Unidad

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¡Las realidades éticas se practican, más que predican! La reciente elección de presidente del Senado ha puesto en evidencia, una vez más, los serios obstáculos que Chile Vamos encuentra en su seno para generar unidad interna y ponerla de manifiesto en su acción política.

Los hechos resultan elocuentes: los principales líderes de los partidos que componen dicha coalición impulsaron la candidatura del senador Felipe Kast (Evópoli), pero la posición fue disputada y finalmente ganada por otro senador de la misma alianza, Manuel José Ossandón (RN), quien contó para ello con votos claves no sólo de su conglomerado, sino pertenecientes a su propia tienda política. Como consecuencia, la abanderada presidencial de Chile Vamos parece haberse visto obligada a solicitar desdramatizar la situación, en un intento por mantener pública neutralidad y reducir el daño que este acontecimiento conlleva ante su eventual electorado.

Efectivamente, la situación mencionada realmente reviste importancia, pues ha ocurrido precisamente cuando la candidata de la coalición de centroderecha -y los dirigentes de sus partidos- vienen insistiendo públicamente en convocar a la unidad del “sector” (derecha, centroderecha y otros) en orden a configurar una lista común de postulantes a las dos cámaras del Congreso y, de ser necesario, dirimir en una elección primaria a un aspirante único a la máxima magistratura.

El episodio en comento, que se suma a una extensa lista de desvaríos previos, lleva a formular varias interrogantes de fondo: ¿resulta sostenible invocar unidad cuando ni siquiera existe mínimamente al interno de la entidad que la exige?, ¿cuál sería el contenido concreto de ella? Aunque se tratase de una unidad exclusivamente instrumental, con el objetivo de desalojar a la izquierda del gobierno, ¿es verdaderamente factible para otras organizaciones fiarse de este potencial “aliado de ocasión”?

Con todo, la cuestión es aún más profunda, pues la trayectoria de conductas de la centroderecha chilena, donde los últimos sucesos son una suerte de ratificación, no permite aclarar si su motor es el bien común, la mantención de espacios de poder o sustentar una dinámica de reparto de cargos e influencias. Por lo mismo, tampoco si es creíble poder esperar en -y de- ella grados mínimos de lealtad y disposición a cumplir sus compromisos; a veces, ni siquiera saber a quiénes consideran en la práctica sus reales adversarios: ¿a la izquierda o a la derecha? Casi con seguridad, argumentaría algún curtido en la actividad política, habrá una mezcla de todos esos ingredientes; si ese fuera el caso, la combinación de tales factores se observa bastante caótica, con aparente primacía de aquellos más espurios, al tiempo que sin la existencia de liderazgos efectivos que permitan establecer una conducción -¿en qué dirección?- medianamente eficaz.

Sin la solidez nuclear requerida, la centroderecha difícilmente puede pedir, con autoridad moral, unidad a quienes se encuentran fuera de sus contornos. Más grave todavía, establece un manto de dudas sobre su capacidad de dar gobernabilidad e incrementa la probabilidad de ser desbordada en las urnas por su derecha e izquierda (a pesar de todo).

Álvaro Pezoa Bissières

Director Centro Ética y Sostenibilidad Empresarial ESE Business School