Separando la paja del trigo

Separando la paja del trigo

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La izquierda en el poder, tiene casi siempre el extraño atributo de resolver los problemas equivocados, de la manera errada, en el tiempo equivocado. En educación, el principal desafío no es la gratuidad, ni quién la ofrece, sino que es la calidad apropiada para el siglo 21, y por cierto la garantía de acceso de los más pobres. De nada sirve educación gratuita pero apenas apropiada para la primera mitad del siglo 20. Efectivamente, debemos reformar la educación. La clave en la edad del conocimiento es la diversidad, no la homogeneidad. Se requieren más colegios, universidades y centros técnicos, con diferentes modelos y un cambio crítico en el sistema de títulos y grados que favorece el entrenamiento más que la educación. En una sociedad que se datifica y que ya cuenta con inteligencia artificial, no podemos seguir con educación del siglo 19.

El problema de la salud no son las concesiones, sino la organización, la gestión y en particular las nuevas tecnologías. Tampoco es necesario aumentar el tamaño físico del Estado, sino sus responsabilidades y capacidad de regulación con controles adecuados. El Estado, hoy lleno de operadores políticos, debe urgentemente modernizarse y especialmente achicarse, pero con más poder, y jamás ser juez y parte como lo es hoy en muchos sectores. En cada gobierno se crean un par de ministerios y crecen nuevas reparticiones públicas. El problema del Congreso no es el número de parlamentarios sino su modernización en la lógica del Congreso del Futuro de Girardi.

Ciencia y tecnología son los pilares de estos tiempos, y si bien todos hablan de ello, en la práctica los gobiernos no hacen mucho. La máquina y la tecnología no son lo mismo. Tampoco es lo mismo el gobierno y el Estado, que en los países totalitarios sí lo son. El idioma y el lenguaje tampoco son lo mismo, lo que agudiza la destrucción cultural de las estrategias gramscianas. Tampoco es lo mismo oír y escuchar, o ver y mirar, lo que desacredita a los políticos que dicen escuchar “a la gente”. Todo esto es un enorme drama de nuestra contingencia nacional, producto de la poca preparación de la mayoría de nuestra clase política.

La democracia requiere aislar a los fundamentalistas, ya que se trata de transar, de acordar, de ver un poco lo que el otro ve. Esto es válido en todas las direcciones políticas. No se debe tratar de imponer los valores personales a los otros, en la medida que pueda vivir libremente de acuerdo a los propios. La ética social está en la ley, en el estado de derecho; otra cosa es la ética personal, y la clave es la sociedad libre que permite a cada cual observar sus credos y valores, sin afectar a los otros.

El próximo gobierno entrará a la tercera década del siglo 21. La agenda relevante es, en primer lugar, ser capaces de producir más bienestar para todos y eso depende de la economía. No hay desarrollo social sin crecimiento, algo que dijo la propia Presidenta pero que nunca practicó. Para ello se requiere mucha inversión, gestión, reglas claras, innovación, capital humano adecuado y una poderosa infraestructura de soporte que debe ser fortalecida y realizada con concesiones. Chile requiere invertir al menos unos US$ 200 mil millones en los próximos 10 años en diversos tipos de infraestructura.

En segundo lugar, hay que erradicar completamente la pobreza remanente, tema del que ya ni se habla en nuestro país. En tercer lugar, hay que enfrentar con decisión el cambio climático que causará severos estragos en el mundo y en Chile. Para lo anterior se requiere un acuerdo nacional, que incluya una posición común frente a la seguridad y delincuencia, a la gestión del Estado, en particular la salud pública tan mal administrada por los incentivos equivocados.

Digamos un no rotundo al populismo.

La Tercera

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