Editorial NP: Desafíos del nuevo Gobierno y su gabinete

Editorial NP: Desafíos del nuevo Gobierno y su gabinete

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Una de las reglas mas popularizadas de la democracia como sistema de gobierno es que “las mayorías mandan”, un principio que se acepta y acata en la medida que se subentiende que siendo, como indica su etimología, un “gobierno del pueblo”, la voz de esas mayorías interpretaría los intereses de un más amplio conjunto de los electores, los que, por tanto, tienen derecho a decidir la dirección y representación que estará a cargo de conducir los destinos de la ciudad.

Sin embargo, ya desde la época en que la democracia nacía a la luz en Grecia, sus progenitores y comentaristas ponían en tela de juicio dicha regla y en palabras de Platón y Aristóteles, habiendo tres tipos posibles de gobierno -que pueden ser, a su vez, rectos o erróneos- (Monarquía, gobierno de uno; Aristocracia, gobierno “de los mejores” o, “de los menos”; y Democracia, gobierno “de la multitud” o “de los más”) cada uno de ellos estaría amenazado por su propio “pecado” o desviación, los que serían, en igual orden, Tiranía, Oligarquía y Demagogia.

Es decir, se entiende que, en democracia, no obstante que las mayorías dictan la acción y ruta a sus representantes, aquella ni es necesariamente un modelo perfecto -aun siendo leal con las demandas de esas mayorías- ni su voz y voto responde esencialmente a la razón, “la verdad” o la “Vox populi, Vox Dei” que recuerda el tradicional proverbio latino.

Luego, para evitar que una república conducida de modo democrático, es decir, “por los más”, desvíe su recto camino hacia formas de demagogia o populismo, la lógica exige que las mayorías victoriosas se sometan también a aquellos principios establecidos en el respectivo contrato social de libertad, igualdad  y justicia, de manera de posibilitar la libre expresión y defensa de los intereses contradictorios de quienes quedan en oposición y minoría circunstancial, previniendo así lo que Alexis de Tocqueville denominaba en el siglo XVIII, la “dictadura de las mayorías”.

Es decir, si hemos de creer que existe un modo de organización y estructura social “de los muchos” que concilie la libertad, igualdad y justicia para todos sus componentes, no solo se requiere acatar la voluntad de sus mayorías ocasionales -por lo demás, oscilantes por naturaleza-, sino que a aquellas y a sus representantes las asista en sus decisiones la razón fundada en el conocimiento (“con-ciencia”) de que sus actos de gobierno son coherentes con la vigencia de esos principios que subyacen en los derechos humanos de cada uno de los componentes de la sociedad y que tales determinaciones responden a criterios de verificabilidad científica y técnica acorde con el corpus de conocimientos vigente y no a meros deseos o voliciones irrealizables.

Así las cosas, el Presidente electo ha anunciado el equipo ministerial que lo acompañará en su toma de posesión de la primera magistratura de la República en marzo próximo, el que ha sido caracterizado por su alta presencia femenina (14 mujeres y 10 hombres), por su juventud (promedio de edad inferior a los 50 años); la importante presencia de científicos y postgraduados en universidades de Europa y EE.UU., así como de independientes de izquierda; por su expansión hacia partidos fuera de su coalición original (Apruebo Dignidad) y la ausencia de militantes democratacristianos, configuración que implica novedades en diversas áreas y que augura un complejo y arduo proceso de confluencia práctica en la ejecución de ese nuevo poder .

En la ocasión, el propio mandatario ha explicitado en su discurso las prioridades que ha dispuesto para su gabinete, destacando el ánimo que debiera conducir sus tareas y que está en el sustrato de su propio éxito electoral: escuchar el doble de lo que hablan, empatizando con las demandas ciudadanas, con el norte puesto en la consecución de las promesas electorales, aunque con gradualidad, realizando los cambios necesarios, al tiempo que continuando con aquellas tareas de Estado exitosas, como la vacunación, pues “no partimos de cero”.

En ese marco, el mandatario ha enviado una clara señal de realismo en materia económica, al designar en el principal cargo de la conducción económica a Mario Marcel, un ex presidente del Banco Central y ex director de Presupuestos, cuya seriedad en el cuidado de los equilibrios fiscales y de la caja estatal es bien conocida. El hecho ha provocado una positiva reacción de los mercados, los que, como se sabe, respondieron con un alza de valor del peso y una caída del tipo de cambio, así como un aumento del precio de los activos que se transan en la Bolsa, no obstante criticas a la nominación de ministros en carteras no vinculadas a su experticia y que aconsejan la formación de equipos con profesionales y técnicos pertinentes.

Junto con tal designación, el Presidente electo ha llamado a su equipo y a los agentes económicos en general a “recuperar la economía” mediante un “crecimiento sustentable” así como a buscar fórmulas que favorezcan empleo para jóvenes y mujeres, seriamente afectados por la pandemia, aunque reiterando principios de su campaña, en el sentido de hacerlo “sin reproducir sus desigualdades estructurales, acompañado de una justa redistribución de la riqueza, donde las pequeñas y medianas empresas vuelvan a crecer enfrentando la concentración económica y terminar así con los abusos que tan justamente indignado tienen a nuestro pueblo”.

