Venezuela: hora del pragmatismo

Venezuela: hora del pragmatismo

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Nadie sabe qué hacer con Venezuela. Estados Unidos duda entre el acercamiento y las sanciones; la Unión Europea promueve el diálogo y castiga a los dignatarios del régimen; Rusia e Irán utilizan a Venezuela como trampolín para poner un pie en el patio trasero de EEUU; China invirtió fuerte y ahora le cuesta recuperar lo que gastó; América Latina oscila entre el halago y la condena. Mientras el mundo no decide si en Venezuela hay galgos o podencos, el otrora país más rico de la región se hunde cada vez más en el fango, con una población agotada, una oposición débil y fraccionada y un gobierno al que solo le interesa permanecer en el poder cueste lo que cueste.

El problema, por supuesto, parte por casa. La sociedad venezolana parece incapaz de deshacerse de una dictadura que controla todas las manijas del poder. Los intentos por sacudirse de ella han fallado y no parece que la situación vaya a cambiar, ni siquiera con la perspectiva de las elecciones presidenciales programadas para 2024. Privados de una solución, más de 7 millones de ciudadanos han optado por votar con los pies y dejar el país.

Si desde adentro no hay posibilidades de generar un cambio, más difícil aún es que este provenga de afuera. Los intentos han sido inútiles, como quedó en claro con la fallida estrategia del Grupo de Lima, el fracaso de la Operación Cúcuta de 2019 y el irrelevante reconocimiento internacional al expresidente encargado Juan Guaidó.

Maduro y su pandilla son hábiles y han sabido dividir a la región para debilitar la presión externa. Cuentan con el apoyo de una izquierda latinoamericana que, casi sin excepciones, prefiere respaldarlo. Los halagos que le dirigió Lula da Silva en Brasilia la semana pasada son una muestra de esa obnubilación ideologizada. Los que, como el Presidente Gabriel Boric, critican el desempeño de Caracas en materia de derechos humanos, no pasan de las palabras a las acciones. Por razones ideológicas, América Latina no logra concebir una política común para tratar con Venezuela.

Lo anterior obliga a cambiar el eje y ser pragmáticos. Es necesario jugar con las cartas que hay, no con las que se desearía tener.

Existe un asunto que afecta a todos y que no distingue colores políticos ni banderas: la emigración venezolana. Un problema que ha devenido en un tema de seguridad que está afectando a la región completa y necesita solución urgente, pues provoca trastornos sociales en cada uno de los países que reciben a los migrantes.

Donde la ideología ha fracasado, quizás sirva el interés nacional. No hacen falta condenas ni elogios, sino soluciones. Resulta innegable que en Venezuela gobierna una casta corrupta que ha arruinado al país y aherrojado a su sociedad civil. Pero también lo es que ese es un problema que no puede resolverse desde afuera y que deben ser los venezolanos los que lo aborden para bien o para mal. Luego de casi un cuarto de siglo de régimen chavista, ya es hora de asumir esa realidad.

Enfrentados a una crisis migratoria que los aqueja a todos, los países de la región están obligados a negociar con Caracas para conseguir que cese el flujo de migrantes. Si en esa negociación pueden lograrse o se abre la puerta a avances políticos y económicos que ayuden a liberar y mejorar el nivel de vida del pueblo venezolano, bienvenido sea. Pero América Latina no puede seguir dividida para tratar un tema que desestabiliza a la región entera. Es hora de dejar la ideología de lado y trabajar en una solución pragmática de la cuestión venezolana. (DF)

Juan Ignacio Brito