Me sorprendió la imagen de Michelle Bachelet propuesta por el rector Carlos Peña, que la plantea como un ser dividido internamente entre la razón treintañista y la emoción frenteamplista. Esto, porque la trayectoria política de la expresidenta no parece presentar tal ambigüedad: desde que logra instalarse en las altas esferas del poder comienza a moverse todo lo posible y de manera clara y consistente hacia la izquierda, buscando arrastrar a su coalición política con ella. Incorpora y da protagonismo al Partido Comunista, crea la Nueva Mayoría enterrando a la Concertación y apadrina a Revolución Democrática, primero en su Fundación Dialoga (donde trabajan dirigentes como Miguel Crispi y Nicolás Valenzuela) y luego en su segundo gobierno (donde el mismo Crispi y Gonzalo Muñoz supervisan en el Mineduc las reformas educacionales).
El segundo gobierno de Bachelet, de hecho, es en buena medida el primero del Frente Amplio, pues sus tesis políticas, así como la mayor parte de su agenda, provienen del movimiento estudiantil del año 2011. Es durante esos años y bajo su liderazgo que el Partido Socialista decide acorralar a la Democracia Cristiana, que termina partiéndose bajo la presión, defenestrar a Ricardo Lagos y establecer una alianza con la nueva izquierda que después se fue afianzando mediante la oposición ritual y sacrificial que ejercieron en contra del segundo gobierno de Sebastián Piñera, con resultados conocidos. ¿Dónde se encuentran los treinta años en esta trayectoria, más que en la picadora?
Pablo Ortúzar Madrid
Investigador IES



