El gobierno ha reconocido falencias en el diseño, en la ejecución y en la comunicación de los beneficios de las reformas. El ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, agregó recientemente un importante sinceramiento fiscal. Reaccionando a las consecuencias económicas y políticas de estos hechos, la Presidente Bachelet realizó un drástico ajuste ministerial, con la finalidad de implementar un segundo tiempo del gobierno bajo el lema de “realismo sin renuncias”. Por el momento la definición concreta de este mandato sólo está generando tensiones en la Nueva Mayoría y confusión en el resto de la población.
El problema que enfrenta el nuevo equipo ministerial es complejo. El paquete de reformas anunciado -implementado o en proceso de serlo- ha deteriorado marcadamente el ambiente de inversión. Es la reacción natural a un aumento de los impuestos al emprendimiento, a la condena del lucro, a un encarecimiento anticipado de la mano de obra, y a la amenaza de un debilitamiento de los derechos de propiedad. No es aún tiempo para apretar el botón de pánico, pero sí para ordenar la instalación de uno.
Nuestra historia económica nos proporciona algunas lecciones respecto al tema. Por ejemplo, entre 1940 y mediados de los años ’50 Chile utilizó un esquema de tipos de cambios diferenciados para extraer tributos extraordinarios a la minería del cobre. Además, la política de sustitución de importaciones, implementada en el país durante la misma época y hasta comienzos de los años ’70, redujo considerablemente la rentabilidad en el agro. La reacción fue menor inversión y la consecuencia de ésta última, la amenaza de expropiación, que sólo agravó el problema. El Estado trató infructuosamente de compensar la caída de la inversión privada con un aumento de la inversión pública -la cual llegó a ser superior al 70% del total nacional durante el gobierno de Frei Montalva-, sin que ello impidiera entonces, como tampoco lo ha hecho ahora, la caída relativa del PIB per cápita.
Años después bastó que los inversionistas anticiparan que la Concertación no iba a alterar los fundamentos del modelo establecido durante el régimen militar, para que se crearan las confianzas necesarias para aumentar significativamente la productividad en la economía (Jadresic y Zahler, 2000) y así poder sostener el llamado “milagro económico chileno”. Junto a otras razones, menos significativas, esta mayor productividad se puede explicar por el aumento de la inversión desde menos de un 20% del PIB en los años ’80, a aproximadamente un 25% del mismo en los años ’90 y siguientes.
No se le pueden pedir peras al olmo. Pretender que medidas que reduzcan significativamente la rentabilidad esperada de las inversiones -sobre todo si incluso pueden llegar a tener un carácter expropiatorio- no tengan un efecto negativo y notorio sobre las tasas de inversión es ingenuo, por decir lo menos. Sostener lo contrario es confundir a la ciudadanía y me temo que el lema “realismo sin renuncias” sólo contribuye a lo último.