Vistazo al reparto y tres citas del pasado

Vistazo al reparto y tres citas del pasado

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Para opinantes extranjeros, a partir del 18 de octubre Chile mutó de “oasis” a “espejismo”. Nosotros, buenos cultores del eufemismo, preferimos hablar de “malestar social” (los minimalistas) o de “estallido social” (los maximalistas).

Profundizando en la veta propia y ante la ausencia de alternativa socialista, los actores económicos heterodoxos reconocen la justicia de algunas demandas y vuelven a descubrir la economía mixta de Paul Samuelson. Los ortodoxos optan por una autocrítica acotada y asumen que los brillantes indicadores ocultaban la opacidad oligopólica de los mercados, con el abuso o colusión de los malos empresarios. También se asoman a realidades como el estrés del endeudamiento fácil, el crecimiento de las desigualdades y la arrastrada crisis cultural con epicentro en la enseñanza. Los más audaces aceptan que Lord Keynes no estaba del todo equivocado. Algo tendría que hacer el Estado en temporada de crisis.

Los actores políticos oficialistas no se meten en esas honduras. Asumen la penuria de la inteligencia civil y el carácter acumulativo de los procesos. Esto significa que el reventón se incubó hace 30 años y, por tanto, todos son responsables. Los díscolos añaden el autoritarismo presidencial.

Desde la oposición todos exploran la consabida “oportunidad de la crisis”. Para la derecha extrema, ayudaría a llegar al poder sin concesiones demagógicas. Las izquierdas, por su lado, apuestan a sacar las castañas de su malestar sectorial con la pata de un gobierno debilitado. En esa línea impulsan “un nuevo pacto social”, con base en la Constitución que soñaron a inicios de la transición. De paso, dan un coscorrón al expresidente Ricardo Lagos por haberse limitado a modificar la Constitución de Pinochet.

Los políticos antisistémicos están en otra. Para ellos la oportunidad apunta a la defenestración de Sebastián Piñera, quien hoy sería nadie y a quien nadie defendería. Ergo, pese a sus vándalos, saqueadores, profanadores, incendiarios y terroristas, el clima del estallido y de su espectáculo televisivo debiera mantenerse. Para ese efecto, la violación de derechos humanos en democracia, por parte de policías —formalizados o formalizables—, equivaldría a la violación sistemática e impune producida en dictadura.

¿Y después de Piñera qué?

En ese futurible, los émulos de Bakunin visualizan la libertad absoluta del anarquismo, los sostenedores locales de Nicolás Maduro saborean su venganza y los doctrinarios trotskistas, estalinistas y leninistas sueñan con una réplica del asalto al Palacio de Invierno. Solo una tesis los une: buscar la unidad nacional sería “incorrecto”, pues afirmaría el sistema.

En resumidas cuentas, los chilenos mayoritarios estamos pagando la factura de quienes subestimaron los equilibrios macropolíticos y, en paralelo, descuidaron la relación con la fuerza legítima del sistema. Fue fatal —lo estamos viendo— haber ignorado la corrupción de los altos mandos del Cuerpo de Carabineros y fue imprudente haber discontinuado la buena relación civil-militar, simbolizada en el “nunca más” del hoy procesado general Juan Emilio Cheyre.

Por eso, el “estallido” es un escapismo para ocultar la amenaza de una ruptura institucional o —algunos lo han dicho— de una guerra civil. En rigor semántico, hoy estamos ante una crisis del sentimiento patrio, la política, el Derecho, la democracia y, por ende, del Estado de Derecho democrático de Chile. Y si esto no se frasea así, es porque no hay memoria que dure cien años o porque nuestros ciudadanos jóvenes no tienen la vivencia de 1973.

Esto último ya lo han apuntado contemporáneos, entre los que me incluyo, que vivieron y sufrieron esa experiencia traumática. Por eso, hoy prefiero remitirme a dos líderes democratacristianos de entonces que, desde distintas posiciones, describieron la precuela y lamentaron la secuela de nuestro 11-S. El primero fue Radomiro Tomic, cuando advirtió, en agosto de 1973, que “todos estamos empujando a la democracia chilena al matadero (lo cual) amenaza sumergir al país tal vez por muchos años”. El otro fue el expresidente Eduardo Frei Montalva, nueve años después, cuando convirtió la profecía de Tomic en un triste augurio: “el país no volverá a ser nunca más lo que fue”.

Ante esas palabras escalofriantes, me tienta poner en forma interrogativa y paritaria una de las últimas frases de Salvador Allende:

¿Superarán otros hombres y mujeres este momento gris y amargo? (El Mercurio)

José Rodríguez Elizondo

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