¡Volver por las humanidades!

¡Volver por las humanidades!

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Lo más importante que podría haber hecho este gobierno no lo hará: implementar una educación pública de calidad. Fue eslogan de campaña. Si solo hubiese realizado esta reforma estructural, podríamos decir que su administración, con todo, valió la pena. Pero ahora hay que «concentrarse en lo esencial». ¡Y la calidad de la educación pública no es «lo» esencial! De seguro no estará entre las prioridades. Ni la gratuidad -la opción populista- será ya lo mismo.

Indigna a quienes constatamos la deficiente preparación académica y personal de jóvenes que ingresan a la universidad. Se trata de estudiantes de todos los sectores sociales, aunque con mayor intensidad del segmento clase media emergente. Por nombrar algunas deficiencias graves: pésima ortografía, vocabulario limitado, expresión oral y escrita incoherente, no pueden plantear ni resuelven problemas, su comprensión lectora y dominio idiomático son limitados, no saben definir hechos o elementos conocidos, porque su nivel intelectual y cultural es bastante básico, para no hablar de capacidad de abstracción, análisis, razonamiento. Todas potencialidades que debieran lograrse, en alguna medida, a los 10 años y un nivel intelectual razonable a los 16. El contexto se completa, lamentablemente, con problemas de personalidad de distinto carácter.

Nunca el Gobierno supo cómo imprimir calidad en esta materia, pero eso no impide que entidades idóneas, que sí entienden y les preocupa, levanten el tema y diseñen planes. Porque algún día tendrá que saldarse la deuda.

Cierto es que desde hace medio siglo observamos progresos en diferentes aspectos del magno problema, pero lo esencial no solo se estancó, sino que ha involucionado. Una de las causas, en mi opinión, viene ocurriendo desde hace décadas: el estudio de las humanidades ha sido relegado, gradualmente, a segundos o terceros planos, con argumentos de diverso orden que no es del caso tratar aquí.

Para no remontarnos tanto, desde la década del 90 en adelante se promulgó un conjunto de leyes y decretos que han conspirado contra las humanidades, al modificar los planes de estudio y marcos curriculares de la educación básica y media. Ellos redujeron la importancia y las horas destinadas a su enseñanza. Y esto, sin añadir el tema que corresponde a los profesores.

También el panorama se manifiesta en varias universidades. El eje central se ha desplazado hacia la especialización profesional en desmedro de las disciplinas humanistas, las que figuran con suerte como cursos electivos. Nadie puede desconocer la necesidad e importancia de la educación científica o técnica y menos oponerse al crecimiento económico, pero las deficiencias que manifiestan los alumnos universitarios tienen su explicación en esta carencia. Incluso, esas insuficiencias permanecen en titulados de algunas carreras.

Las humanidades configuran una matriz mental que permite «saber ser» de forma individual y colectiva, actuar armónicamente con nuestro entorno y comprender el sentido de la vida. Con la filosofía nos interiorizamos de la persona en su integridad y el valor que ella tiene. La literatura -el antiguo Castellano- y el buen uso de la lengua materna facilitan la comunicación para transmitir ideas, entender al mundo y la gente. Por medio de la lectura, adoptamos además un buen uso del idioma y fluidez verbal, factores primordiales para desarrollar la inteligencia. Por medio de la historia conocemos al hombre pretérito y de cuanto ha sido capaz, nos aporta identidad, perspectiva o apertura cultural y social. En fin, gracias a la conciencia histórica integramos el pasado a la existencia actual, siendo más libres para discernir ante procesos políticos e ideológicos alienantes. ¿No le parece que cualquier profesional -¡la población!-, con esta matriz formativa, sería un compatriota reflexivo, con pensamiento propio y más responsable en general?

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