percepción de injusticia, generando un círculo de mayor lealtad.
El victimismo necesita un antagonista claro. Los discursos suelen centrarse en la idea de que “los poderosos nos quieren silenciar”, “los medios mienten para perjudicarnos”, o “la élite teme nuestro avance”. En el caso Cariola: “Debo defenderme de los ataques que estoy recibiendo…”; “…ante esta injusticia. Esta es una lucha que daré con todas mis fuerzas”; “se ha montado toda una operación mediática y política para desprestigiar y desacreditar mi imagen pública…”, etcétera, etcétera.
Al construir un relato de lucha contra un enemigo, se desdibujan los verdaderos problemas y se cohesiona a los seguidores en torno a una causa común. El patrón es el mismo: victimización para desviar la atención y reforzar la adhesión de sus bases.
Las redes sociales han convertido el victimismo en una herramienta aún más efectiva. En tiempos donde la viralización de mensajes es inmediata y las emociones predominan sobre el análisis pausado, cualquier denuncia de persecución puede convertirse en tendencia. Los algoritmos premian la indignación, lo que hace que discursos victimistas tengan mayor difusión que las respuestas racionales o los análisis críticos.
Si bien el victimismo puede ser una estrategia efectiva en el corto plazo, su uso prolongado tiene efectos nocivos para la democracia y la cultura política. Si todo es culpa de una conspiración externa, nunca hay autocrítica ni mejoras en la gestión. La constante construcción de enemigos divide a la sociedad en bandos irreconciliables. El debate público se convierte en una competencia de lamentos en lugar de soluciones. Su abuso puede derivar en una sociedad cada vez más dividida, polarizada y menos exigente con quienes tienen responsabilidades de gobierno.
Los ciudadanos deben ser críticos y distinguir cuándo una denuncia de persecución es legítima y cuándo es simplemente una estrategia para evadir responsabilidades. Porque, al final del día, un liderazgo sólido no se construye desde la queja, sino desde la capacidad de responder a los desafíos con hechos y soluciones. (El Mercurio)
Patricio Dussaillant B.



