Como toda obra humana, el Partido Socialista chileno ha cometido muchos errores en su historia, pero al mismo tiempo tiene buenos motivos para estar satisfecho. Sin embargo, en los últimos años muchos de sus adherentes se ven un tanto desorientados. No han querido oír algunas voces de sus propias filas que han afirmado la necesidad de reflexionar sobre quiénes son realmente los socialistas. El hecho de que el Presidente Boric los haya llamado a su auxilio y, de modo inesperado, terminaran compartiendo el poder, les impidió realizar ese necesario ejercicio de autoexamen.
La derrota en las primarias pasadas podría ayudar a despertarlos.
¿Qué van a hacer los socialistas? ¿Van a seguir encandilados con la posibilidad de mantener ministerios, subsecretarías y otras fuentes laborales para sus adherentes, en el caso de que Jara llegue a La Moneda? Algunos están felices ante ese futuro. Sin embargo, tiene costos importantes, entre otros, el de renegar de lo más noble de su pasado y caer en los mismos errores que la Democracia Cristiana, que desde hace tiempo ya no se sabe mucho qué es y parece condenada a una lenta decadencia. La reacción de varios dirigentes suyos ante el triunfo de Jara habría sido inconcebible en alguien como Frei Montalva.
De más está decir que las ofertas serán muy atractivas. De hecho, el Presidente Boric los ha impulsado en esa dirección. Como el PC tendrá que pasar a un segundo plano en términos de visibilidad, necesitará rostros socialistas que permitan presentar una imagen que esté en sintonía con el encanto jarista. Muchos socialistas ya se preparan para ese escenario.
Sin embargo, más allá de por quién vayan a votar sus adherentes, no es imprescindible que el PS apueste solo al corto plazo y se sume irreflexivamente al proyecto político de Jara. También se abre ante ellos otro camino, más largo y áspero, que tomará tiempo y requerirá paciencia: la segunda renovación socialista. Esta ruta es dolorosa, como lo fue la primera renovación, pero puede tener tantos frutos como la primera. Ella le permitió, junto con la Democracia Cristiana, ser uno de los dos pilares más importantes del proyecto de la Concertación. Por desgracia, los socialistas de la renovación no supieron transmitirla a las generaciones jóvenes. Tendrán que partir de cero.
Por cierto, no se trata de volver al pasado. Estamos en una realidad muy distinta, entre cuyos componentes hay que contar el hecho de que, en distintas partes del mundo, las masas obreras se inclinen hoy hacia la derecha. Tendrán que meditar sobre este fenómeno, que hace unas décadas habría sido impensado. También es un dato relevante el debilitamiento de las posturas de centro en casi todas partes, una situación que afecta la estabilidad de nuestras democracias y enrarece el clima político.
Con todo, el declive de la centroizquierda en el mundo y en Chile no es un proceso fatal. Estamos en el campo de la política, no de la física. A diferencia de lo que pensaba el marxismo, aquí no hay leyes necesarias que nos permitan asegurar el futuro. En política muere solo el que quiere morir, el que toma decisiones que son incompatibles con su identidad más profunda, aquel que es incapaz de renovarse sin dejar de ser él mismo.
No seré yo quien asuma el papel de consejero del socialismo. Pero hay un sinnúmero de factores que están a la vista de todos y que los socialistas no pueden dejar de considerar si realmente están dispuestos a enfrentar esa segunda renovación cuya necesidad advierten sus mentes más lúcidas.
Resulta claro, por ejemplo, que lo primero de todo es distinguirse claramente del Partido Comunista. En esta dirección los impulsan figuras como Ernesto Ottone. No se trata de la bizantina discusión sobre qué significa ser anticomunista: hay que reconocer que el PC es una mala compañía. A quienes vemos las cosas desde afuera, muchas veces nos parece que aquí se ha juntado un partido con tendencias sádicas (el PC) y otro que presenta claros síntomas de masoquismo (el PS). Esa es una relación tóxica que se hace necesario terminar por el bien de la víctima.
Por otra parte, también visto desde lejos, a muchos nos resulta incomprensible la división entre el PS y el PPD, si es que el socialismo decide mantener el sello de centroizquierda y no plegarse al patronato del PC.
A mi parecer, la segunda renovación que tienen por delante exige mirar de nuevo hacia el centro y abandonar todo resto de octubrismo. Aquí juega un papel muy importante su relación con los sectores que están inspirados en el humanismo cristiano.
De más está decir que las políticas identitarias los han llevado por un mal camino y los han hecho perder el apoyo de muchos sectores populares. La cultura woke no calza con nuestro socialismo. Si los socialistas ya descubrieron que habían cometido un error al abrazar esa bandera ajena a sus ideas, ¿por qué repetir el mismo error, esta vez con los comunistas?
En suma, los socialistas pueden aprovechar este incómodo sacudón en vez de negar que han experimentado una derrota. Si aprovechan la lección, habrán quedado en condiciones de ser un actor que tiene algo propio que decir: un socialismo democrático, que no necesita apalear a los disidentes y que puede someterse sin problemas al escrutinio de una prensa libre y al control de una justicia independiente. (El Mercurio)
Joaquín García Huidobro