Usar o no la violencia

Usar o no la violencia

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Olas de manifestaciones y violencia se han tomado las calles de Estados Unidos protestando por la brutal muerte de un hombre negro a manos de la policía. Es la sexta vez que la violencia arrecia por el mismo motivo en las últimas dos décadas.

Ante el vandalismo desatado en Atlanta, su alcaldesa, una mujer negra del Partido Demócrata, declaró que eso no eran protestas, que era caos; que las protestas tenían un propósito, y que la violencia y los destrozos no hacían más que deshonrar la causa de los derechos civiles. “Esta no es”, dijo, “la forma en que hacemos cambios en Estados Unidos”.

La cuestión racial es una herida profunda en ese país y sobran razones para la ira. Pero, ¿es la violencia una forma legítima de buscar cambios? Esta es una pregunta vieja, que cobró especial fuerza a fines de los sesenta, tras la violencia asociada a la lucha por los derechos civiles, y que ha resonado estos días. Dicen quienes justifican la violencia: ¿Qué son los daños a la propiedad frente al asesinato de un hombre? ¿Tal vez quebrar ventanas logre hacer con las élites lo que no han logrado siglos de desprotección de los niños negros? ¿Y si la estructura social es injusta y son injustas sus instituciones?

Pero, como planteó Hannah Arendt en su célebre ensayo de 1969, la esencia de la acción violenta se rige por la pregunta por los medios y los fines y, como la violencia es siempre impredecible, corre el peligro de que su propio fin sea sobrepasado por sus medios, medios a los cuales el fin justifica y necesita.

Una segunda pregunta es si la violencia resulta efectiva para hacer cambios. A simple vista, pareciera que no hay orden más efectiva que la que va acompañada de un arma. Pero en una democracia, el poder requiere de números. Una mayoría irrestricta puede oprimir a una minoría sin necesidad de acudir a la violencia (el ejemplo es de Arendt).

Es así como un estudio de Omar Wasow, de Princeton, encuentra que mientras las protestas pacíficas de fines de los sesenta en Estados Unidos lograron cambiar la opinión pública sobre los derechos civiles y mover la aguja de las elecciones hacia los demócratas, las protestas violentas hicieron lo contrario. La semana que siguió al asesinato de Martin Luther King, en abril de 1968, hubo más de cien protestas violentas a lo largo del país. Las estimaciones de Wasow indican que, donde las hubo, los demócratas sufrieron caídas de hasta ocho puntos en las elecciones presidenciales de noviembre de ese año. La violencia le habría valido el triunfo a Richard Nixon, el candidato republicano por “la ley y el orden”.

El camino de las instituciones puede parecer lento, pero es más seguro. No solo porque la violencia hace daño y mata a inocentes, sino también porque en una democracia hay que convencer a las mayorías y las mayorías rechazan la violencia. En palabras de la alcaldesa de Atlanta, en las noches de violencia, váyanse a sus casas y, cuando toque, vayan a votar. (El Mercurio)

Loreto Cox

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