Un llamado a rehabilitar la política

Un llamado a rehabilitar la política

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Escribiendo Fratelli tutti, el Papa Francisco debió pensar en Chile. La encíclica es esperanzadora para el futuro del país; orienta los procesos que vienen, y está dirigida a creyentes y no creyentes.

Su inspiración proviene de un viaje hacia la diversidad; conversaciones con un imán en torno a ciencia, tecnología y, en general, a bienestar. Coincidieron sobre una situación mundial dominada por la frustración, el miedo al futuro, la soledad y desesperación.

Conceptos del Papa aparecen en los grafitis chilenos del 18/10. Sorprende que repite 65 veces la palabra dignidad —la misma de la Plaza Baquedano—. Esta, dice, es requisito para el despliegue de iniciativas de bien común. La dignidad desaparece con la desigualdad: hacia las mujeres, rechazo a la diversidad, a los inmigrantes, a pueblos indígenas, descuido del planeta, del pueblo. El pueblo clama inclusión. No por una idea ideológica esencialista ni nacionalista de unidad de pueblo y nación, sino por el reconocimiento a identidades culturales y de integración entre comunidades y generaciones, tema fundamental en la comprensión de la realidad chilena actual.

Igualdad y dignidad se relacionan. No basta con reconocer la igualdad sin luchar contra sus causas estructurales. Falta la ciudadanía plena, renunciar al concepto de minorías, relacionado con las demandas hacia buen trato en las reivindicaciones chilenas, requisito para que surja una amistad cívica. Es el prójimo, dice, no el socio —a lo Ricoeur— al cual aprecio por cuanto algo. Con él compartimos un destino común en los dinamismos de la historia.

Tiene sentido el reclamo por dignidad, a pesar del mayor bienestar que reconocen los chilenos, de que el PNUD le dé el primer lugar en América Latina en el Índice de Desarrollo Humano. Porque ellos se miran desde la otra conclusión del PNUD: que tenemos la mayor desigualdad entre los 50 países con mayor Desarrollo Humano. Perciben esa nueva desigualdad en que aparece la falta de equidad, de desarrollo ambiental, de educación, de previsión, de una agenda antiabusos. Es el desencanto que sigue a una promesa y a la prosperidad que desató expectativas sin lograr que se crearan los vínculos sociales de que habla el Papa.

Política es la palabra que más usa el Papa: 74 veces. Más incluso que dignidad. La política, dice, es la llamada a proteger la dignidad de las personas y ponerse al servicio del bien común. Este es el desafío que plantea el triunfo del Apruebo en el plebiscito, una oportunidad para que resurja la deliberación política, aunque las instituciones más desprestigiadas en el país sean las políticas y los políticos.

“¿Puede funcionar el mundo sin política?”, se pregunta el Papa. Su respuesta es: No. “Convoco a rehabilitar la política, una altísima vocación, una de las formas más preciosas de la caridad, porque es la búsqueda del bien común… Supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad individualista”.

El Apruebo puede entenderse como un clamor hacia la deliberación política, una oportunidad para construir una identidad no excluyente, un nosotros común desfigurado durante la transición, en parte debido al modelo que confió que solo el desarrollo económico recreaba y vitalizaba los lazos del tejido social fracturados con la dictadura.

La política debe atender ese interés social; debe llevar la dignidad humana al centro. Debe, dice, discutir sobre proyectos para el bien común, al margen del individualismo neoliberal y del aislamiento populista. Atender al interés social y entender la propiedad privada desde una comprensión inicial del destino común de los bienes. Propiciar una participación con los movimientos populares y estructuras de gobierno que incorporen a los excluidos en la construcción del bien común. Si no, la democracia se atrofia, se desencarna, porque margina al pueblo de la construcción de su destino. La política debe fortalecer los estados nacionales.

El texto papal da luces para interpretar el voto por el rechazo de las tres comunas emblemáticas de Santiago. Francisco alerta contra fijarse en una “memoria penitencial” que paraliza la apertura hacia el cambio. Es probable que el recuerdo aún vivo de la dictadura condicione formas de intolerancia, incluso racismo, impidiendo la capacidad de encuentro con el otro.

Es el reto a la nueva Constitución. Recrear una noción de Estado, como escribió Mario Góngora, construyendo horizontes de futuro y planificaciones que aspiren no solo a la igualdad, sino a abrirse hacia la diversidad para recuperar, dice Francisco, el sentido de la historia, superando el presentismo que impide que la historia medie entre los espacios de experiencia de las personas y sus horizontes de expectativa. Perder el miedo a la historia. (El Mercurio)

Ana María Stuven

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