La frase “que vivas en tiempos interesantes” es una “maldición china” inventada en Inglaterra, para aludir a períodos históricos de muchos cambios y alta intensidad, en los cuales ocurren transformaciones que cambian de modo permanente la vida de los seres humanos. Esos cambios incluyen realidades desconocidas, hallazgos científicos e invenciones tecnológicas que se traspasan luego a productos bélicos, a nuevas formas de producción y a procesos políticos trascendentes. Al final todos estos descubrimientos probablemente alargarán la vida y mejorarán la condición material e intelectual de los seres humanos; pero igualmente quienes los vivan tendrán grandes sobresaltos (de ahí la “maldición”) y, cuando todo eso sea parte de la historia, el período será evaluado con una mirada muy diferente de la que tuvieron los que lo vivieron en carne propia, con la excitación, el temor y la perplejidad que acompañan tantas transformaciones.
La digitalización, las tecnologías de la información, los avances genéticos, no sólo han transformado la economía, la cultura y la ciencia, sino también la vida cotidiana. Un par de décadas atrás muy pocas personas sabían lo que era una computadora; ahora van por la calle con un aparato portátil que les permite ingresar a redes y sitios invisibles, para conversar, comprar, trabajar y hasta relacionarse con personas en otros continentes y a las cuales no verán efectivamente en sus vidas. Ahora sí, vivimos en un mundo que, aunque todavía no es completamente global, llega a todos lados, y este rasgo es evidente hasta para quienes se rebelan contra él, usando por cierto las mismas redes de comunicación.
Se trata, en definitiva, de una Nueva Época, un período de carácter general, que se parece a otros que ya han ocurrido en la historia y transformado la existencia humana de manera duradera e irreversible. En ellos coinciden innovaciones de todo orden: científicas, culturales, económicas y políticas; positivas y también negativas. Pero lo dominante en estos procesos históricos es que todos ellos conllevan descubrimientos disruptivos, que provocan rupturas en la visión del mundo de su tiempo. La disputa por dominar el nuevo conocimiento y las aplicaciones que surgen de él, son la base del cambio de época en lo político y lo institucional. Los que dominen ese cambio, gobernarán el mundo que nace. Y es natural que eventos tan importantes o increíbles provoquen sobresaltos y cambios en la vida de la gente, mientras la realidad se acomoda a ellos y se resuelven los conflictos de predominio entre actores que buscan dominar la nueva realidad.
Este nuevo período de transformaciones sucede a otro, igualmente creativo. El siglo pasado, el “siglo corto” concluido con el fin de la Guerra Fría fue un período de enormes progresos y grandes contradicciones. El mundo cambió, en ese poco tiempo, más de lo que había cambiado durante toda la era cristiana. Según el Fondo de Población de la ONU, el mundo tenía, en pleno Renacimiento (año 1500), 500 millones de habitantes; en medio de la Revolución Industrial (1800) 980 millones; al concluir la Segunda Guerra Mundial (1950) 2.500 millones. Y en nuestro tiempo (2020) viven en el planeta 7.500 millones de personas, En los últimos setenta años la población mundial se ha triplicado y en los próximos 30 llegara a 8.910 millones de habitantes.
Al mismo tiempo la economía mundial vivió un crecimiento exponencial. Hace apenas 55 años el ingreso per cápita de todas las personas de este mundo se empinaba por sobre los 450 dólares americanos (dólar del año 2015); hoy ese ingreso per cápita mundial es de alrededor de diez mil dólares. Mientras la economía mundial se multiplicaba varias veces, nuevos descubrimientos permitían aumentar en casi tres décadas la esperanza de vida de los habitantes de la tierra; el analfabetismo disminuyó también sustantivamente y más naciones se incorporaron al desarrollo.
Las naciones independientes pasaron, de poco más de cincuenta que formaron las Naciones Unidas a ciento noventa y tres que integran hoy esa Organización, al centro de un sistema multilateral más complejo y completo. En realidad, el multilateralismo es probablemente el signo mayor de nuestra época en el plano internacional; iniciado aún en plena guerra con los acuerdos de Bretton Woods, que llevaron a la formación del Banco Mundial y el FMI, se extendió luego regional y sectorialmente en instituciones de política pública de gran envergadura. La creación de la Organización Mundial de Comercio, la Unión Europea, la OEA, la Unión Africana, la APEC, los Objetivos de Desarrollo del Milenio, el auge de las instituciones de derechos humanos, así como un sinnúmero de pactos comerciales y de inversión, parecían estructurar una sociedad mundial sin precedentes que, aunque basada en la coexistencia de estados independientes, parecía en condiciones de alcanzar un cierto grado de gobernanza global.
