Editorial NP: Chile en la encrucijada

Editorial NP: Chile en la encrucijada

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En las democracias liberales, el “capital” de los partidos o movimientos políticos es el voto que los ciudadanos depositan periódicamente en actos eleccionarios secretos e informados. Un sufragio favorable les permite lograr o sostener el poder social alcanzado o por alcanzar. Y tal como para una empresa su viabilidad de largo plazo depende -muchas veces más que del propio bien ofrecido- de la “caja” con que cuenta y su acceso a un crédito barato; para la política y los políticos su permanencia en el “mercado social” depende de la cuantía de su “caja” de votantes militantes y del crédito o confianza que el resto de los ciudadanos depositan en su gestión y el tiempo que la mantengan.

Esta característica de las democracias liberales hasta inicios del siglo XXI no había sido desafiada, aunque ha sido, tal vez, su modelo de costo-beneficio el que explica parte de su crisis. En efecto, la influencia o necesidad social de partidos o movimientos políticos surgió del hecho que conforman una suerte de canales de comunicación privilegiada de la ciudadanía ante los poderes del Estado. Y aunque no se les puede acusar de monopolio, pues su existencia es plural al asociarse según intereses y miradas de mundo diversas que compiten por la preferencia ciudadana, la ley de Michels ha operado oligarquizándolos y transformándolos en “empresas” conducidas por grupos dirigentes que, las más de las veces, han impedido la renovación y el acceso de nuevas generaciones a su gestión.

La revolución de las tecnologías de las comunicaciones y la información de fines del siglo XX e inicios del XXI está cambiando de raíz dicho curso y junto con la consolidación mundial de los sistemas de libertad de mercados de bienes y servicios, la competencia internacional y el incremento del acceso a la información y la educación, ha revolucionado el modo en el que los ciudadanos interpelan a los poderes. Se han abierto nuevos canales de comunicación directos entre ciudadanía y autoridad representativa, al tiempo que posibilitan la convergencia, reunión y coordinación de grupos muy diversos a través de las redes sociales, extendiéndose como fuego en pradera seca. Los partidos oligarquizados han comenzado a perder su influencia y, de pronto, nuevas generaciones retan su poder ideológico, surgiendo millares de grupos que representan diversidad de intereses y voluntades y que “encarnan” mejor y más específicamente los haberes despreciados por los partidos tradicionales que se han visto compelidos ex post a asumirlos como propios.

La emergencia de este nuevo tipo interacción ciudadano-poderes, más horizontal, efectiva y espontánea, basada en un modo de información caótica y dispersa, abierta y accesible a miles de nuevos requerimientos específicos desvalorados por los representantes tradicionales, unido a un mercado globalizado de intercambio de bienes, servicios, culturas e ideas, sin mucha estructuración científica o académica, ha devenido en un tipo de elector con cierta “razón” fragmentaria y dispersa y frágil fidelidad de “marca”. Los nuevos ciudadanos del siglo XXI ya no responden a los criterios de las “weltanschauung” acopiadas y organizadas de los siglos XIX y XX, y adhieren a las lógicas de un relativismo mal integrado y una concepción sobre la verdad y la subjetividad que ha puesto en veremos los viejos acuerdos de realidad social, política, económica y cultural con las que el positivismo, hijo de la revolución industrial y el capitalismo, ha conducido las ideas universales.

Pero, a pesar de aquellos cambios discursivos, los “porfiados hechos” de Lenin o la “verità effettuale delle cose” de Machiavello siguen siendo únicos, duros e incontrovertibles -pruebe evitar la ley de la gravedad y verá-. Ellos suelen imponer, más temprano que tarde, límites a la peregrina idea posmoderna de que la verità es también, en cierto modo, un bien de mercado que cada cual elige como “su verdad”, tal como pudiera escoger la marca de zapatillas o camiseta que más le acomoda.

Cosa distinta, sin embargo, son las interpretaciones que, sobre los hechos, puede realizar cada quien, con arreglo a la opinión “que no se abdica ante la de otro”, sustentada en lo que para cada cual es bueno o malo, correcto e incorrecto. Y si bien, epistemológicamente, se podría aducir que la “verdad objetiva”, aquel hecho o fenómeno que se ubica fuera del ser y es ajeno a la voluntad del observador, está siempre contaminada por los pre-juicios personales o culturales con los que aquel lo encara -incluidas sus pasiones y pulsos de voluntad- lo efectivo es que, en su porfía, la realidad termina por enseñar su verdadera dimensión y estructura a quien la reinterpreta erróneamente, por sobre los deseos que hayan corrompido su percepción de observador y/o actor de los sucesos que se analizan. El silencio de los bosques artificiales respecto de la vitalidad del bosque nativo es una muestra palpable de los desvaríos del voluntarismo.

