Editorial NP: En defensa del periodismo

Editorial NP: En defensa del periodismo

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Diversos columnistas y analistas han planteado duras críticas a la prensa alegando contra la amplia difusión que han recibido hechos que el propio Presidente Piñera ha calificado como “anécdotas”, referidos a los recientes dichos del Ministro de Educación acerca de la reparación de los techos de algunos liceos, del Ministro de Economía sobre la importancia de diversificar las inversiones hacia el exterior, o sobre la corbata del experto en la Cámara de Diputados.

Con legítima preocupación, porque la tosquedad de los temas posibilita un tsunami indiscriminado de reacciones y polémicas en medios y redes que solo enervan el ya enrarecido ambiente político, las opiniones han comparado la resonancia de esos sucesos con la poca repercusión que tienen noticias como que el FMI ha mejorado las proyecciones de crecimiento para el país; o que, tras cuatro años de caída, la inversión extranjera ha crecido 400% durante los primeros cinco meses del año, o el acuerdo Trump-UE para detener la guerra comercial que, como consecuencia, ha hecho bajar nuevamente el dólar y subir el precio del cobre, mejorando las alicaídas expectativas de los mercados, con obvio impacto en el bolsillos de todas las personas.

Pero no sin cierta injusticia, los críticos atribuyen esta desequilibrada jerarquización en la relevancia de los sucesos, a decisiones editoriales discrecionales que, adoptadas por quien sabe que propósitos subalternos, impiden a los lectores, auditores o teleauditores, visualizar la real importancia de los segundos.

Veamos.

El periodismo considera noticia aquellos sucesos diarios que tienen, al menos, las siguientes características: novedad, actualidad, oportunidad, generalidad, proximidad, prominencia, conflicto, consecuencia, tema, interés humano y desenlace, al tiempo que debiera cumplir con mínimas cualidades de veracidad, claridad y brevedad para ser un servicio público valorado.

Sin embargo, desde ya hace años, la prensa escrita, radial, televisiva tradicional y hasta la digital vive un período de duro ajuste a nuevas condiciones de competencia, un fenómeno que puede observarse en las reiteradas informaciones sobre cierre, déficits comerciales, traspasos, ventas, fusiones o quiebras de medios de variadas dimensiones y canales, tanto en Chile como en el exterior.

Hasta antes de la radio, la TV y el periodismo digital, la bien llamada “prensa” escrita, era la norma informativa y su poder e influencia, indiscutido. Grandes fortunas, por lo demás, se crearon al amparo de la propiedad de los más importantes periódicos mundiales. La sociedad, a su turno, organizada más verticalmente, reproducía en los medios esa estructura, razón por la que, las “noticias”, eran aquellas que esos medios evaluaban editorialmente como tales. Así, diarios dirigidos por editores que justipreciaban con seriedad los hechos nacionales o mundiales novedosos y actuales, pero también prominentes, con consecuencias y desenlaces relevantes para los ciudadanos, dictaban la norma, aún contra “el gusto” de los lectores, conduciendo, desde sus oficinas, la agenda setting sobre lo relevante a nivel nacional. Se pudiera decir que era un “periodismo aristocrático” que ponía su atención en los hechos que importaban a ciertas elites y desestimaban los que, siendo atractivos -como chismes o farándula- no aportaban consecuencias notables para la vida de las personas, pero que hacían las delicias de los sectores populares.

La profundización democrática sobreviniente a contar de la radio, la TV y ahora en los medios digitales -que han transformado a cada uno en editores- y la medición de audiciones como práctica proveniente del marketing, fue mutando al periodismo caracterizado por difundir los hechos de mayor relevancia social, política, económica y cultural, y paulatinamente aquel fue poniendo mayor énfasis en aquellos temas que “interesaban” a la gente. La anterior lógica “aristocrática”, conductora cultural, tornó en creciente mercantilización de los medios, los que, a su turno, con grandes inversiones por cubrir, extensos planteles periodísticos y precios de insumos en alza, para sobrevivir de sus ventas de ejemplares, suscripciones y publicidad, fueron derivando hacia una pauta que “atrajera” más lectores y auditores para que buenos ratings los hicieran objeto de interés publicitario. De ahí al arribo del periodismo “de chismes” o “farandulero”, que por cierto convoca más público, la deriva tuvo asombrosa rapidez.

Es decir, la supervivencia de esas empresas las obligó a un cambio radical de sus líneas editoriales, vulgarizándolas (en el sentido de lo que gusta al vulgo) y transformando a la mayoría de estos, escritos, radiales y televisivos, en productores de “infoentretención”, con pocas excepciones que han aceptado su papel de periodismo de nicho y de pequeñas circulaciones o ratings.

Desde tal perspectiva y como se ve, no hay, ni ha habido, ni un propósito subalterno en las decisiones editoriales, sino el de sostener y aumentar lectorías, auditores o clicks, de modo de mostrar a las agencias buena masa de públicos consumidores y, por consiguiente, ser elegibles como canales para la difundir el mensaje de las empresas. Es, en definitiva, la prueba del mercado. Y si los medios ofrecen lo que ofrecen, es porque mayoritariamente la demanda valida esas ofertas con más lectura o audiovisualidad, que le sirve a éstos para vender más y poder sobrevivir.

Así y todo, la revolución de las TIC’s ha hecho posible el surgimiento de medios de comunicación que, gracias a la eficiencia y eficacia de las nuevas tecnologías, económicamente pueden intentar recuperar aquella tradicional concepción de un periodismo que releve las noticias prominentes y con consecuencias ciudadanas, aún con el riesgo de no ser “entretenidos” y, por tanto, tener menos lectores o rating, en la medida que su sustentabilidad no depende de grandes inversiones o amplios equipos periodísticos, y, por consiguiente, pueden desarrollar una agenda setting que destaque los hechos que verdaderamente importan, por sobre la farándula o el chisme anecdótico.

En su papel subsidiario, esos medios podrán recibir la aprobación y lectura de los más escasos sectores ciudadanos con intereses que apuntan a entender mejor el país y el mundo en sus ámbitos temáticos de importancia efectiva, pero es previsible que -sujetos siempre a la evolución cultural de los mercados- nunca lleguen a superar el éxito de los que “infoentretienen”, aun cuando esa “infoentretención”, de vez en cuando, se vista de “política” “social” o “económica”, y que la mayoría de sus propios periodistas y editores estén conscientes de que los hechos destacados no son más que respuestas necesarias y de supervivencia al simple juego de los temas que “le gustan a la gente”. En el evento de una mayor exigencia cultural de la demanda, los periodistas serán los primeros en reaccionar positivamente ante tan milagroso, aunque bien difícil, suceso. (NP)

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