Un país descentrado

Un país descentrado

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El centro puede aludir a una especie de promedio. Se identifican las preferencias, se les asigna una unidad de medida, se las suma y se las divide. Ese es el “medio” matemático. Se trata, en principio, de una banalidad, pues las intensidades de las preferencias y su cualidad son simplemente cuantificadas, de tal suerte que son pasadas por un rasero que no nos dice nada aún sobre el significado de ese valor cuantitativo.

Pero cabe pensar al centro, también, como una especie de cúspide cualitativa, una cierta armonía en la tensión de los extremos. Entre el extremo del activismo irreflexivo y de la pasividad desinteresada; entre el cínico individualismo y el colectivismo superficial; entre el desasimiento apátrida y el atavismo de lo autóctono. Centro aquí alude a la clásica concepción aristotélica de la virtud como un medio entre extremos viciosos. Así el generoso es el que se ubica entre el dilapidador y el avaro; el ser humano sensato, entre el fanático de las reglas y el caprichoso que no está dispuesto a seguir ninguna.

El centro cualitativo tiene relevancia en todos los asuntos humanos. En la vida social, ética, económica, estética, jurídica y política existe eso que llamamos el justo medio, el medio virtuoso o cualitativo. En la posición que ocupa entre los extremos se trata de un centro. Pero es también radical: en la medida en que consiste en una actitud que se sobrepone a extremos perniciosos, puede alcanzar la excelencia.

Muchas veces se habla del centro político en su sentido más banal o de promedios. Entonces la noción de centro político queda purgada de significado, se transforma en un mero dato estadístico que no importa demasiado, salvo, por ejemplo, la alusión a una cierta inercia o a un caudal electoral al cual cabe volver objeto de los cálculos de los estrategas o publicistas. A ese “centro” se refieren las candidaturas cuando hablan de “conquistar el centro”, de “moverse hacia el centro”, de “hacer una campaña orientada hacia el centro”. Simple guerra de posiciones en los superficiales ejercicios del marketing y afán de poder.

En cambio, la noción de centro en el significado cualitativo de la expresión, tiene una importancia fundamental en la conformación y estabilidad de los regímenes políticos. Les dota de capacidades de vencer las crisis y remontarse a un porvenir por rumbos pertinentes. La presencia de una posición centrista bien asentada y como resultado de un gran contingente de ciudadanos capaces de compartir una visión aplomada de la existencia, dotados además de medios suficientes para llevar vidas moderadas, auténticas y dignas, lo que se entiende usualmente como una clase media, en sentido cultural y social, es condición de una existencia política madura en grado requerido para valorar la tradición y los cambios, desarrollar una consciencia responsable sobre el pasado y el futuro, una visión reflexiva que, sin dejar de considerar la importancia de la esfera íntima, se extienda allende los asuntos puramente individuales.

Ese centro político en sentido cualitativo, cultural y social, es el que se está vaciando en nuestra época. Los factores son diversos. Relatos abstractos, de una derecha economicista y de una izquierda de la asamblea y la deliberación; el desasimiento respecto del drama de quienes viven en la incertidumbre, de un lado, y el desinterés por la prosperidad material y espiritual de la nación en aras de una abstracta igualdad, del otro, conspiran contra ese centro virtuoso. La Concertación estalló, igual que hoy la Nueva Mayoría. La derecha tiende a cerrar posiciones en trincheras de Guerra Fría. Los intentos de apertura desde lado y lado hacia el reconocimiento y la construcción de ese centro -cualitativo, no estadístico- se enfrentan a múltiples obstáculos. Serán el único camino -que por eso se avizora largo- de salida a la crisis de legitimidad en la que nos hallamos. (La Tercera)

 Hugo Herrera

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