El Domingo de Ramos es el día donde acuden millones y millones de personas a los templos. Esa es la grandeza de los signos. Todos queremos tener signos de importancia en nuestras vidas: algo palpable, visible, que nos acompañe en los lugares donde se desarrolla nuestra existencia, especialmente en el dolor y el sufrimiento.
Esta Semana Santa se inserta en el Año Santo Jubilar cuyo lema es “Peregrinos de Esperanza”. Hablando a los jóvenes, el Papa Francisco en su primer Domingo de Ramos (24 de marzo de 2013), les dijo: “Por favor, ¡no se dejen robar la esperanza (…). Esa que nos da Jesús”. La patria tiene enorme necesidad de una esperanza cierta y no solo una ilusión. Una esperanza que no defrauda: la que ofrece Cristo.
Cuando se confunde la esperanza con la exacerbación de los sentidos, estimulando el ritmo, el colorido y la música estridente, se puede pasar el rato, reír y bailar, pero al final hay sed de descansar y la sensación de quedar fundidos. Cuando, en cambio, se regala una tarde para ayudar a caminar a una persona con discapacidad motriz, o acompañamos a un enfermo o simplemente ponemos el hombro en una campaña de recolección de alimentos, quedamos muy cansados, pero no fundidos. Y el sabor de lo vivido nadie lo puede robar.
En el evangelio de la Pasión se ve al ladrón crucificado y arrepentido: él tiene una esperanza, puesta en Jesucristo: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Y Jesús le hace un anuncio que supera su esperanza: lo vuelve a la inocencia original, aquella que perdieron Adán y Eva. Jesús le dice: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Es una invitación de Jesús a que, desde nuestras cruces, le presentemos nuestras esperanzas: las personales, de las familias, de los enfermos, las de todos los sufrientes. (El Mercurio)
+ Cristián Contreras Villarroel
Obispo de Melipilla