“Y si Dios quiere, crearemos una moneda latinoamericana”

“Y si Dios quiere, crearemos una moneda latinoamericana”

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El candidato presidencial brasileño (y expresidente) Luiz Inácio Lula da Silva quiere separar el dólar del comercio exterior de su país, si llegase a ganar la elección el 2 de octubre de este año. Asegura que no es negocio seguir atado a la divisa estadounidense e invocó a Dios para que ilumine el camino a seguir en materias monetarias en caso de convertirse en trigésimo noveno presidente de Brasil.

Lo de Lula no es nada nuevo. Se trata de una vieja utopía. Y no sólo de la antigua izquierda latinoamericana a la cual él perteneció. La verdad es que son numerosos los países de esta región, gobernados por izquierdas o derechas, que con cierta frecuencia coquetean con la idea de dolarizar o bien desdolarizar sus economías. Siempre buscando atajos ante las desastrosas consecuencias que provoca su escaso interés en mantener la inflación bajo control. La disciplina fiscal es un bien algo escaso en América Latina. La cifra más obscena de los últimos años la muestra Venezuela, cuya inflación durante 2021 bordeó el 2.500%.

En la actualidad, Brasil no tiene problemas inflacionarios, por lo que cabe preguntarse sobre el trasfondo de la propuesta de Lula. La reconocida astucia de este antiguo líder obrero lleva a plantearse como hipótesis el simple deseo de remover fibras identitarias de la región.

Un «euro» latinoamericano

Proponer una moneda latinoamericana (que significa implícitamente un rechazo al dólar) apunta evidentemente a reforzar la identidad latinoamericana. Como sea, no es el primero a quien se le ocurre tal simbiosis.

Por ejemplo, Carlos Menem -otro sagaz político latinoamericano y que asumió prematuramente el poder justamente debido al acoso inflacionario de su antecesor- intuyó algo muy similar y jugó siempre con el tema identitario, aunque tuvo cuidado de no salirse un ápice de su visión realista de la política. Un clímax de estos juegos ocurrió en la cumbre de Mercosur en Ushuaia en 1998, cuando propuso a sus pares crear una moneda común, pese a haber dolarizado la economía apenas asumió su mandato.

El cazurro riojano sabía perfectamente que una moneda con los emblemas de Mercosur tocaría la fibra íntima de los asistentes a aquella cumbre en Ushuaia, lo que le serviría para afianzar un liderazgo regional. Por eso decidió acuñar algunas y las hizo circular durante la cita. Sabía que cosecharía aplausos y, de paso, un recuerdo para coleccionistas

No deja de ser interesante cómo Menem, Lula y todos los políticos latinoamericanos, de antaño y de ahora, festinan con la idea de un “euro” latinoamericano a sabiendas de la inexistencia de opciones distintas al dólar. Están conscientes de la falta de disciplina monetaria en todos los sectores políticos.

En tal marco, la antigua izquierda latinoamericana desarrolló una relación ambivalente con la moneda estadounidense. Combinaron el distanciamiento retórico con su adoración para efectos prácticos (generales y personales).

Por lo tanto, cabe preguntarse si constituye una sorpresa la propuesta de Lula. La respuesta correcta es poco.

«No es una cosa rápida»

Ya entre 2003 y 2011, es decir durante parte de su mandato, mencionó un par de veces la idea de crear una moneda regional y creó sendos grupos de estudio para examinar su factibilidad, en cuya conclusión predominó el abierto escepticismo. En 2008, cuando Hugo Chávez precipitó la concreción de Unasur, volvió a alzar su voz y anunció la creación del Banco del Sur, como primer paso a la instauración de una moneda común. Ante la mirada oblicua de sus asesores, morigeró el entusiasmo verbal. Dijo, “es un proceso… no es una cosa rápida”.

En el extremo bolivariano, a Hugo Chávez y Rafael Correa, estas propuestas siempre les sonaron fantásticas. Especialmente a este último, cuya verborragia corrió a raudales.

Fue un fiel exponente del frenesí que desata al interior del populismo latinoamericano cualquier gran golpe de inspiración. Correa procedió a bautizar de inmediato la iniciativa y la llamó “Sucre”, haciendo un juego con las palabras con el apellido del prócer. Sería el acrónimo del Sistema Único de Compensación Regional.

