Terrorismo y cuentos de hadas

Terrorismo y cuentos de hadas

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Han pasado dos semanas desde la frustrada explosión de un paquete bomba dirigido al ex ministro del Interior Rodrigo Hinzpeter y el sorprendente silencio de parte importante de la dirigencia política de nuestro país resuena casi tan fuerte como el estallido de una bomba. Si bien el fallido atentado ha dado lugar a cierto debate sobre las urgentes necesidades en materia de inteligencia policial, e incluso a la aprobación de una ley corta que modifica en ciertos aspectos procesales la Ley Antiterrorista vigente, sorprende la débil reacción social y política frente a este grave hecho.

Es evidente que el ensordecedor silencio en el caso del ex ministro Hinzpeter, trasunta una débil comprensión de la gravedad del fenómeno terrorista. Hay en ello una suerte de indiferencia, minimizando tácitamente el hecho, del mismo modo que en Chile se minimizó el atentado a la AMIA, en la vecina Argentina 25 años atrás. Una suerte de mecanismo cognitivo de negación y aislacionismo en virtud del cual Chile sería inmune al terrorismo tanto doméstico como internacional.

Lo anterior es especialmente grave toda vez que precisamente el objetivo de todo acto terrorista es socavar la convivencia y los valores propios del contrato social que nos vincula. En este sentido es fundamental tener la capacidad de identificar la esencia de todo acto terrorista.

Un acto terrorista busca intimidar por medio del uso de la violencia, pero no para subyugar o imponer sus propias ideas y valores, sino que derechamente aniquilar las ideas y valores del otro. Hay en ello lo que Tzvetan Todorov denomina “pulsión bárbara”, esto es, la capacidad de despreciar la humanidad de los otros. El impacto político del acto terrorista radica entonces en la inseguridad que introduce en la vida cotidiana de cada uno de nosotros, en el temor que nos genera. Por lo mismo el terrorismo triunfa en la medida que la ansiedad, la falta de solidaridad, el desprecio y el miedo se propagan, debilitándose las convicciones propias de un estado de derecho.

Enfrentar el flagelo del terrorismo en una democracia requiere no solo de leyes apropiadas sino por sobre todas las cosas, de una sociedad vigorosa y comprometida, que repudie cualquier manifestación de violencia terrorista, y no tolere las conductas de incitación a la violencia que muchas veces preceden al acto terrorista por la vía de deshumanizar o deslegitimar a las eventuales víctimas. Minimizar o actuar con indiferencia frente a lo ocurrido solo empodera al victimario y debilita nuestra democracia. Con razón Freud prevenía en “El malestar en la cultura” que hay que estar atentos a la pulsión bárbara, porque tenemos la tendencia a disimularla de forma espontánea. “Los que prefieren los cuentos de hadas hacen oídos sordos cuando se les habla de la tendencia innata del hombre a la ‘maldad’, a la agresión, a la destrucción, y por lo tanto a la crueldad”.

Gabriel Zaliasnik/ La Tercera

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