Un desafío para la formación universitaria

Un desafío para la formación universitaria

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Hace poco más de dos semanas falleció el destacado entomólogo, ganador de dos premios Pulitzer, Edward O. Wilson. Fue un pionero de la biología evolutiva, y su investigación y las publicaciones que originó ampliaron nuestros conocimientos en los más diversos asuntos, desde la comprensión del comportamiento de las hormigas hasta aspectos fundamentales de la naturaleza humana.

Fue un visionario en diferentes frentes y, por ello, a veces sus escritos generaron controversia y en otras ocasiones fueron cuestionados por simplistas. Con todo, esas ideas, a menudo, llevaron a nuevas preguntas y nuevos desarrollos en la ciencia. Su “Consilience”, publicado en 1998, fue uno de esos libros controvertidos: un esfuerzo por retomar ese propósito de la Ilustración de una teoría unificada del conocimiento desde disciplinas como la física hasta las humanidades.

Sin embargo, la idea de que todos los fenómenos tangibles, desde el nacimiento de las estrellas hasta el funcionamiento de las instituciones sociales, se pueden fundar en procesos materiales vinculados —más allá de cuán larga y compleja sea la secuencia— a las leyes de la física es débil. Por cierto, hay lazos. Después de todo, la creencia de que nuestro cerebro es una tabula rasa se ha ido diluyendo a propósito de diversos avances científicos, pero estos no parecen suficientes para sostener esa teoría.

Por ello, el libro no logra convencer de esta conciliación, pero aun así se pueden rescatar muchas y variadas reflexiones interesantes del texto de Wilson. Una, en particular, me interesa resaltar. El destacado entomólogo argumenta que perseverar en esa teoría unificada sería valioso solo por la posibilidad de fortalecer aún más las artes liberales como bloque fundamental de la formación universitaria. Estas son centrales en la experiencia de los estudiantes en Estados Unidos y crecientemente en Europa y Asia.

En el siglo XXI el mundo no será liderado, según el entomólogo, por personas que tengan un gran conocimiento e información especializados, sino por aquellas que demuestren otras habilidades. “Estamos ahogados en información, pero hambrientos de sabiduría. Por consiguiente, el mundo será liderado por sintetizadores, personas capaces de reunir la información correcta en el momento oportuno, pensar críticamente sobre ella y tomar decisiones importantes con sabiduría”, escribió (p. 294).

En el mundo de cambios vertiginosos que estamos viviendo, que traen no solo esta abundancia de información, sino también innovaciones disruptivas y transformaciones culturales y sociales profundas, una formación en artes liberales es aún más importante de lo que puede haber sido en el pasado. Si bien es posible imaginar, porque la teoría unificada propuesta por Wilson podría haberlas fortalecido, no es indispensable para reconocer su enorme valor.

A propósito de esa mirada, es necesario recordar el mal desempeño que tienen nuestros profesionales universitarios en pruebas internacionales (por ejemplo, Skills Matters de la OCDE) que se acercan a evaluar, entre otras dimensiones, las habilidades de procesamiento de información. La realidad es que no superan las de un obrero francés o alemán que no ha finalizado la educación secundaria.

El término Artes en la formación de pregrado que discutimos está pensado como habilidades, aquellas que permiten a los egresados universitarios ser libres, entre otros aspectos, de un conocimiento muy especializado. Este último puede no permitirles abordar, cuando sea necesario, un problema complejo con una mirada más amplia que interconecte distintos saberes para hacer frente a la nueva situación con más libertad.

Por cierto, en Chile las universidades deben entregar títulos profesionales y no pueden renunciar a que sus estudiantes adquieran los conocimientos y competencias fundamentales de la profesión que han elegido al ingresar a la universidad, pero exagerar en este camino y no abrir espacios para que los estudiantes tengan una formación más amplia y adquieran con más fuerza esas habilidades que, por ejemplo, desarrollan las artes liberales es renunciar a hacer crecer más a los jóvenes universitarios y brindarle al país profesionales más preparados para abordar los desafíos de este mundo que se transforma muy rápidamente. Además, las sinergias que se pueden producir combinando ambas formaciones son virtuosas.

Los desafíos que tiene Chile para innovar más y aumentar su productividad, por ejemplo, tienen en esta formación una respuesta mucho más contundente que muchas iniciativas alternativas. Las universidades tienen aquí una tarea impostergable.

Harald Beyer
Universidad Adolfo Ibáñez

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