¿Qué habremos aprendido del estallido?

¿Qué habremos aprendido del estallido?

Compartir

Esta me parece una de las preguntas más importantes de responder después del 18-O. Mucho más que por qué ocurrió. Ésta última implica más mirar el pasado, mientras que la primera puede llevar a delinear un futuro. Además, lo que hayamos aprendido o no, probablemente será mucho más determinante sobre si nuestro país cambiará, y si lo será para bien o para mal.

Una cosa es el aprendizaje personal mío, y otra es lo que me parece que los demás han aprendido, especialmente las personas o grupos con más poder. Trataré de separar. Como país, no veo que hayamos cambiado mucho todavía. ¿Qué nuevas conductas observamos, por ejemplo, entre los dirigentes políticos, autoridades, parlamentarios, dirigentes empresariales, sindicales, estudiantiles o gremiales? Pocas conductas distintas atribuibles al 18-O, me parece a mi. Tal vez los parlamentarios han trabajado un poco más y más rápido para sacar los proyectos de Ley que tienen al frente. Pero igual, se fueron a vacaciones teniendo pendiente proyectos tan necesarios como el alza del ingreso mínimo, de las pensiones, etc. ¡Insólito! La politiquería, las peleas chicas y acusaciones mutuas y constitucionales no se han reducido mucho.  Los presidentes de partidos parecieron haber hecho un aprendizaje al firmar el “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución”, pero muy luego volvieron a sus prácticas de siempre.

Los dirigentes empresariales parecen ser los que han aprendido menos. Brillan por su ausencia. ¿Será fruto de un cierto aprendizaje que se hayan opuesto menos a la Reforma Tributaria y a la propuesta de pensiones del gobierno? Ojalá que así sea. Sin embargo los veo al debe. Sobre los dirigentes sindicales me sale más difícil pronunciarme. Vi a la Presidenta de la CUT un tiempo más belicosa que nunca, pero últimamente más calmada. ¿Qué habrá aprendido?

Mirando todo este panorama de las elites tradicionales, tiendo concluir con cierta sorpresa que quien parece haber cambiado más su comportamiento a raíz del estallido social es nada menos que el Presidente Piñera y su gobierno. Es quien más ha cedido, modificando sustancialmente sus proyectos de ley en la dirección de inclinarlos hacia más distribución del ingreso. Por ejemplo, aceptó las exigencias de la oposición en materia de impuestos y la gran mayoría de ellas en el caso de la reforma de pensiones. En el fondo, modificó radicalmente su programa de gobierno.

En el otro lado, ¿qué habrán aprendido a esta altura los jóvenes manifestantes, la “primera línea”, los dirigentes estudiantiles? Me temo que ahora creen que son mas fuertes que al principio. Que son capaces de “ganarle a los pacos” y que tienen mucho más apoyo de la opinión pública que lo que creían la élites y, tal vez, ellos mismos. Si así fuera, esa es una de las explicaciones de por qué la violencia no se detiene. De por qué escaló, incluso, a la PSU y  a la orgía esperada para marzo. ¿Qué tendría que pasar para que  este grupo aprenda que no puede conseguir cualquier cosa que se proponga? Me temo que lo único sería una fuerza policial mucho más eficiente, potente y respetuosa de los derechos humanos de las personas. Esto me lleva a otra pregunta… ¿qué habrán aprendido los Carabineros de la intensa experiencia que han vivido estos tres meses?

Es fácil hablar de los demás, ¿pero qué habré aprendido yo del estallido de octubre? Nada demasiado original, me temo. Primero, que había mucho más dolor, descontento y rabia en la mayoría de los chilenos; mucho más de la que imaginaba. Creía que nuestro desarrollo era como subir  una montaña bien empinada, pero parece hoy que era un volcán. Además de no haberme dado cuenta que había tanto descontento, tampoco vi que era tan extendido o generalizado. En segundo lugar, que como persona interesada en nuestro desarrollo como país, y con cierto nivel mayor al promedio de información e influencia, me había “dejado estar” en mi empuje hacia mayores cambios políticos y económicos para mejorar más rápidamente las condiciones de vida de las clases medias emergentes y de los jóvenes, es decir, de esa gran masa de población que gracias al crecimiento económico, equidad y desarrollo social alcanzado, fue accediendo a la educación superior, mayores ingresos, niveles de información, etc. Dicho de otro modo, o mirado desde el otro lado, aprendí que lo que iban subiendo los ingresos de estos sectores emergentes fue inferior a lo que ellos esperaban. O que el plazo en que ellos esperaban cierta mejora era mucho más corto del que calculaba.