En efecto, hasta hace algunos años se podían ver nítidas diferencias entre los distintos relatos de realidad que convivían en la esfera político social, económica y cultural del país surgidos del partisanismo dominante. Mientras unos estimaban que Chile avanzaba a pasos agigantados hacia su pleno desarrollo, mostrando “hechos” que, en cifras, demostraban las afirmaciones de modo indubitable; otros, emisarios de quienes no alcanzaban aún a percibir los beneficios y sólo asistían a ellos como espectadores o lo hacían meritocrática y esforzadamente, aunque acumulando deudas que terminaron por comprometer hasta el 70% de sus ingresos mensuales, reunían silenciosamente descontento. Esas energías no expresadas, como las placas tectónicas, terminaron por liberarse como un terremoto el 18-O y días subsiguientes, cuando la debilidad de la placa que resistía el embate de la “otra realidad” se hizo patente, producto de la caída del crecimiento, la incertidumbre y el develamiento de la corrupción y malas prácticas de sectores de la elite. Entonces, los porfiados hechos, hasta allí abandonados por las caricaturas partisanas de unos y otros, se manifestaron para corregir los contenidos de aquellas simplificaciones anidadas en los discursos políticos en boga.

Pero, si bien las confianzas se perdieron con ocasión de la baja de actividad económica y de los engaños que desilusionaron e indignaron a quienes mayoritariamente habian adherido al discurso meritocrático y creían en las certidumbres que otorgaban la ciencia puestas al servicio de esos relatos, los obvios pecados cometidos en el campo de la ética o los desvíos ideológicos de la correcta aplicación de la técnica no permiten invalidar el hecho que la realidad sigue y seguirá comportándose con arreglo a ciertas leyes y predisposiciones conocidas y que, por consiguiente, no es posible transformarla según “verdades propias”, ni con propuestas partidistas sesgadas. Si lo es, en cambio, redefinir no solo la ruta de libertades abortada por aquellas faltas gracias a la mayor información y conocimiento aplicado correctamente, sino también desarrollar un nuevo tipo acción política, transparente, ilustrada y sin caricaturas, para edificar una sociedad progresiva que no espere que la acumulación, sin ajustes, de sus fuerzas tectónicas, genere nuevos terremotos.

Y si se asume que, en general, en la vida social son más quienes actúan honesta y sinceramente que los malvivientes y que la confianza es, a pesar de todo, un bien que estamos dispuestos a dar a cada minuto en nuestros intercambios diarios, se puede coincidir en que los discursos e intenciones expresas de los diversos sectores sinceramente interesados en lo público muestran cierta unanimidad de objetivos de una vida mejor para todos, no obstante las diferencias metodológicas que los dividen. Las caricaturas comunicacionales político partidistas -cuyo capital es el voto de los ciudadanos a los que deben seducir con su oferta y, en especial, en épocas prelectorales- juegan en contra de soluciones racionales que posibiliten avanzar realmente hacia las metas consensuales de un buen vivir mediante una sabia convergencia entre objetivos y medios por parte de polemistas que, por lo demás, proclaman buscar el bien común.

Por de pronto, los porfiados hechos ya han terminado por hacer converger a “izquierdas” y “derechas” en que las pensiones que terminó entregando el sistema de AFP’s -más allá de su gestión que consiguió triplicar el ahorro de los afiliados- son mezquinas y que aquel requiere reemplazarse o reformarse para mejorar ese derecho. Todos coinciden, además, que ahorrando solo el 10% de sueldos bajos era muy difícil conseguir mejores jubilaciones. La pregunta que surge es por qué no se ajustó antes el guarismo, sabiéndose, a priori que, técnicamente, era inevitable tal resultado.

En todo caso, ya hay un primer paso: un diagnóstico común que, empero, exige avanzar hacia un acuerdo que instale la mejor fórmula para mejorar esas importantes prestaciones. Se juega aquí, de nuevo, la brecha entre realidad y hechos vs. “verdades propias”, voluntades y deseos. Habrá, pues, que esperar que incumbentes y ciudadanía compartan, al menos, a estas alturas, que, sea el Estado, las AFP’s o cualquier otra orgánica que se idee, los recursos para conseguir mejores pensiones para los viejos de mañana deberán ser más cuantiosos y surgir tanto del esfuerzo individual, como del colectivo.

Lograr buenas jubilaciones implica, pues, algo más que terminar con las AFP o colectivizar el sistema de pensiones. Dinero fiat, emitido a destajo por el Banco Central para aumentarlas artificialmente (para quienes aún creen en la ilusión de la emisión inorgánica), termina, como lo indica la ciencia económica, por transformarse en inflación, el impuesto más regresivo de todos, porque afecta especialmente a los más pobres. La economía solo se consolida y desarrolla con mayor productividad y una producción abundante de bienes y servicios, lo que es resultado de inversión, trabajo e innovación en un entorno de libertades. No se puede comer más arroz, ni tener más comensales en la mesa, simplemente con más dinero, si la producción del cereal no aumenta. De tal política es que proviene, al final, el racionamiento o distribución de escases.

