¿Quo Vadis Cancillería de Chile?

¿Quo Vadis Cancillería de Chile?

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Próximos a cumplir cinco meses desde la instalación del gobierno, ya no hay espacio para más desaciertos, desprolijidades, vergüenzas, ridículos ni descoordinaciones en el manejo de nuestras relaciones internacionales. Ya basta del daño a la imagen de nuestro país en el exterior.

El debut del gobierno, con serios problemas de ceremonial y protocolo para la ceremonia de cambio de mando, se vio coronado con la entrevista del Presidente a un canal de televisión, donde culpó al Rey de España por los atrasos en el programa. Semejante desatino le valió una respuesta muy fuerte e inusual de la Casa Real Española, la que con razón reaccionó airada, y también un video que ha circulado profusamente por Chile y el mundo le consagró a nuestro Presidente un apodo internacional por ese episodi

Los dichos de la ministra del Interior sobre el “Wallmapu” nos generaron problemas con Argentina. La designación de embajadores es un tema en desarrollo que nadie logra entender. El problema empeora aún más, cuando la Canciller sale a explicar que han cumplido con la promesa de campaña respecto del número de embajadores no profesionales, cuando la crítica que se le hace no es sobre los números, ni el cuoteo, ni las promesas electorales, sino sobre la idoneidad, capacidad y relevancia de las designaciones, como también por la lentitud del proceso.

La designación del hijo de una diputada comunista como agregado cultural en España, el impasse con el cónsul de Chile en Barcelona (la increíble reprimenda formal que recibió el cónsul, funcionario profesional del servicio exterior de Chile, por defender el interés del país en contra del nepotismo) y el corolario del affaire donde el hijo de la diputada comunista tendrá que “renunciar a su nacionalidad española para representar el interés de Chile”, son episodios de vergüenza en el servicio exterior.

Estamos negociando con la Unión Europea aspectos únicos de la actualización de nuestros tratados de libre comercio y nos damos el lujo de declararnos “en reflexión”. Tenemos parada la aprobación del TTP11 en forma inexplicable, toda vez que fuimos parte de los promotores de la iniciativa.

Tenemos a un ministro de Hacienda invirtiendo su capital técnico, académico y de seriedad profesional y personal en un Chile Day, en Nueva York, convenciendo a los inversionistas que las políticas impulsadas por el gobierno no son tan dañinas ni tan malas como parecen, mientras que, al mismo tiempo, el Subsecretario de Relaciones Económicas recibe en forma pública, notoria y publicitada al grupo de presión “Chile mejor sin TLC”.

Mientras por años hemos tratado de posicionar a Chile como una potencia alimentaria, el Ministerio de Agricultura habla de “soberanía alimentaria” y cuando países del mundo postulan a un abogado chileno, Claudio Grossman, para integrar, ni más ni menos que la Corte Internacional de Justicia de la Haya, la cancillería simple y sencillamente no existe. Ahora vamos por Bolivia, pero sin agenda ni planificación estratégica, ingenuamente, creyendo en el buenismo internacional. Alguien en Cancillería no está haciendo bien la pega.

Chile perdió su brújula y está a la deriva en la escena internacional. No tiene un norte claro. Sin norte claro es imposible determinar el rumbo. Sin determinar el rumbo vamos a la deriva empujados por fuerzas que no controlamos. Estamos en un estado de confusión. Confundimos el qué hacer con el cómo hacerlo. Sin saber a dónde vamos nos aferramos al multilateralismo. No importa para donde, mientras sea con multilateralismo. Derechos humanos y medio ambiente cumplen exactamente el mismo propósito. No importa para dónde. Pero por el solo hecho de respetar los derechos humanos, no vamos a ninguna parte, con sólo respetar el medio ambiente, tampoco.

Como guinda de la torta tenemos la propuesta de la convención constitucional que establece, en rango constitucional, que la política exterior de Chile debe privilegiar sus relaciones con América Latina. ¿A pito de qué? Es por eso por lo que parece pertinente preguntar: “¿Quo Vadis Cancillería de Chile?”.

Estamos en el siglo XXI. Un siglo marcado por los procesos de globalización. La tecnología ha hecho posible hacer converger la energía, las materias primas, el conocimiento y el capital en países donde existen ventajas comparativas y competitivas para desarrollar los procesos industriales de transformación. La capacidad humana y la excelencia se mueve sin fronteras. China es el mejor ejemplo de este proceso. Un sistema altamente eficiente de transporte marítimo mundial, sosteniendo cadenas logísticas de carácter planetario, una internet que transporta información relevante en tiempo real a todas partes y una población libre de elegir cómo, dónde y cuándo informarse, hacen que sea absolutamente imposible que existan países autárquicos, salvo que se llegue a los extremos de control autoritario de la dictadura comunista de la familia Kim, en Corea del Norte.

