Una luz en la penumbra, un bálsamo en medio de la aspereza, un breve reencuentro con los símbolos de la República. La partida de expresidente Sebastián Piñera ha golpeado el alma de Chile, ha generado emociones intensas, haciendo posibles hechos hasta ayer difíciles de imaginar: el abrazo cariñoso y acogedor del Presidente Gabriel Boric a Cecilia Morel en el aeropuerto; una de las muchas imágenes hermosas que dejó esta tragedia. Otra: la respuesta de la gente, haciendo fila durante horas a pleno calor para dar el último adiós a un presidente de la República.
Con todo, la pena de estos días ha tenido también una deriva política. El reconocimiento a la trayectoria de Sebastián Piñera, las palabras de Boric señalando que su sector había traspasado los límites de “lo justo y razonable” en su rol opositor durante el estallido social. Agregando que el expresidente siempre usó “los mecanismos de la democracia y la Constitución” para abordar los problemas públicos. Y sumándose a las palabras de Michelle Bachelet, quien destacó que Piñera solicitara observadores y un informe a la ONU sobre la situación de los DD.HH. en el contexto del estallido social.
Para muchos estos gestos pueden ser todavía tímidos ante a uno de los principales dramas que vivió el país en ese trance: la validación y la complicidad con el uso de la violencia política en democracia, precisamente por parte de los sectores que hoy integran el gobierno. Pero es innegable que hay valentía moral cuando se tiene claro que estos reconocimientos abrirán tensiones con la izquierda (desde el PC se llegó incluso a acusar al Presidente de “negacionismo”) y, más relevante aún, cuando estas expresiones de Boric y Bachelet vienen a poner la lápida a lo poco que quedaba en pie del imaginario octubrista.
Estos gestos y reconocimientos, el ambiente de respeto y reencuentro, ayudan sin duda en un momento particularmente complejo del país, con una crisis de seguridad que obligó ya a una reunión del Cosena y devastadores incendios forestales en la Región de Valparaíso. Con el mar de fondo de un largo deterioro institucional, una economía que lleva una década con niveles de crecimiento exiguos, en un país que no fue capaz de encontrar mínimos comunes para generar una nueva Constitución.
La trágica partida de Sebastián Piñera ha generado un destello, una pequeña luz de esperanza, que ahora requiere ser mantenida y cultivada, para no quedar solo en una anécdota. Los sectores de oposición deben acoger en la práctica el legado que dicen valorar y agotar los esfuerzos en función de la unidad. Y las fuerzas de gobierno tienen el gran desafío de poder hacer suyos el tono y los gestos que Boric y los expresidentes tuvieron el valor de realizar. En simple, mostrar que se puede aprender de los éxitos y de los errores. De lo contrario, el derrotero del país seguirá siendo el mismo que antes de las tragedias y dolores de esta última semana. Un país que, en un sentido muy profundo, sigue sin encontrarse.
Max Colodro