Síndrome de Estocolmo, del shock a la admiración

Síndrome de Estocolmo, del shock a la admiración

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Hace escasos días, se recordó un episodio que cambió por completo la visión que se tiene del terrorismo en particular y de muchas facetas de la vida política en general. El 4 de febrero de 1974, un desconocido Ejército Simbiótico de Liberación (ESL) secuestró a Patricia Hearst, la rica heredera de un imperio de medios de comunicación formado a fines del siglo 19 en Estados Unidos por su abuelo William Randolph Hearst (el mismo que Orson Welles inmortalizó en Citizen Kane). Exigían la liberación de dos dirigentes presos y que la multimillonaria familia distribuyera US$400 millones entre los más necesitados de California. El ESL reivindicaba la lucha de clases.

Tras dos meses de infructuosa búsqueda policial, la veinteañera, que estudiaba en Berkeley, dejó en shock a su familia, al establishment estadounidense y al mundo al emitir un comunicado señalando que comprendía a sus captores y que se unía a su causa. Pedía que se le llamara Tania (en homenaje a la compañera de Ernesto Guevara) y se despedía con un “Patria o Muerte, Venceremos” junto a una foto empuñando una ametralladora. Dos meses más tarde, un comando armado del ESL asaltaba el Hibernia Bank en San Francisco. Una de las integrantes era Patricia Hearst, convertida en Tania (en la foto). Nacía el Síndrome de Estocolmo.

Desde entonces, se hicieron visibles los casos en que, pasado el shock inicial, las víctimas empiezan a simpatizar con quienes los han capturado como rehenes. Enseguida viene la admiración e incluso vínculos afectivos.

El origen de la denominación se remonta a un episodio ocurrido muy poco antes del secuestro de Patricia Hearst. Fue en 1973 cuando un asaltante de poca monta, llamado Jan-Erik Olsson, sin motivaciones políticas, mantuvo a varias personas como rehenes en un banco en la capital sueca. Finalizado el asalto, ocurrió lo impensable. Una de las víctimas lo defendió ardorosamente ante la policía y los tribunales. La Justicia se declaró incompetente y remitió los antecedentes al prestigioso Karolinska Institute. Recomendaba que fueran estudiados por sicólogos y siquiatras.

El profesor sueco Nils Bejerot dirigió aquella primera investigación sobre este inusual comportamiento. Estudios posteriores del siquiatra estadounidense Frank Ochberg, orientados a los factores predisponentes, permiten sostener que se trata de una condición de grave alteración del pensamiento que lleva a procesar de manera confusa la trágica experiencia, desarrollando, entre otros, una amnesia severa. Se calcula que el 8% de las víctimas lo termina padeciendo. La novedad del caso Patricia Hearst es que, por vez primera, se documentó su incardinación con la política. El ESL era guevarista.

Desde entonces, se ha observado una enorme cantidad de casos en diversas partes del mundo, aunque mayoritariamente en América Latina. Aquí, como buena tierra que vio nacer el realismo mágico, se dan por lejos los más impensados y sorpresivos. Muchas veces por el morbo que registra, otras debido a su espectacularidad, o simplemente por haberse transformado en vistoso motivo literario.

En el peldaño superior de una escala de morbosidad, se encuentra sin lugar a dudas el bebé concebido en su largo cautiverio por la candidata a Vicepresidenta en Colombia, Clara Rojas, quien había sido secuestrada por las FARC en 2002. Padre de la criatura era el guerrillero que oficiaba de guardia. Hija de una pudiente familia bogotana, Rojas se volvió una entusiasta de la política gracias a su amiga, Ingrid Betancourt, con la que fundó el Partido Oxígeno Verde. Una colectividad llena de ingenuidades y buenas intenciones. Aspectos de la tragedia los relata en su autobiografía Cautiva, publicada en 2009. En deuda con los lectores se mantiene, sin embargo, lo más escabroso.

En tanto, por espectacularidad destaca el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born -herederos de la entonces poderosa agroindustrial argentina Bunge&Born- a manos de los Montoneros en un ya lejano 1975. Estos exigieron US$60 millones de la época. La familia dudó, pero finalmente pagó. Aquella friolera suma significó, sin embargo, el fin del grupo guerrillero peronista. Los Montoneros se hundieron en un fango de intrigas y disputas por el destino del dinero. Al parecer otras urgencias surgieron como más apremiantes que la lucha de clases. Entre rencillas y pendencias, la facción que lideraba Rodolfo Galimberti optó por abandonar la lucha armada. Su líder, quizás marginado del suculento botín, tomó entonces la obscena decisión de contactar a su antigua víctima. Jorge Born demostró estar aún bajo los efectos de la ruda experiencia y no sólo lo contrató en su empresa, sino que asistió a su matrimonio. María O´Donnell, autora de El Secuestro de los Born, adjudica la espectacularidad caso al monto pagado, nunca superado. Equivalente a US$250 millones al día de hoy.

En los detalles de este caso retumban las premonitorias palabras de Ortega y Gasset en La Rebelión de las Masas, en el sentido de que más que la división en clases, lo central es la clase de personas que habita una sociedad o da vida a un conglomerado humano.

La gran pregunta que surge entonces es qué puede llevar a las personas sometidas a situaciones políticas extremas e inesperadas, a terminar simpatizando con sus victimarios y muchas veces admirándolos. ¿Será el estrés?, ¿la soledad?, ¿la desesperación?, ¿el miedo al futuro?, ¿la incomodidad de sentirse rehén de alguien o de algo incontrolable? Todo apunta a que, sometido el individuo a tensiones extremas, se desarrolla inicialmente un mecanismo inconsciente de auto-defensa para luego pasar a una etapa en que “comprende” la perspectiva del captor y enseguida la asume. Una especie de compenetración con lo mefistofélico. Sympathy for the devil, reflexionó quizás Patricia Hearst en su celda.

Resumiendo, tras 45 años, el concepto ha devenido en uso común también en el análisis político. En muchos países se suelen extender estas rudas experiencias a los bruscos giros conductuales y  argumentativos que se observan en el escenario político. (El Líbero)

Iván Witker

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