Sin defensas frente a las crisis macroeconómicas no hay desarrollo

Sin defensas frente a las crisis macroeconómicas no hay desarrollo

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Una de las constantes de nuestra historia económica de casi todo el siglo XX fueron las crisis económicas. Vivíamos con desequilibrios macroeconómicos y sufríamos sus graves consecuencias: inflación, crisis externas, desempleo y estancamiento o lento crecimiento.

Cada crisis significaba pérdida de empleos, de ingresos y luego varios años para llegar al punto previo a la crisis. Así el país no lograba progresar.

Vivíamos, en cambio, tratando de detener la inflación. Un flagelo prácticamente desconocido para las nuevas generaciones y olvidado por muchos.

La última vez que el país tuvo inflación de dos dígitos fue en 1993, hace casi treinta años. En cambio, en 46 de los cincuenta años previos a 1993, la inflación superó el 10%. Sufrimos descontrol inflacionario con alzas superiores al 70% anual en 1954 y en 1955 y al 45% en 1963. Sufrimos hiperinflación en 1972-1973, y en cada año entre 1972 y 1976 la inflación anual superó el 150%.

Éramos un ejemplo perfecto para los estudios sobre el desarrollo que ha realizado el premio nobel de economía Douglas North: “Los países de menores ingresos lo son no porque crezcan más lento cuando lo hacen. Son pobres porque experimentan más años de crecimiento negativo y caídas más profundas en esos años”.

El origen de estos desequilibrios eran nuestras propias políticas, las que se sumaban a la incapacidad para enfrentar los de origen internacional.

En las últimas tres décadas, esos desequilibrios quedaron en el pasado. El sólido manejo macroeconómico ha sido una característica destacada por todos los análisis del desempeño económico de este período.

Dos bases explican la fortaleza macroeconómica lograda desde la vuelta a la democracia. Primero, la convicción sobre su importancia, partiendo por los legisladores, autoridades políticas y líderes de opinión. Convicción formada por el alto costo que tenían las crisis macroeconómicas, de las cuales la inflación era uno de los dolorosos resultados.

Segundo, la institucionalidad. Menciono dos aspectos que resultan esenciales: Iniciativa exclusiva del Presidente de la República en todo lo que afecta a gastos, impuestos, seguridad social y endeudamiento público. Así lo acordó el Congreso Nacional en 1969. Después de un debate de años reconoció el altísimo costo que tenían sus iniciativas desordenadas y desmedidas y aceptó reformar la Constitución y limitar sus atribuciones, aprobando las normas que se mantienen hasta hoy.

Lamentablemente, una mayoría de los actuales legisladores están dispuestos a pasar por encima de la norma constitucional, destruyendo las bases para el buen manejo fiscal y macroeconómico.

El otro componente institucional es el respeto por la independencia y el manejo profesional de la política monetaria. Desafortunadamente basta escuchar a algunos diputados referirse a los informes del Banco Central para ver cómo esto también se erosiona.

Es urgente detener este declive en las convicciones y en el respeto de la institucionalidad.

Hace seis años el país dejó de crecer por encima de los pares de América Latina. Aun así, mantuvo en lo esencial su buen manejo macroeconómico, dejándonos en condiciones de hacer las reformas necesarias para retomar el crecimiento.

Si seguimos debilitando el respeto por la institucionalidad y la prioridad de los equilibrios macroeconómicos, destruiremos esta base indispensable para cualquier camino que pretenda el desarrollo.

No hay desarrollo posible cuando se destruyen las defensas frente a las crisis. Cuando ello ocurre, toda la atención se concentra en el corto plazo y en combatir la incertidumbre y sus graves efectos.

José Pablo Arellano M.

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