Superioridad moral

Superioridad moral

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Hay muchos que se atribuyen en la izquierda cierta superioridad moral. Argumentan que una supuesta defensa de la justicia social a lo largo de la historia o la lucha contra Pinochet son razones suficientes para acreditar sus convicciones democráticas o rectitud de intención. No obstante, la porfiada realidad nos entrega habitualmente una serie de ejemplos que en su conjunto sólo vienen a ratificar que dicha legitimidad no es más que un mito urbano.

Todos hemos escuchado a más de algún analista político de izquierda hacer llegar sus felicitaciones públicas a RN -y más recientemente a la UDI- por la modernización de sus estatutos partidarios. Han dicho campantes que “ahora sí la derecha ha comenzado a democratizarse, ya que se suma a un mundo moderno que no tolera regímenes dictatoriales”. Esta aseveración, dicha desde algún pedestal, contrasta fuertemente con la realidad que vive una izquierda obnubilada por dictaduras como la cubana, la venezolana o la nicaragüense. Se reúnen en La Habana, se congratulan, celebran a sus dictadores y avalan su represión.

Quizá algunos criticarán esta fundamentación diciendo que son casos extremos, utilizando el típico cantinfleo leguleyo de “si bien es cierto, no es menos cierto” que existe inestabilidad en todo el mundo político en dichos países, que el imperialismo o que han ganado ampliamente las elecciones (obviando que no fueron libres, justas y en igualdad de condiciones), que es una democracia distinta. Todo vale para legitimar sus dictaduras y justificar la represión contra sus pueblos. Aunque se concedieran esos puntos, en el contexto latinoamericano existen otras situaciones graves que hablan de la debilidad en las convicciones democráticas de algunas figuras de la izquierda.

El mejor ejemplo es el bochorno vivido a propósito de la carta de la ex Presidenta Michelle Bachelet y otros personeros de su sector apoyando al encarcelado ex Presidente Lula da Silva, condenado por corrupción. ¿Cómo es posible hacer gárgaras con el supuesto nulo convencimiento democrático del adversario político y, al mismo tiempo, criticar públicamente el estado de derecho de un país hermano, como Brasil, cuando sus instituciones democráticas funcionan?La Corte Suprema carioca cumplió su deber al condenar los delitos cometidos incluso por un ex mandatario, pero la izquierda internacional exige que Lula se salte la ley y sea candidato igual. Como si las urnas pudieran otorgarle una indulgencia plenaria o un indulto popular. Así las cosas, pareciera que la convicción democrática de la izquierda es muy fuerte, mientras le convenga.

Por otro lado, tampoco existiría infalibilidad axiomática en la izquierda a la hora de atribuirle una sacrosanta lucha por la justicia social, los derechos de las personas o el respeto a las mujeres y los pueblos originarios. Los hechos han demostrado que una política económica moderna promueve el desarrollo de las personas, la creatividad, el fomento del emprendimiento, la generación de mayores oportunidades y la creación de valor conjunta entre el Estado y los privados a través de la colaboración. Por el contrario, cuando escuchamos las propuestas de la izquierda, siempre se reducen a las mismas ideas añejas y sesenteras. Incluso la ex candidata presidencial del Frente Amplio, coalición política autoerigida como la renovación de su sector, se ha encargado de decirle a todo quien quiera escucharla que no comparten el modelo de desarrollo que ha llevado a Chile a su mejor momento de bienestar social en toda su existencia. ¿Y qué propone como alternativa? Más Estado, más impuestos, más lucha de clases. Es decir, políticas que han fracasado una y otra vez a lo largo de la historia universal.

Otra contradicción la encontramos en la enarbolada defensa de las mujeres o los pueblos indígenas. Hace pocos meses no faltaban las voces de izquierda que rasgaban vestiduras frente a cualquier frase, gesto o mirada de figuras de la centroderecha, para condenar supuestas actitudes misóginas. Los mismos guardaron un riguroso silencio -o incluso lo apoyaron públicamente- cuando salieron a la luz los destemplados comentarios de figuras culturales o políticas de izquierda que abiertamente maltratan verbalmente a varias mujeres, así como vilipendian al pueblo Rapa Nui. ¿Por qué? Porque era un correligionario. Eso lo absuelve, o mejor guardar silencio.

La última de las incongruencias de la nueva izquierda, conocida esta semana, es la más anecdótica. No obstante, pareciera reflejar mejor la realidad desapegada de la ciudadanía que vive ese sector político. Supimos que el partido Revolución Democrática, el más exitoso del Frente Amplio y cuyo líder histórico es el diputado Giorgio Jackson, presentó como gastos de campaña ante el Servicio Electoral boletas de cervezas, bidones de vino, asados parrilleros y hasta un traje de baño. Los mismos que se promocionan como los destinados a refundar la política, estaban tratando de pasarse de listos. Aquellos que se creen mejores porque no usan corbata, también querían que el Servel les pagara el carrete.

Teniendo a la vista todos los antecedentes, no quisiera defender el punto de que la derecha es mejor, pero sí intentar responder a la pregunta inicial: ¿Superioridad moral? Ninguna. (El Líbero)

Jorge Acosta, Director Ejecutivo Instituto Res Publica

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