En mi caso, hablando como economista y antiguo dirigente de la Concertación y con cierta autoridad en los gobiernos de Aylwin y Frei en los 90s, no me siento responsable de la acusación que tantos nos hacen hoy de haber mantenido el modelo económico y de haber abrazado el neoliberalismo que antes criticábamos. No; volvería a hacer lo mismo, dadas las circunstancias que entonces vivíamos. Lo que sí haría distinto, es el haber dejado de favorecer más cambios sociales y redistributivos a medida que progresábamos en la década y media del 2000-2015. Sobre todo, mejores reformas políticas y una modernización verdadera del Estado, del sistema de educación superior y escolar, de su financiamiento, de la salud pública y privada y del sistema previsional, a medida que se acercaba la fecha en que debía entregar sus primeras pensiones el nuevo sistema.

En todo esto fuimos poco previsores sobre las consecuencias sociales de los aumentos de matrículas, de necesidades, de expectativas y de ingresos. Otra forma de decirlo, es que no planificamos lo suficiente los problemas que podían generar nuestras propias políticas de desarrollo, de crecimiento y redistributivas en 5, 10 o 15 años. Dicho aún de otro modo y menos indulgente, erramos al creer que el propio sistema político, económico, social y el mercado se irían ajustando más o menos automáticamente, y sin quiebres bruscos, para acomodar el desarrollo y la movilidad social que íbamos alcanzando. Esto es lo tercero que creo haber aprendido: que el trabajo que iniciamos con la Concertación está inconcluso.

Por ejemplo, debimos haber previsto que hacia el 2010-2015 el golpe del propio progreso económico de cerca de un millón de familias sobre sus finanzas familiares de una pareja emergente con dos hijos era fatal. Pasó de pagar casi cero por la educación de sus hijos, o máximo $45,000 mensuales por cada uno en la Enseñanza Media del colegio, a unos $250,000 a 500,000 por dos hijos cuando pasaron a la universidad. Pero los padres ganaban como $750,000. ¡Imposible pagar eso! Pero era el primero de su familia en llegar a la universidad y habían créditos: no podían defraudar a esos hijos. Y no establecimos más becas, créditos menos caros y otras medidas de planificación oportunas, por ejemplo sobre las universidades. Peor aún el caso de la previsión. Sabíamos (o un Estado eficiente debió haber sabido) que el grueso de los que empezaron a cotizar en el sistema de AFPs jubilarían en 40 o 45 años más; es decir, ahora. Pero con la tasa de cotización vigente de 10% la pensión sería muchísimo más baja que sus últimos sueldos. Y así está pasando estos años. Con razón entonces la gente se siente engañada y reclama. Sin embargo nuestro sistema político y de gobierno no fue capaz de elevar la tasa de cotización a tiempo ni se atrevió a extender la edad mínima para jubilar.

Lo cuarto que he aprendido hasta ahora, es la conveniencia de destinar muchos más recursos económicos para servicios públicos de mejor calidad para los grupos medios emergentes y bajos. Preferiría con mucho que estos servicios los entregaran tanto entidades privadas como públicas. Pero que lo primero es empezar por mejorar las entidades públicas para elevar el standard que deben llegar a tener los privados para ser competitivos y sobrevivir. He aprendido que la modernización sustancial del Estado era más urgente e imprescindible de lo que creía.

También preferiría que estos servicios públicos entregados por entidades privadas se crearan como resultado de la mayor consciencia social de muchas familias adineradas que existen en Chile. Que fueran parte de un movimiento hacia una filantropía estructural y masiva (ver mi columna anterior sobre este tema). Y también que proviniera de la recuperación de la  austeridad que caracterizaba a la sociedad chilena en el pasado. Esto es parte de la nueva educación que necesitamos.

En resumen entonces, lo que creo haber aprendido es, uno, que el sistema político y económico vigente hasta ahora generaba un dolor agudo y peligroso en mucha gente. Dos, que estaba oculto, y ahora debemos reconocerlo, aceptarlo y sanarlo con medidas eficaces. Tres, que con la dirección, velocidad y profundidad de las reformas que se proponían hasta el año pasado, ahora no basta. Cuatro, debemos desconectar el piloto automático de creer que el crecimiento económico por si solo permitiría satisfacer las crecientes y variadas necesidades de los grupos postergados que se van incorporando más a la sociedad gracias a ese mismo crecimiento. Necesitamos más estudio e investigación hechos con humildad y coraje, para hacer proyecciones cuidadosas de las consecuencias sociales, políticas y económicas de nuestro particular desarrollo. Más planificación, al menos indicativa. Y cinco, quienes hemos sido parte de los grupos dirigentes y privilegiados por el desarrollo alcanzado hasta ahora por Chile, no debemos creernos dueños exclusivos de lo alcanzado. Hemos progresado gracias al esfuerzo de muchos; lo logrado nos pertenece a todos. Es el tiempo de equilibrar y compartir más lo obtenido para construir juntos un país más equilibrado y en paz. (El Líbero)

Ernesto Tironi

Dejar una respuesta