Vivimos hoy nuevamente “tiempos interesantes”. La humanidad se encuentra nuevamente, como ocurrió en el Renacimiento o con la Primera, o la Segunda Revolución Industrial, en un período en el cual se suceden de manera acelerada nuevos inventos que cambian nuestras vidas. No se trata de un pronóstico, sino de una realidad que ya está en pleno desarrollo.
Nunca el mundo había progresado tanto y tan rápido en la ciencia y la técnica. El crecimiento exponencial de la población mundial no es sólo atribuible al aumento de la natalidad, sino también al aumento sustantivo de la supervivencia. Mucha gente en el mundo vive mucho más hoy día, goza de mejor salud, tiene mejor nutrición, los adelantos de la tecnología facilitan la vida de los seres humanos y el progreso de la medicina ofrece condiciones de sanidad suficientes como para disfrutar de esos progresos. Las distancias se han acortado, las comunicaciones acercan a los habitantes del planeta, y la velocidad del cambio es asombrosa. La World Wide Web (www) tiene menos de 30 años y hoy vivimos conectados a ella el día entero, mientras algunos grandes inventos que nos habían provocado gran impresión, como el Palm o el Fax, han dejado de tener mayor vigencia.
La cantidad de inventos que se desarrollaron en los últimos años ha sido tan inmensa que realmente parece difícil hablar de un mismo mundo si comparamos el de hoy con lo que vivíamos hace tres décadas atrás, cuando recién terminaba la Guerra Fría. En la última década del Siglo pasado comenzaron a hacerse más evidentes los acontecimientos científicos y tecnológicos disruptivos que caracterizan los cambios de Época en la historia de la humanidad. La historia es siempre continua y no se presenta de la noche a la mañana; no podemos decir exactamente cuando ocurrió la disrupción. Pero sí sabemos que, si se compara lo que cada uno de nosotros cada día, hace no más de treinta años, con nuestra actividad diaria de hoy, la diferencia se muestra tan agresiva como lo fueron en su momento la llegada de la imprenta de tipos móviles y los descubrimientos de fines el Siglo XV, la máquina a vapor y el telar a mediados del Siglo XIX, y la luz eléctrica, el teléfono y el automóvil en la primera mitad del Siglo XX.
La Tercera Revolución Industrial tuvo su inicio con el paso de aparatos de cálculo electrónico, máquinas que realizaban cálculos a una velocidad desconocida, dejando de lado la “regla de cálculo” y las máquinas mecánicas de computación y que se fueron haciendo cada vez más pequeñas y manejables. Luego vino el “salto” a las PC, las computadoras personales, que cambiaban el lenguaje binario a un lenguaje común, permitiendo que cualquiera que pudiera manejar una máquina de escribir, acelerara su trabajo en magnitudes antes desconocidas.
La Era Digital se nos vino encima a toda velocidad, gracias a la incorporación de los “chips” y a la nanotecnología y de pronto nos encontramos en un mundo nuevo, cada cual con su PC. El temor inicial de que la digitalización provocara una disgregación del trabajo se superó rápidamente con la creación de redes de transmisión telefónica que permiten circular la información a una velocidad cada vez mayor. De la noche a la mañana el mundo comenzó a “navegar por Internet”, con unos aparatos cada vez más pequeños y fáciles de manejar, para la comunicación y la producción. Pronto vendría el “Internet de las cosas” y también nuestra vida cotidiana se transformaría de manera disruptiva, a medida que artefactos que en un momento parecieron logros increíbles (el fax, por ejemplo) eran superados en pocos años por desarrollos que hacen toda actividad cada vez más simple y veloz.
Lo más notable de la nueva Época es que, aunque su origen está en la digitalización y la comunicación electrónica, el proceso disruptivo se extiende a otros campos de la ciencia que también experimentan enormes saltos. La nanotecnología, la robótica, la informática, las biotecnologías, la física quántica y sus derivados técnicos inundan la producción de bienes, la salud, la información, el comercio, interactúan entre sí, para producir cada vez más nuevos artefactos y nuevos procesos, cambiando cada vez más nuestro propio lenguaje.
El número de patentes que se inscriben a diario aumenta de manera sideral año a año, a medida que la ciencia y la tecnología se expanden mucho más allá de lo que podíamos imaginar pocas décadas atrás. Este proceso acumulativo es de tal magnitud que ya se habla de una “Cuarta Revolución Industrial” para distinguir entre la Era Digital propiamente tal y una Época en la que la nueva ciencia inunda todos los campos del saber humanos.