Las personas de todas partes del mundo comparan, por sí mismas, la realidad en la que viven sus pares en otros países, con la realidad propia. Las barreras administrativas, arancelarias e ideológicas que algunos países producen no son suficientes para frenar las estampidas. Al final del día existen países con sus regímenes políticos a los que la gente quiere llegar, incluso, a riesgo de sus vidas, y hay países con sus regímenes políticos de los cuáles la gente está dispuesta a dar la vida por arrancar. Se producen así flujos migratorios basados en el sentido común. La gente se desplaza porque quiere estar mejor y no peor de lo que estaba.

Los países que tienen intereses y objetivos comunes desarrollan tratados y alianzas para potenciar su poder nacional en la mesa de negociaciones. Los chilenos tenemos un pasaporte que vale mucho y que tomó décadas conseguir ese prestigio. Visa waiver con EE. UU., libre tránsito sin visa en muchos países. Tratados para evitar la doble tributación, tratados de libre comercio, alianzas educacionales y culturales, pertenencia a la OCDE. Vivimos en un mundo interconectado que necesita de ciber embajadores, que necesita interactuar en formas nuevas y distintas a las que hoy conocemos, que necesita expresiones diferentes y dar cuenta de realidades muy distintas, en fin, un universo de relaciones internacionales valiosas que permiten que vivamos la vida que hoy vivimos, que nos proyectemos al mundo mucho mejor que las anteriores generaciones de chilenos, pero que demandan de nuestra Cancillería una visión prospectiva de futuro muy distinta de la que está ofreciendo hoy.

Por todas estas razones no podemos darnos el lujo de seguir sin rumbo y sin capitán. No podemos seguir derrochando esfuerzos y recursos en actividades que reportan muy poco a lo sustantivo del interés nacional. Nos hace falta, y lo decimos como chilenos responsables y preocupados de las relaciones internacionales de nuestra Patria, mayor claridad respecto del quehacer de la Cancillería. No es un problema comunicacional. Es un problema de ausencia de liderazgo, de contenidos, orientaciones, metas s y objetivos. De falta de hechos y de falta de medición de resultados. ¿Para dónde vamos?

Chile necesita una Cancillería que lidere y marque el norte de para dónde vamos en el escenario internacional. ¿Cuál es nuestra identidad y cuál es nuestra aspiración como país tricontinental: polinésico, antártico, sudamericano, y, además, ¿conectado –abierto– dependiente del mundo?

Para un país pequeño como el nuestro, cuyo bienestar y desarrollo depende del comercio exterior, de nuestra relación con nuestros pares en el mundo, del tráfico marítimo, de nuestras alianzas estratégicas con amigos que buscan un buen orden en el escenario internacional basado en reglas claras y de nuestra capacidad de acceder a mercados internacionales con los productos de nuestro esfuerzo y capacidad exportadora, es fundamental contar con una Cancillería aterrizada en los hechos, en las cifras y en el sentido común, y por sobre todo, entendiendo el interés nacional.

Necesitamos una Cancillería que fije prioridades por análisis estratégicos y que vincule, claramente, causa y efecto en los esfuerzos de política exterior. Lo que pasa en el mundo nos afecta a todos los chilenos, todos los días. Sólo por esa razón tenemos el derecho y la obligación de exigir de nuestras autoridades a cargo de las relaciones internacionales mayor seriedad, correcta planificación, clara orientación. Por, sobre todo, liderazgos claros y entender que su propósito es defender y proteger el interés nacional, el interés de Chile.

Finalmente, la Dirección Nacional de Ceremonial y Protocolo de nuestra Cancillería, de ser posible, debiera ser mucho más proactiva en su función. Tal vez podría buscar sabiduría en una norma que enseñaban antes las abuelas chilenas: “Donde fueras haz lo que vieras”. Dentro del país, las autoridades se deben a su electorado y su formalidad, o ausencia de ella, es una materia del juego democrático que queda al arbitrio de los electores. Sin embargo, cuando se viaja al extranjero, representando no solo a los chilenos de hoy, sino a todas las generaciones de chilenos que nos precedieron en crear y posicionar una imagen de lo que hoy es nuestro país y, además, generando las condiciones de prestigio e imagen para aquellas generaciones que vendrán en el futuro, resulta necesario asesorar a nuestras autoridades respecto a la formalidad en el actuar, en el decir, en el hacer y en el parecer. Esa sería una inmensa contribución a la imagen país de Chile en el extranjero. (El Mostrador)

Richard Kouyoumdjian Inglis