Similar reflexión se puede hacer respecto del acceso a un sistema de salud más justo y universal: exige no solo de más recursos, más consultorios y hospitales, sino, especialmente, de más médicos, especialistas, enfermeras y auxiliares que no se consiguen de un día a otro. Y su costo seguirá al alza si las políticas de salud apuntan más hacia curar la enfermedad y no a su prevención, lo que parte con la propia responsabilidad individual de cuidarse. La mejor salud no es cuestión de más Estado o privados, de lucro o supuesta “gratuidad”, sino de contar con los medios humanos e infraestructura que permitan ofrecerla realmente, para lo cual, nuevamente, se requiere de más producción, investigación, medicamentos, trabajo y preparación y estudio de más especialistas y médicos.

La educación, por su parte, una inversión ambicionada y muy rentable en el largo plazo, exige también de tiempo y paciencia, pero, por sobre todo, de buenos maestros que sepan enseñar y alumnos deseosos de aprender. La inversión en educación necesita décadas para su maduración y el desplazamiento de recursos escasos hacia ella siempre implicará restarlos de otros destinos que pudieran rentar en menos tiempo. Este fenómeno ralentiza, por consiguiente, la velocidad de crecimiento económico. Pero es un sacrificio inevitable que todos los países deben hacer para enfrentar el nuevo mundo, no obstante que buenos estudiantes, ingenieros y/o médicos también surgen de sistemas más estrechos que los nuestros y de escuelas y universidades subterráneas como las de aquel tan admirado Viet Nam en guerra. No todo es, pues, más recursos monetarios o mejores salas de clase, que también. Primordialmente es cariño del profesor por su misión y amor por el conocimiento inducido desde la primera infancia en los estudiantes.

La evidente y muchas veces justificada desilusión que hoy acompaña mayoritariamente al país que votó por una nueva constitución, que desplazó a buena parte de los partidos tradicionales de los puestos de poder en las instituciones democráticas, que ha hecho abjurar de 30 años de desarrollo a una centroizquierda exitosa y ha puesto a la derecha en un camino de corrección de sus posiciones en lo social, son parte de las réplicas del terremoto del 18-O.

Pero la suerte ya está echada.

El cuerpo político social de 155 representantes ciudadanos que redactará la nueva carta está instalado y pronto vendrán sus discusiones, junto con las nuevas elecciones parlamentarias y presidenciales de la carta que se despide. Está, pues, en marcha, el proceso de reconstrucción democrática post movimiento telúrico, en el que las casas grandes también quedaron dañadas y la riqueza que antaño se ostentaba como símbolo discursivo del progreso nacional, se ha reducido para todos. El valor de los patrimonios oscila según las propuestas que emergen de las conversaciones constitucionales y eleccionarias y hasta el tipo de cambio tiembla en esa taquicardia producto del vaivén entre la incertidumbre y la esperanza.

Son, en definitiva, réplicas de un choque de placas y realidades que tiene dos destinos posibles: la reforma y ajuste de lo que estaba atrasado o invisibilizado hasta el 18-O, integrando los diversos relatos partidistas de realidad a una realidad nacional mayor y compartida y manteniendo y proyectando lo que permitió a Chile llegar al punto de desarrollo por el que es reconocido en el mundo; o avanzar hacia otra convulsión abrupta de realidad impuesta que, arrasando con la placa de resistencia anterior, nos lleve a experimentar un nuevo estado de cosas con consecuencias impredecibles, pero que los porfiados hechos, esa verità effettuale, muestra en las fallidas experiencias de otras naciones que han recorrido similar camino.

Es de esperar que 30 años de libertades políticas, económicas, sociales y culturales induzcan a una mayoría ciudadana hacia el primer destino, tanto en el dibujo del nuevo Chile que emergerá de la Convención, como cuando cada quien esté en el secreto de la urna eligiendo nuevas autoridades. De esa manera, el choque de placas que nos ha con-movido, se irá reduciendo naturalmente hacia una convergencia amplia y profunda de todos quienes adhieren a la democracia liberal y Estado de Derecho, aún con todas sus insuficiencias, pero que siempre ofrece esperanzas de superación, si los partidos desoligarquizados, realmente conectados a sus adherentes gracias a las nuevas tecnologías, recogen las ideas, demandas y sensibilidades que circulan entre sus  representados.

Seguramente no se evitarán los pequeños y naturales temblores periódicos que las sociedades libres y progresistas tienen naturalmente en su proceso de ajustes permanentes e indispensables, como lo hemos visto. Pero está cada vez más claro que de aquellos roces coyunturales y una alerta persistente frente a ellos depende evitar esa mayor acumulación de energías destructivas que hoy amenazan con liquidar la iniciativa ciudadana y de la sociedad civil en áreas tan relevantes para la vida de cada uno como las pensiones, la salud y la educación y cuyas reformas a tiempo lo habrían evitado. (NP)

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