Bajo un sol abrasador, Maciel Oliveira, de 19 años, camina dos horas, paraguas en mano, a través de dunas de arena fina y clara. El entorno se asemeja a un desierto. Hace hace dos meses, en ese mismo punto, el joven cruzaba el río Solimões a bordo de una rabeta, una de las típicas canoas motorizadas omnipresentes en el Amazonas.
Hoy, muchas de ellas permanecen varadas o abandonadas, a la espera de que los ríos vuelvan a llenarse, algo que, según los expertos, no ocurrirá antes de diciembre. Esto supone no solo la sequía más dura del lugar, sino también la más larga, lo que amenaza la supervivencia del bioma tal y como lo conocemos.
60 de los 62 municipios del estado de Amazonas, así como prácticamente todas las comunidades rurales, se ubican a orillas de ríos, arroyos y lagos. La gran dependencia de la población de estos cursos de agua explica que la emergencia no sea solo medioambiental, sino la crisis humanitaria más grave vivida recientemente en la Amazonia Occidental.
Incluso la seguridad alimentaria de la población se ve amenazada, porque los alimentos tienen que venir de lejos debido a la dificultad de producirlos en muchos lugares. Ante este panorama, el gobierno estatal está considerando la posibilidad de desalojar a comunidades enteras que viven de la agricultura familiar en las zonas inundables de los principales ríos.
El Gobierno federal estima que cerca de 500.000 personas se verán afectadas por la sequía de este año en el norte. La Defensa Civil de Amazonas afirma que 450.000 ya se han visto afectadas. Según el secretario de Medio Ambiente de Amazonas, Eduardo Taveira, la sequía más intensa y prolongada puede hacer imposible mantener la agricultura familiar tradicionalmente desarrollada en zonas fértiles a orillas de los ríos.
«Tendremos que desplazar comunidades enteras de zonas que pasarán a ser totalmente improductivas», afirma Taveira. «Vamos a tener que adaptar todo el ciclo de ciertos cultivos, como la mandioca y las hortalizas, a una realidad de secano, dependiente de fertilizantes y otros insumos caros».
ANTES EN BARCO, AHORA EN MOTO
Uno de los agricultores familiares amenazados es Eristiano Marinho, vecino de Maciel Oliveira en la comunidad de Porto Praia. Desde hace un mes, Marinho transporta cestas con hasta 50 kilos de plantas de plátano de una orilla a otra del río, cruzando la playa de arena que las separa. Hace 26 años, Oliveira y su familia se trasladaron de una orilla a otra, debido al cambio climático que ya percibían.
«De repente, el lugar empezó a inundarse y a secarse más. Todo cambió. Y la solución era marcharse», dice el agricultor, que aún utiliza la zona para plantar cuando no está inundada por las aguas del río Solimões.
Desde Porto Praia, donde vive, hasta Tefé ya no hay transporte. Hoy en día, la única forma de ir de Alvarães a Tefé es en moto, pero solo cuando no llueve y el lecho del lago está seco. Cualquier humedad convierte el suelo arcilloso en un lodazal, todo un reto incluso para experimentados conductores de mototaxi.
El lago Tefé, antaño santuario de dos especies de delfines en peligro de extinción – el delfín rojo de río y el tucuxi – ha sido escenario de una de las mayores tragedias para la fauna amazónica durante la estación seca. Alrededor del 10 por ciento de la población local de 1.500 animales murió entre finales de septiembre y principios de octubre de 2023. Con el fin de indagar en lo sucedido, investigadores de todo el país, liderados por el Instituto Mamirauá, han creado un grupo de trabajo para rescatar a animales muertos o que aún viven, pero con estrés.
El río Solimões no es el único afectado. Todos los grandes ríos de la selva, afluentes del Amazonas, sufren la actual sequía. El río Madeira está 30 centímetros por debajo del nivel más bajo jamás registrado, lo que dificulta la actividad de las presas hidroeléctricas a lo largo de su recorrido. El río Negro en Manaos alcanzó su nivel más bajo en 117 años, cuatro centímetros por debajo del mínimo anterior de 2010.
