Ventajas de leer novelas

Ventajas de leer novelas

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No conozco al lector Felipe Leiva Fadic, pero su carta de hace un par de semanas es de las más inspiradoras que han aparecido en esa sección.

Tomando pie de los dichos de un ministro de Estado que declaraba no leer novelas, casi ufanándose de ello, puesto que hacerlo lo distraería de tareas importantes, el mencionado lector recordó en su carta las ideas de la filósofa Martha Nussbaum acerca de la importancia que leer novelas puede tener para gobernantes, legisladores, jueces y otro tipo de autoridades, así no más sea porque las novelas amplían nuestra mirada sobre las experiencias humanas de vivir, sentir, desear, esperar, sufrir, algo que si es tenido en cuenta puede enriquecer los antecedentes que manejan esas autoridades a la hora de tomar decisiones.

Felipe Leiva mencionó el principal libro de Nussbaum sobre esta materia -«Justicia poética»-, y no pude evitar recordar que hace sus buenos 15 o 20 años, al celebrar ese libro en una de mis columnas, me gané un reto de una de las entonces mejores plumas de la sección «Día a Día» de este diario, un episodio que me confirmó que la tesis de Nussbaum no calaba ni siquiera en espíritus tan finos como el de mi contradictor. En esa columna puse el acento en los jueces y en la conveniencia de que estos no trataran a quienes juzgan como integrantes de una masa anónima e indiferenciada, sino como seres humanos singulares y dotados de una individualidad propia. Jueces atentos a las leyes que deben aplicar, por supuesto, pero también al factor humano a tener siempre en cuenta.

La lectura de novelas, como también el cine, no son solo fuente de distracción, al revés de lo que parece creer el ministro aludido por Leiva, sino maneras que proporciona el arte para un mejor registro de la realidad, de la complejidad de esta, de la ambigüedad de los individuos, de la sorprendente variedad del mobiliario del mundo, permitiéndonos saber más acerca de la realidad y de las personas, y desarrollar con mayor facilidad una disposición de comprensión de la primera y de simpatía y benevolencia con las segundas. Asomarse a otras vidas y situaciones humanas por medio de la literatura y el cine, por ficticias que sean, constituye un modo de saber acerca de vidas y situaciones que observamos en la realidad. Es de esta manera que el arte, tanto para el lector como el espectador, se transforma en algo más que simple entretenimiento, en algo más, incluso, que consolación privada de sus propias debilidades y penurias, ayudándoles a entender mejor el mundo que habitan, la sociedad en que viven y los seres humanos con los que se relacionan.

El cine y la literatura, mucho más que la política, invitan a ponerse en el lugar de los demás, y captan mejor eso que Carrere llama «espesor sensual del mundo». Cuentan que Balzac interrumpió una animada conversación sobre política para hablar de novelas, diciendo: «Y ahora volvamos a las cosas serias».

Otro filósofo, Richard Rorty, es del mismo parecer de Nussbaum, y va incluso más lejos con su aseveración de que literatura y cine han venido a ocupar el lugar que como explicación del mundo tenía previamente la filosofía y, antes de esta, la teología. No se trata de echar a pelear esas disciplinas, sino de advertir que muchas personas parecen encontrar hoy en el arte las respuestas que antes buscaban en libros de filosofía o de religión. Respuestas provisionales, quizás débiles, ciertamente incompletas, al revés de la dogmática rotundidad de los textos de religión y a veces también de filosofía. ¿Cuántas veces al terminar una novela o al abandonar una sala de cine sentimos la inequívoca y gratificante sensación de que ahora sabemos algo más de nosotros mismos y de los demás?

A ver películas y a leer novelas, entonces, porque no vamos a perder el tiempo. Unas y otras alientan una conveniente introspección, un mejor examen de quienes somos realmente, y ambas abren también ventanas desde las que observar y comprender mejor a quienes circulan cerca nuestro y que, a pesar de sus variadas y contradictorias individualidades, tanto se nos parecen.

 

El Mercurio

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