Sin embargo, hay otra dimensión de este debate que ha sido menos abordada y que debería acompañarlo para que no parezca solo una conversación sobre derechos. El asunto de la calidad de lo que publican los medios no ha de ser olvidado. Es un tema distinto al de la libertad de expresión, pues mientras esta es un derecho, la segunda es una aspiración. Sin embargo, constituye un asunto clave para la profesión periodística, los medios y el público. Por ello debe recibir atención.
Si bien no hay —y no puede haber— diferencia entre periodistas y quienes no lo son a la hora de ejercer la libertad de expresión, sí hay que hacer distinciones cualitativas de peso respecto del ejercicio que unos y otros hacen en los medios. Aunque muchas podrían mencionarse —incluso de orden operativo—, quizás la principal sea un intangible de difícil precisión, pero de presencia muy real en cualquier sala de prensa: la actitud profesional que exhiben los periodistas y que los diferencia de quienes no lo son. Esta consiste en una inclinación intensa e irrenunciable a publicar para que la comunidad se informe porque tiene derecho a saber. Se trata de una disposición que está iluminada por criterios periodísticos establecidos y compartidos por todos los que ejercen la profesión.
Al interior de un medio informativo, resulta sencillo distinguir entre un periodista y quien no lo es, pero lleva a cabo labores periodísticas. Los últimos típicamente carecen de la actitud profesional mencionada, porque su motivación prioritaria reside en otros intereses: el entusiasmo por la cosa pública, la causa político partidista, el lucimiento personal o intelectual, la búsqueda del poder, la influencia, el acceso a bienestar material, las razones ideológicas, el prestigio, la vanidad, etcétera.
Aunque no siempre es fácil establecer una intencionalidad precisa, en general puede afirmarse que para estas personas el periodismo es una herramienta, una escalera para acercarse a objetivos ulteriores que poco tienen que ver con los definidos por el periodismo.
Por lo tanto, si bien en términos de libertad de expresión no hay distinción entre un periodista y una persona que utiliza las técnicas del periodismo para publicar artículos, entrevistas, reportajes, etcétera, sí la hay —y muy notoria— en términos profesionales. Sería oportuno que los que publican sin ser periodistas reconozcan que lo que ellos hacen —aunque cubierto por las protecciones a la libertad de expresión que amparan a todo ciudadano— no necesariamente es periodismo y que bastante a menudo está lejos de serlo.
La calidad es un aspecto central de la labor periodística. Ella solo tiene posibilidades de desplegarse cuando la finalidad de quienes desempeñan dicha labor es satisfacer su exigencia esencial, sin subordinarse a propósitos extraños a la profesión. La razón es simple: al estar inspirado por objetivos diversos a los del periodismo, el trabajo pseudo periodístico pasa gato por liebre y, de alguna manera, manipula al público. No ocurre lo mismo cuando el trabajo periodístico es de calidad. El primero usa al público; el segundo lo sirve.
Es necesario reconocer que a menudo son los propios periodistas los que faltan el respeto a su profesión, rebajándola al dejar de lado la actitud que esta reclama. Aunque los ejemplos de esta triste realidad son múltiples y cotidianos, ello no debe conducir a creer que el periodismo no es una profesión con una razón de ser propia y reconocible.
Antes que recurrir a vetos corporativos extemporáneos y a interpretaciones legales torcidas, es labor de los periodistas —en especial editores y directivos de medios— velar en primer lugar por la calidad y la preservación de los criterios propios de una profesión noble, necesaria y muy expuesta.
Juan Ignacio Brito
Centro de Estudios de la Comunicación (ECU) Universidad de los Andes