Para avanzar “rápido”, el llamado Sucre sería inicialmente una moneda electrónica, con un valor determinado en dólares. Se introduciría –as soon as possible– en los intercambios y transacciones con los países de la región, partiendo con la hermana república bolivariana de Venezuela, pero también con los vecinos Colombia, Perú. Correa dio instrucciones categóricas a su ministra de Finanzas, Elsa Viteri, para avanzar a un “sistemas de compensaciones mutuas e ir minimizando el uso del dólar en las relaciones internacionales». Un comunicado de la Presidencia de Ecuador vino a sellar tan solemne compromiso con la unidad latinoamericana. Corría 2009.

El ejemplo de Correa es icónico. Revela la escasa confianza en su propia moneda y el diletantismo a la hora de poner en marcha cualquier iniciativa. Este mismo ideólogo de una presunta “revolución ciudadana” balbuceó a la hora de transitar a la praxis con su “sucre”. Finalmente, optó por mantener la dolarización -la moneda del imperio- adoptada a fines de los 90, tras gravísimas convulsiones sociales producto de hiperinflaciones y quiebras de bancos. Fue la primera gran muestra de cautela de este líder. Hace pocas semanas reiteró su cautela y pidió asilo en Bélgica. La “revolución ciudadana” parece haber sido caducada.

Pero no sólo Ecuador ha seguido la ruta hacia la dolarización. El Salvador dejó de lado el “colón” en 2001 y Panamá, que utiliza el dólar desde hace casi 100 años, mantiene el “balboa” para transacciones menores.

Volviendo al caso argentino, llaman la atención varias de sus particularidades. Menem, por ejemplo, estableció una convertibilidad, llamada por algunos autores “dolarización sucia”, orientada a establecer un sistema cambiario fijo 1 a 1 y la aceptación de hecho del dólar para operaciones comerciales de todo tipo, pero manteniendo una emisión parcial de pesos. Estas características son las que habrían cavado su propia tumba.

Fuerte énfasis en este error ha puesto por estos meses el popular diputado argentino, Javier Milei, de reconocidas posturas ultraneoliberales. Propone volver a la dolarización, pero eliminando el Banco Central para evitar cualquier tipo de tentación a emitir moneda. El fundamento político de su propuesta se basa en un hecho irrefutable. La única vez que en Argentina no hubo hiperinflación fue mientras existió la convertibilidad. La diferencia ahora es que Milei sigue avanzando en las preferencias electorales enarbolando la adopción del dólar y la eliminación del Banco Central como estandartes. Significa que es una idea interesante para los argentinos.

Aunque falta aún para la elección presidencial trasandina, sin duda que la dolarización, incluyendo el fin del instituto emisor, se instalará en el centro del debate político y tendrá fuerte impacto en el resto de la región. Parte del éxito de su propuesta se debe a que los argentinos ven el dólar estadounidense como un refugio seguro ante la galopante crisis económica y ese temible 80% de inflación anual.

Un político pragmático

En consecuencia, la propuesta de Lula habría que verla más en clave política que económica. El líder no es, digámoslo, un hombre de espíritu, sino más bien un político pragmático, que seguramente transitará a posiciones más bien nacionalistas para capturar votos bolsonaristas. En esa línea se entienden este y varios otros aspectos llamativos de su conducta como candidato. Por ejemplo, tomó una equidistancia activa en la guerra ruso-ucraniana, echándole abiertamente la culpa de las hostilidades a Putin y Zelenski por igual. A ambos los ha increpado con cierta brusquedad. Algo que, desde luego, sólo puede hacer un brasileño en esta región del mundo.

Lula sabe que si llega a ganar la elección presidencial su propuesta de moneda “Sur” terminará en el olvido total, o bien, en un eventual caso de apremio, convertida en una especie de holograma, para mantener vivo el espíritu antiestadounidense que impregna a parte de sus electores.

Además, está consciente que, como solía decir su amiga y expresidenta Dilma Roussef, “aunque el Papa sea argentino, Dios es y seguirá siendo brasileño”. (El Líbero)

Ivan Witker 

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