COMUNIDADES MAL COMUNICADAS
Un pequeño puente de madera improvisado sobre el arroyo Tarumã-Mirim conecta la comunidad de Nossa Senhora de Fátima con el resto del mundo. Los transbordadores, lanchas rápidas y otras embarcaciones que solían atracar en el puerto de la comunidad, ahora hacen escala a dos kilómetros de distancia. Desde allí, el viaje a Fátima y a las comunidades vecinas se hace en moto.
Una de estas comunidades, São Sebastião, está llena de casas vacías a lo largo de sus siete calles. Quienes tenían algún sitio adonde huir, se han ido. Solo quedan las personas más resistentes o aquellas a las que no les queda otra alternativa.
Entre ellas, hay una pequeña propietaria preocupada por la salud de sus plantas, que les proporcionan a ella y a su marido alimento suplementario. Desde su casa a orillas del Igarapé, Teresa Bulhões, de 71 años, suspira mientras observa las pequeñas rabetas que pasan a su lado. «Solo por ir a los barcos de la entrada del río Negro, cobran 50 reales. ¿Cómo voy a pagar eso con mi sueldo de jubilada?», se pregunta. «Estamos totalmente abandonados, porque no hay paso por la carretera, o hay que coger una rabeta y aventurarse entre las rocas y los tocones de madera», se queja.
Ni siquiera la recogida de basuras llega a estas comunidades. La pequeña balsa que se utiliza para la basura lleva desde agosto sin retirarse, cuando encalló en el arroyo vacío. La única razón por la que no está más llena es porque gran parte de la población quema sus desperdicios. Esta práctica, habitual en las zonas rurales, es especialmente arriesgada durante la estación seca y es la causa de algunos de los casi 2.800 incendios en la Amazonia registrados solo en octubre, en los que se ha quemado una superficie equivalente a casi toda Suiza.
CALENTAMIENTO GLOBAL
Y la situación podría ponerse aún más crítica: «Es probable que la llegada de las lluvias aquí se retrase al menos hasta diciembre, y esto es muy grave, porque si sumamos esta estación seca al número de incendios, tendremos árboles muriendo de sed, básicamente muriendo de pie por falta de agua», dice según el investigador Philip Fearnside, del Instituto de Investigación de la Amazonía (INPA) e integrante del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) que ganó el Premio Nobel de la Paz en 2007.
Según el biólogo, que vive e investiga la Amazonía desde hace 40 años, la combinación de acontecimientos únicos ha provocado sequías simultáneas en todos los grandes ríos de la región.El fenómeno El Niño de 2023 es el más fuerte de los últimos 40 años y afecta no solo a la costa oriental, sino también a la zona central del océano. Además, se está produciendo un fuerte calentamiento del Atlántico al norte del ecuador, sin que se enfríe su parte sur, lo que provoca graves sequías en la mitad meridional de la selva. «El IPCC ya ha demostrado que el aumento de la frecuencia e intensidad de las lluvias de El Niño está relacionado con el calentamiento global, causado por la población humana», alerta Fearnside.
AIRE TÓXICO
La mayor fuente de emisiones de gases de efecto invernadero en Brasil no son las grandes ciudades, sino la deforestación y la quema de ecosistemas naturales, especialmente la Amazonía. Fearnside afirma que este año hay muchas posibilidades de que se produzcan grandes incendios forestales, que podrían devastar la selva mucho más rápido que la propia deforestación.
En las últimas semanas, Manaos ha revelado al mundo la magnitud del problema. En el corazón de la selva y a miles de kilómetros del llamado «Arco de Fuego», donde suelen concentrarse los incendios, la capital amazónica duerme y se despierta con un manto de humo sobre la ciudad.
Ante la imposibilidad de luchar eficazmente contra los más de 500 focos de incendio activos solo en sus alrededores, las autoridades recomiendan el uso de mascarillas y piden a la población que evite el ejercicio físico al aire libre. Esto es imposible para los cientos de trabajadores que se ganan la vida cargando y descargando productos en el puerto, que esta semana se ha convertido en el segundo más tóxico del mundo debido a la contaminación. Además de la sequía, el calor, la falta de agua y electricidad y los incendios, la población se enfrenta ahora a colas para el tratamiento de enfermedades respiratorias, que han aumentado hasta un 40 por ciento. (DW)