Chile lleva ya un buen tiempo de bajo crecimiento económico. Una consecuencia quizás poco discutida de este estancamiento es la penetración de una lógica de suma cero: un mundo sin crecimiento es uno donde las ganancias para un individuo o grupo se producen a costa de otros.
En un estudio reciente, Chinoy et al. (2025) llaman a la visión de mundo basada en esta lógica “mentalidad de suma cero” y muestran que ella es determinante en las preferencias políticas. Por una parte, quienes creen que los beneficios de algunos son siempre a costa de otros favorecen más la redistribución y las políticas de acción afirmativa. Por otra, son más contrarios a la inmigración, porque con una torta fija, si hay más bocas, menos toca.
Usando encuestas a 92 mil personas en 72 países, los autores muestran que las tasas de crecimiento experimentadas durante los primeros 20 años de vida marcan fuertemente el grado de mentalidad de suma cero: quienes se criaron en países que crecían, se caracterizan por visiones de suma positiva, propensos a imaginar escenarios donde todos ganan, mientras que a quienes se criaron sin crecimiento les cuesta concebir que haya ganancias sin perdedores.
¿Es la mentalidad de suma cero un problema? Por supuesto, hay muchas situaciones donde unos ganan a costa de otros y la preocupación por los perdedores está frecuentemente justificada por razones humanitarias o de justicia (aunque también puede, frente a los cambios, condenarnos al statu quo). Pero una mentalidad de suma cero sin matices introduce, creo, una lógica confrontacional que resulta nociva para la cohesión social e impide el diálogo político. A fin de cuentas, es difícil relacionarse y confiar en los otros cuando se les ve indefectiblemente como meros competidores por un recurso escaso. El estudio de Carvalho et al. (2023) asocia, también, los entornos de suma cero al surgimiento de la envidia, de la sobrevaloración de la suerte e incluso de la creencia en el mal de ojo, todas formas de pensar que desmotivan el esfuerzo.
Mucho más en concreto, el comprehensivo trabajo reciente de Osvaldo Larrañaga muestra que, sin crecimiento económico, con la deuda pública actual y las presiones fiscales de una población que envejece vertiginosamente, no será posible sostener el ritmo creciente que nuestra política social ha llevado en las últimas décadas, pese a su reconocido efecto redistributivo. Los próximos avances en redistribución necesitan ya sea de crecimiento, ya sea de un mejor uso del gasto público —es decir, requieren buscar la forma de sumar más que cero.
No tenemos datos como para saber si en este Chile que crece lento se está exacerbando la mentalidad de suma cero. De todos modos, será interesante ver hasta qué punto la campaña presidencial que viene se inscribe en una visión del mundo definida exclusivamente por el enfrentamiento entre ganadores y perdedores. (El Mercurio)
Loreto Cox



