Una Constitución hermanada a la violencia

Una Constitución hermanada a la violencia

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“Yo no tengo el estándar de Mandela para pedir que bajen las armas”, señaló la presidenta de la Convención, Elisa Loncon, el pasado 1 de agosto, refiriéndose a la situación que agobia a La Araucanía. Sin disimulo, validó la violencia en vez de reivindicar la paz.

Por lo mismo es que no hubo improvisación al hacer coincidir el inicio de los trabajos de fondo de esta Convención con el día de mayor violencia de las últimas décadas: el 18 de octubre. Sin disimulo, la dirigencia de la Convención hermanó el trabajo constitucional a la violencia.

No sorprende, entonces, que su primera manifestación pública haya sido demandar la liberación de los mal llamados “presos políticos”. ¿Desde cuándo los saqueadores de supermercados, los que lanzan molotov a carabineros, los que no trepidan en arrasar lo que encuentran a su paso son “presos políticos”?

La violencia debe generar repudio, no justificación. Debe ser siempre castigada y jamás protegida por la impunidad. La apología de la violencia, o la sorda tolerancia de la misma, no debe ni puede inspirar el trabajo de la Convención.

Estos primeros meses no han sido auspiciosos. El proceso reglamentario instaló vicios de origen que se arrastrarán hacia adelante dañando la legitimidad del proceso. Primero, haremos historia por ser la única Convención que, al parecer, no tiene reglas de votación, porque la mayoría calificó que nada del Reglamento debía ser aprobado por 2/3, violando lo que establece la Constitución. Segundo, a través de la incorporación de un plebiscito intermedio dirimente, no solo se violan las reglas del juego acordadas, sino el quorum de 2/3 para aprobar las normas constitucionales queda condenado a ser un quorum testimonial. Tercero, se ha aprobado un reglamento de ética intolerante, que viola la libertad de expresión y ahoga la diversidad, esa que tanto pregona la izquierda, pero que no trepida en asfixiar cuando tiene el poder.

Ya es un dato. La izquierda tiene los votos para escribir sola la Constitución y está resuelta a hacerlo. Así la promesa de construir la Casa de Todos se desvanece antes del inicio del debate de fondo. Frente a esa visión, existe una alternativa distinta.

Un Chile libre, en que cada uno tiene derecho a pensar como quiera, sobre el pasado, presente y futuro, sin ser censurado, funado ni reeducado. En que las familias viven sin miedo, porque se enfrenta la violencia y no se idolatra a delincuentes. En que el esfuerzo es valorado y no castigado. En que los emprendedores son apoyados. En que los padres tienen derecho a educar a sus hijos. En que se promueve la movilidad social. Un país con ciudadanos empoderados frente al Estado. En que las ciudades son humanas y las personas en situación de discapacidad pueden vivir en igualdad de condiciones. Un Chile que asegure a cada uno las condiciones para elegir su proyecto de vida.

Un Chile sustentable, que pone a las personas al centro de la preocupación medioambiental. Que enfrenta los problemas de gestión del agua asumiendo el retraso que llevamos. Que termina con las zonas de sacrificio poniendo el eje en la justicia ambiental. En que el combate al cambio climático y la promoción de la economía circular son un “objetivo país”

Chile es mucho más que un territorio y sus habitantes, es nuestra cultura, nuestra historia, nuestras tradiciones, nuestros héroes, nuestra bandera, nuestro himno y nuestros valores republicanos

Al Chile dividido en identidades de unos contra otros, se puede ofrecer la alternativa de una República unida. Pero eso no lo hará una Constitución hermanada a la violencia, construida a partir de vicios reglamentarios que manchan su origen e impuesta por una mayoría resuelta a avanzar sin transar. Esa será una Constitución condenada al fracaso, porque será cuestionada desde el mismo día en que sea despachada por la Convención.

Así, la estabilidad a que debería aspirar no pasará de ser una ilusión. Quizás a algunos no les importe, porque con espíritu de revancha, aspiran a que la futura Constitución no sea la de todos, sino solo la de algunos; pero lo que no advierten es que una Carta Fundamental no debe ser un instrumento para someter a los adversarios políticos. Tampoco advierten que esa lógica conduce a una Constitución incapaz de generar la cohesión social y la unidad nacional que el Chile fracturado de hoy está pidiendo a gritos.

Yo creo que es posible una Constitución que una y no que divida; que incluya y no que excluya; con la que todos puedan identificarse y en la que nadie se sienta amenazado; que recoja las mejores tradiciones republicanas y no que asuma que en el ayer no hubo nada rescatable. En definitiva, una Constitución con la vista puesta en las oportunidades del futuro y no en los agravios del pasado.

Marcela Cubillos S.

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