Tabichi: un buen ejemplo

Tabichi: un buen ejemplo

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Cuando compartía (en un inglés bastante poco ortodoxo) sus experiencias de docente en una aldea de su natal Kenia y de cómo logró hacer florecer la autoestima de sus alumnos a través de la física, el silencio en el Teatro Municipal de Las Condes era conmovedor. En la ocasión, Elige Educar y revista Sábado convocaron a los chilenos a escuchar a Peter Tabichi, el Mejor Profesor del Mundo 2019, elegido como tal por Global Teacher Prize.

¿Qué lecciones podía darnos este profesor originario de un país de África cuyo ingreso per cápita no alcanza los US$ 3.500, con severos problemas entre etnias y que recién entera el medio siglo de independencia de Gran Bretaña? A primera vista, pocas. Sin embargo, nos desconcertó. Entre las preguntas del público, hubo una que buscaba conocer la opinión del keniata frente al paro de profesores en Chile. Entonces, sin evasiva alguna, Tabichi (que es hermano franciscano y tiene 36 años) le hizo ver que —desde su mirada a la educación— el profesor no puede jamás darles la espalda a sus alumnos, aun a costo personal.

Tabichi es uno de los 12 profesores de la escuela secundaria Keriko, que tiene 700 estudiantes, de los cuales un tercio son huérfanos. Una vez por semana lleva a sus alumnos al cibercafé de la aldea, entonces revisan y guardan contenidos que después descargan en el único computador del colegio, que no está conectado a wifi. Así y todo, un grupo de jóvenes —tras un arduo trabajo en el Club de Ciencia del establecimiento (que no tiene agua potable)— participó en la Feria Internacional de Ciencia e Ingeniería de Estados Unidos y ahí obtuvieron un premio de sustentabilidad de Naciones Unidas.

“Lo que me hizo convertirme en profesor fue ver que enseñar es algo que puede transformar las vidas de las personas. Los profesores tenemos que estar conscientes de que enseñar es muy importante, porque desbloqueamos el potencial de los jóvenes y los hacemos constatar que sí tienen talentos. Yo soy muy optimista y les veo un gran futuro a mis estudiantes”.

Hasta ahí la convocatoria del “Nobel de la Educación”. Ahora nos toca a nosotros: los cerca de 230.000 profesionales que trabajamos en las salas de clases de Chile. ¿En qué estamos? Por sobre todas las precariedades en las que nos toca desenvolvernos, ¿confiamos en que nuestra tarea cotidiana, muchas veces anónima, muy poco reconocida y validada socialmente, tiene la capacidad de movilizar existencias?

¿Qué pasaría si revertimos la historia y —además de estar prestos a manifestar nuestras demandas (muchas veces legítimas)— nos hacemos cargo de la responsabilidad que significa educar? En una de esas, una actitud nuestra valiente, de “mangas arremangadas” y proactiva obligue a la sociedad nacional a reconocer la verdadera relevancia de los profesores en la construcción de un país más justo e integral. Así, como culminaba Cristián Warnken su notable columna en este mismo diario hace unos días, podamos todos decir que somos profesores, y ¡a mucha honra! Para ello, cuenten —siempre— con Fundación Futuro.

 

Magdalena Piñera/El Mercurio

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