La gradualidad y moderación de la gestión económica que subyace en las declaraciones del mandatario electo han producido ya reacciones en sectores más radicales, partidarios de economías con una fuerte influencia y presencia estatal, aunque, por cierto, la agudización de tales críticas dependerá de cuánto de la gestión de Hacienda impactará, tanto en la paz social, como en la administración de los otros ministerios, en un entorno de escases y endeudamiento fiscal, así como de la prolongación casi indefinida de la pandemia.

Se trata de un capítulo en desarrollo que, es de esperar, se resuelva sobre la base de la racionalidad de los protagonistas, así como en los números y apoyados en la ciencia, de manera de evitar mayor inflación y desequilibrios de la actividad económica, claves de la estabilidad futura del Gobierno.

De allí que el Presidente si bien ha sostenido que su programa se cumplirá, ha puesto como tarea a su gabinete una meta más modesta cual es “poner los cimientos de las grandes reformas”, avanzando “paso a paso”. Es decir, en la medida de lo posible.

Reconoce el mandatario que vienen “momentos difíciles de alta exposición y arduo trabajo” razón por la que la “unidad” y “actuación en equipo” son fundamentales para conseguir los cambios estructurales “que los chilenos demandan” y que “hagan posible tener una vida digna en donde el lugar donde uno nace no determine el lugar en el que uno muere”. Son tareas para las cuales requiere de ingentes recursos y el propio ministro de Hacienda designado lo ha reafirmado al señalar que su misión es “ayudar a crear las condiciones económicas, financieras y operacionales para que los compromisos establecidos con la ciudadanía se puedan cumplir”.

Es de esperar que, en materias de administración económica, financiera y operacional de los recursos del Estado, el Presidente y el resto del gabinete otorguen, pues, la necesaria confianza que Hacienda requiere para conseguir, con una gestión eficiente y eficaz, los caudales requeridos para cumplir el programa y que la promesa de empoderar a sus ministros posibilite una mejor y más consistente convergencia razonada de las diversas agendas que, con seguridad, colisionarán en la operación ministerial, como consecuencia de las diferentes formas de medir el principio de mayoría, las diversas urgencias y los caracteres de sus protagonistas.

En el estilo del mandatario, según el cual un buen Presidente no es “el que está encima de sus ministros, respirándoles en la nuca, sino el que les permite brillar y desplegar todo su talento junto a sus equipos para avanzar en el proyecto colectivo que hemos suscrito”, bien pudiera engendrar guerrillas de objetivos ministeriales divergentes que harían muy mal a la actividad del Ejecutivo y, por consiguiente, al país.

Tal vez es aguijoneada por tal inquietud que la oposición emergente ha reiterado que si bien será firme en la defensa de sus posiciones, también será colaborativa en aquellas políticas que beneficien el desarrollo de las personas y de la nación. Su relevante rol es, por lo demás, coadyuvador del llamado que el propio mandatario hiciera a sus ministros de “visitar los barrios y regiones”, de estar “en las calles y construir soluciones en conjunto con la gente de Chile”. Una mayor participación institucional ciudadana, más allá del voto, colaborará -si bien con un esfuerzo de liderazgo y orden mayor- a relegitimar la acción de los partidos y a una revaloración de la democracia.

Y si bien la democracia consiste en una extensión y profundidad del diálogo al ampliar “a los muchos” la posibilidad de expresar con incidencia sus intereses, voluntad y sueños, el Presidente deberá aquilatar con prudencia y tino las posibilidades efectivas de resolver problemas de violencia como los de la Macrozona Sur a través de la negociación con sus promotores, en especial tras el asesinato de cuatro personas en menos de una semana. Verificar si se trata efectivamente de una lucha reivindicativa autonómica nacionalista masiva y mayoritaria (si se quiere) o de una mera estrategia de audaces grupos delictuales para liberar territorios de la presencia estatal chilena con motivos de lucro, es una información que el nuevo Ejecutivo deberá tener a mano cuando sus ministros pertinentes intenten dialogar con quienes, a mayor abundamiento, han advertido que no quieren vínculos con “vendidos al capitalismo”.

Por cierto, también, durante su primer año de Gobierno, el nuevo mandatario deberá abordar la recepción de la nueva carta que redacta la Convención Constitucional, así como organizar el plebiscito de salida, respecto del cual el Presidente electo anunció que buscará un respaldo contundente, otorgándole a los convencionales todas las facilidades para tener una “casa de todos y todas, no de vencedores ni vencidos”. La frase trasunta un profundo contenido democrático que respeta y valora la idea de que una verdadera democracia no solo se rige por las convergencias de ciertas mayorías, sino también por el respeto a los derechos de las minorías, por las cuales, por lo demás, el Presidente y sus simpatizantes han luchado incansablemente en los últimos años.

La nueva constitución podrá ser aprobada conteniendo, con seguridad, una serie de preceptos y normas con las que diversas minorías observarán reparos o rechazos. Sin embargo, no se debería olvidar que estos contratos no son nunca inmodificables y que hasta la actual carta, calificada incansablemente como “pétrea”, permitió más de 200 reformas de diversa profundidad, otra evidencia más de que en las democracias liberales, como en ningún otro tipo de organización social, todo es dinámico y flexible para ajustarse eficientemente a las exigencias cambiantes del entorno social, político, económico y cultural y en donde las mayorías no son ni “Vox Dei”, ni permanentes. Después del Big Bang nada “empieza de cero”. Buena suerte Presidente. (NP)

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