Hoy es uno de esos días “D” de la historia. Para bien o para mal se toma una decisión más que trascendente, pero que ha sido tratada con liviandad descalificadora.Solo campañas del terror. Hoy compiten realidades con utopías. Políticamente, al parecer, nuestro país es aún un adolescente, lo que no tiene nada que ver con las edades de los políticos, sino con la forma de actuar. Sin duda no es un país adulto y menos un país maduro. Como en la adolescencia, cada tanto tiempo, el país se cuestiona su identidad y juega con la ilusión de “los cambios estructurales” del camino corto, que harán al país mejor, incluyendo la aparición casi mágica de un mejor ser humano.
En la adolescencia se producen grandes transformaciones del ser humano. Ya no somos niños, pero aún no somos adultos. En la adultez la compleja realidad nos sacude una y otra vez, y así vamos aprendiendo y calibrando lo posible en cada momento. El ser humano lamentablemente no es como quisiéramos que fuese, es solo como es; imperfecto. Esa es la palabra difícil de aceptar: la imperfección humana inherente, contra la que nada podemos hacer. Por cierto, hay que tratar de evolucionar, pero nunca podremos borrar la sombra que todos tenemos, como la llamó Jung. La psicología profunda ha hecho aportes significativos en esa línea de entendimiento del ser humano. En la adolescencia eso aún no se entiende, ya que requiere un nivel de consciencia que toma quizás toda la primera mitad de la vida reconocer.
En suma, nuestra política es aún adolescente. El verdadero desarrollo de un país se logra precisamente cuando la política deja de serlo. A Europa le tomó milenios llegar a ser maduros, e incluso así de repente tienen sus caídas. Los australianos y los neozelandeses lo hicieron más rápido, lo que significa que se puede.
La adolescencia es por cierto muy creativa, pero la realidad es siempre más compleja y supera ampliamente las simplificaciones que hacemos de ésta. En esa etapa los adolescentes ya se han encontrado con algunas pocas ideas, científicas, políticas, espirituales y otras que proyectan a la realidad como certezas y verdades reveladas. Pero son apenas simplificaciones extremas. Así como la izquierda es típicamente adolescente en materia política, la derecha tiende a ser anciana, temerosa de cualquier cambio. La izquierda dura aún cree que la sociedad se divide escencialmente en dos clases sociales, una explotada y otra explotadora. Peor aún, creen que el valor se origina solo en el trabajo y que el Estado puede ser una entidad prístina, generosa y equitativa.
Con esas simplificaciones no se entiende la enorme complejidad de la sociedad moderna y de la realidad. ¿Por qué no se sube más el salario mínimo? Y la respuesta políticamente adolescente probablemente será porque los empresarios son egoístas, explotadores y poco solidarios. La solución es simplista siempre. O fijamos por decreto un salario mayor, y hacemos que el Estado se haga cargo de todo y ese sí que será “justo”. Si le ponemos un impuesto a la riqueza extrema -creen-, se resuelven todos los problemas de pobreza y desigualdad.
No sabían que todas las cosas están interrelacionadas y cuando se cambia una parte, habrán siempre otras que cambiarán en otro sentido. No se pueden comparar utopías con realidades, ya que siempre las realidades son opacas y pierden. Las utopías son solo utopías y no pertenecen a la realidad cotidiana y por ello, cuando las tratamos de imponer, los resultados son normalmente catastróficos. Hoy Ud. decide si quiere madurar y avanzar de verdad al desarrollo, o seguir con una política adolescente.
La Tercera