Venezuela se ha transformado en una interpelación ética a cada latinoamericano. Su realidad puede resumirse en flagrante desconocimiento del gobierno al poder legislativo elegido democráticamente, instalación arbitraria de poderes alternativos, apresamiento de opositores políticos, violación de libertades y derechos esenciales, elecciones descalificadas internacionalmente, porque el régimen a veces las conculca, otras las fecha a su antojo, otras fija condiciones inicuas a sus opositores; pero sobre todo, siempre las desconoce si pierde. Un gobierno, en todos los índices, el más inepto y corrupto del continente, cuyos resultados son una inflación del 2.616% en 2017, 87% de la población bajo la línea de la pobreza, caída de un 15% en el PIB, hambruna extendida, carencia de medicamentos esenciales, tasas de homicidio y violencia entre las más altas del mundo, desesperanzas masivas y consiguiente huida a otros países de centenas de miles de venezolanos entre 2016 y 2017.
Es un asunto ineludible para cada uno. Una definición separadora de aguas, entre quienes repudian y quienes justifican al régimen de Maduro. No es asunto de izquierdas y derechas, sino de opciones personales sobre libertades básicas, derechos humanos elementales, valoración de la honestidad en el servicio público y requisitos mínimos para considerar un orden político como democrático.
Pero hay aún algo más. He vivido y leído lo suficiente como para alertarme ante ciertas formas de debate. Históricamente han anunciado en quienes lo practican, que si tuvieran el poder para hacerlo, no trepidarían en reprimir y aplastar a los que discrepan de ellos. Es el uso de la descalificación a adversarios políticos, atribuyéndoles propósitos deleznables y traiciones merecedoras de castigos extremos.
Lo practica Maduro. Pero no solo él. Apareció en Chile en las destempladas acusaciones de personeros del PC al ministro Heraldo Muñoz. Lo sindicaron de “activista de Donald Trump” y de “subordinarse a los intereses norteamericanos”. O sea, se acusa nada menos que al canciller de Chile, de servir a una potencia extranjera. Si quienes así lo acusan tuvieran el poder para hacerlo, ¿puedo descartar que el Canciller Muñoz sería condenado a los peores castigos y sometido al escarnio público?
No especulo en el vacío. Son las imputaciones de Maduro a políticos que encarceló. El pueblo judío y otros, lo han sufrido. Fue usado contra Orlando Letelier previo a su asesinato. La novela histórica se ha inspirado en estas lógicas. Lean El cero y el infinito de Arthur Koestler o El hombre que amaba los perros de Leonardo Padura.
Ojalá recapaciten. La agresión verbal, anticipadora de otras represiones, tiene larga trayectoria histórica. Las sufrimos en Chile. No quisiera ser cómplice de que quienes la practican tengan a futuro poder suficiente para materializarlas. (La Tercera)
Óscar Guillermo Garretón