El avance científico disruptivo es un rasgo esencial y casi siempre inicial de una Nueva Época. Luego ese avance se plasma en nuevas técnicas útiles en la creación de artefactos aplicables, la mayor parte de las veces de uso militar, que luego da paso a usos civiles. Normalmente la producción que se desarrolla a partir de esto genera competencia, entre personas y entre estados. En estos períodos la mayor competencia es por el predominio científico técnico; el supuesto es que quien domine mejor la ciencia y la tecnología de punta, está en la mejor posición para imponer hegemonía en aquella parte del mundo a la que pertenece.
Así fue con la Primera y Segunda Revolución Industrial. Y a comienzos de este siglo se sostenía que algo similar ocurrirá con la Tercera. Aparentemente, el protagonista de la Segunda, Estados Unidos se encontraba de nuevo en la cúspide. Su avance tecnológico con el Internet parecía incontrarrestable y ello parecía dar nueva fuerza a su economía, a su poder militar y también a su ascendiente político. Se proclamó en esos años de comienzo del siglo, la existencia de un mundo unipolar. Y, por tanto, correspondía a Estados Unidos liderar el mundo, asumir la carga de su hegemonía e imponer sus condiciones.
Desde entonces, sin embargo, otros actores entraron en la competencia por el predominio científico, con bastante éxito. China ha pasado a ser una potencia científico-técnica de primer nivel, en abierta competencia con Estados Unidos. En múltiples áreas, como la tecnología 5G, la comunicación quántica, los drones, el reconocimiento facial y de voz, pareciendo estar incluso en la delantera y compite con fuerza en áreas industriales como las energías renovables, el uso comercial del Internet, y el equipamiento industrial y electrónico. Y aunque Estados Unidos sigue liderando en áreas claves como la inteligencia artificial, la biogenética y los semi conductores, y su mayor capacidad militar-industrial no está en riesgo, la contienda por la supremacía ya está trabada. El país o alianza de países que sea capaz de dar forma al uso de las grandes tecnologías emergentes -la Inteligencia Artificial, la computación quántica, la biotecnología, la manipulación genética (CRISPR) y las telecomunicaciones toma la ventaja en esta Nueva Época, como ocurrió con quienes dominaron la ciencia y la tecnología en los anteriores cambios de Época. Algunas de estas transformaciones atemorizan a sus propios creadores: la posibilidad de una “inteligencia artificial” que no sólo ayude a los seres humanos en su empleo y su vida personal, sino que sea capaz de trascenderlos, ha hecho dudar a muchos de quienes antes la promovían. Lo mismo ocurre con algunos otros desarrollos en las ciencias espaciales o la genética.
Pero tras estos cambios, las relaciones de poder siguen siendo un aspecto fundamental del cambio histórico. La realidad internacional sigue hoy constituida por Estados Nacionales de muy diversa envergadura económica, geográfica y militar. Nada indica que esos actores centrales estén dispuestos a ceder ese predominio en favor de todos o algunos de los 193 estados que forman las Naciones Unidas o a adoptar decisiones que perjudiquen claramente a sus mandantes para reparar las evidentes diferencias en la distribución del poder en el mundo. Por cierto, existen nuevos actores no nacionales, que deben adaptarse al cambio o enfrentarse con él: la tensión creciente, entre las grandes empresas tecnológicas de Estados Unidos, China o la Unión Europea, ha sido puesta de relieve muchas veces; y la forma en que se llegue a un consenso sobre ellas, como ocurrió en otras épocas, dando importante peso al derecho internacional, son parte del escenario disruptivo que hoy enfrentamos.
Las tendencias proteccionistas, el incumplimiento de pactos recientes en asuntos cruciales como el medio ambiente, la tensión cada vez mayor en el Medio Oriente, el surgimiento de ideologías nacional populistas de derecha, el debilitamiento de Naciones Unidas y la inacción de la OMC, son todos signos preocupantes que afectan al sistema internacional. Puede decirse que han existido a lo largo de tres cuartos de siglo, graves desafíos al orden internacional. Pero existe una gran diferencia: en esos casos los desafíos eran producto de la Guerra Fría y la rivalidad militar e ideológica que trajo consigo la Guerra Fría; o del surgimiento convulso del Tercer Mundo como producto de la descolonización. Los desafíos actuales se generan en los países centrales del orden global y ponen en cuestión acuerdos o instituciones que constituyen la real expresión de ese orden. (El Líbero)
José Miguel Insulza



