Una cáscara muerta

Una cáscara muerta

Compartir

El derrumbe comenzó hace mucho. Lo que escuchamos el pasado domingo fue sólo el resultado del eco, el sonido que llegó con retardo hasta los oídos de quienes intentaban hacer lucir una cáscara muerta como el envoltorio colorinche de un regalo envenenado.

El desplome había empezado hace dos décadas, un deterioro que primero fue silencioso, como un zumbido sordo, tan agudo que sólo algunos lo alcanzaban a escuchar, porque pasaba inadvertido para la gran mayoría. Era el deterioro de una vieja casona, de aquellas que habitaban los personajes de José Donoso, carcomidas por dentro, manteniendo una dignidad hecha de remiendos y una insolencia anclada en las viejas glorias que se repetían como un rosario. Un mantra que cada tanto valía la pena escuchar, para sentir que estar ahí valía la pena. En eso quedó convertido el entusiasmo de hace 30 años, en una fórmula que se repetía en cada una de las campañas electorales: nosotros recuperamos la democracia, nosotros derrotamos al dictador, nosotros empujamos los acuerdos que nos han dado prosperidad, voten por nosotros, que si no lo hacen, ganarán ellos. Un cantar de gesta con regusto a chantaje, que comenzó a desafinar en 1999, cuando la primera gran derrota fue un fantasma que rozó la elección de Ricardo Lagos y volvió con más fuerza en 2009, cuando la Concertación comenzó a echar mano a los viejos trofeos para enfrentar los desafíos para los que no estaba preparada.

Hace mucho que los habitantes de la casona habían empezado a vender los muebles de familia para mantenerse a flote. Una venta de garaje en la que se incluyeron joyas y antigüedades, reliquias que claramente podríamos considerar valiosas, porque son el testimonio del trabajo y el buen gusto de otro tiempo. Pero en nada de eso había vida, ni futuro, sólo eran señales de orgullo que servían para enrostrarle al adversario aquello que nunca hizo: repudiar la dictadura, sus crímenes y su profunda vulgaridad. ¿Había algo malo en hacer eso? Nada. Quienes apoyaron el horror se merecen la memoria perpetua de su silencio.
El problema es que no bastaba con señalar al adversario sus muchos defectos; porque el compromiso con la democracia es mucho más que una condecoración por haber luchado contra la tiranía. No quisieron verlo -por comodidad, por desprecio- y creyeron que era suficiente, que eso les daba patente de corso para comerciar con lo que representaban, transformar sus campañas en una liquidación de temporada de las ideas que decían defender, aceptando fondos de manera torcida, dinero que los transformaban en títeres de ocasión. Nos prometían ser algo que no eran y lo hacían mientras hacían visitas de estilo a los mismos financistas de sus adversarios. Hoy por ti, mañana por mi.

La Nueva Mayoría no vivió un desastre la semana pasada, lo que vivió fue la constatación de que el viejo truco para atraer votos que venía ensayando desde su pasado concertacionista ya no funcionaba. El cantar de gesta se había vaciado hasta perder sentido. Cayó en cuenta que el foso que construyeron los partidos durante 30 años entre ellos y su electorado era lo suficientemente profundo como para desalentar a cualquiera que intentara cruzarlo. Menos aún darles su confianza a través del voto. ¿Qué sentido tendría hacerlo? ¿Para qué votar por un conglomerado cuya idea de renovación era presentar como candidato a un rapero de reality? ¿Por qué confiar en quienes jamás han asumido responsabilidades de nada?

Las vigas que sostenían la casona terminaron por ceder, pero estaban carcomidas desde hace mucho por las termitas cultivadas con dedicación por sus propios habitantes. Creían que la solución era recubrir la estructura floja con mampostería y yeso, fingir un compromiso fresco para darle un ambiente nuevo y presentar los planos de una reforma audaz que nadie sabía cómo poner en marcha. Invitaron a una fiesta de reinauguración, con algunos rebeldes de plasticina en el decorado y mandaron a callar a los primos aguafiestas. Eso hicieron hace tres años. Tuvieron una fiesta y un, aparentemente, nuevo comienzo. El plan les dio resultado, porque abrazaron ideas ajenas -las que brotaron del ansia de igualdad surgida con el movimiento estudiantil- que ellos mismos se encargaron de asfixiar con su impericia y mezquindad.

Ahora ya no hay más a lo que echar mano. Fueron abandonados y lo único que les queda es pensar qué harán con tantos escombros, tan pocas ideas y tan escasas convicciones.

 Oscar Contardo
Periodista y escritor

Dejar una respuesta