Pero, ¿es correcto reducir esa conducta a la simple decisión de Carolina Tohá? ¿No habrá algo más profundo en el PPD que explica que, con obvia desaprensión, haya decidido estirar la mano para recibir las dádivas de SQM?
No cabe duda: hay algo más profundo.
Se trata del destino que acecha a este partido desde que, a fines de la dictadura, se definió a sí mismo como un «partido instrumental».
¿Qué significó entonces ser un partido instrumental?
En sus inicios, cuando el anhelo de democracia inflamaba los ánimos y los ciudadanos estaban dispuestos a postergar sus diferencias ideológicas a cambio de alcanzarla, un partido instrumental era virtuoso. Gracias a esa característica podían reunirse en él desde liberales alérgicos a la dictadura a militantes arrepentidos del Partido Comunista.
En esos días entusiastas, ser un militante instrumental, de un partido instrumental, con candidaturas instrumentales, que aspiraba a logros también instrumentales, pudo ser una virtud, casi un acto suavemente heroico.
Pero, ya se sabe, lo que en un contexto (la dictadura languideciente) funciona como virtud, en otro (la democracia) se transforma en vicio.
Fue lo que le ocurrió al PPD.
Al mantener durante la democracia ese, su carácter instrumental, el PPD perdió su orientación y quedó al garete. ¿Qué sentido podía tener un partido instrumental cuando el objetivo, para cuya consecución era instrumento, ya se había logrado?
Es verdad que una vez alcanzada la democracia el PPD nunca más se definió, de manera explícita, como un partido instrumental; pero ese carácter se instaló en él de otra manera, de una manera todavía más profunda. Lo que ocurrió fue que ahora su racionalidad se volvió instrumental. El partido, su prestigio, sus recursos, se volvieron simples medios a disposición de lo que la voluntad de quienes lograban el poder dispusiera. En la literatura se llama racionalidad instrumental a la que se empeña en buscar el medio más eficiente en favor de fines deseados o queridos. El problema de este tipo de racionalidad es que, empeñada en la eficiencia de los medios, deja de someter a juicio crítico los fines.
Y así acaba poniéndose al servicio de cualquier fin.
Es lo que le ocurrió al PPD.
En los partidos políticos -al menos como se los conoció durante el siglo XX-, la racionalidad meramente instrumental tenía un límite: la ideología o la doctrina, a veces la ortodoxia, que establecía qué fines merecían ser perseguidos y cuáles no. Pero cuando un partido como el PPD se despoja de toda ideología, cuando declara ser alérgico a una doctrina, ¿a qué podría aferrarse a la hora de discriminar entre los fines que valen la pena y los que no?
La historia del PPD tiene una respuesta: a nada.
Cuando no se cultiva una racionalidad sustantiva, una ideología o una doctrina, el partido y sus recursos se vuelven un instrumento plástico y moldeable por la voluntad del líder más audaz o más imaginativo. Se transforma en una simple caja de herramientas. Eso es lo que le ha ocurrido al PPD, que en su breve historia ha transitado desde aparentar ser un partido liberal a la americana (en sus mejores momentos), a ser una máquina electoral entregada a la voluntad de caudillos (como es hoy), pasando por momentos levemente new age (un partido con conciencia ecológica, levemente mesiánico, como lo fue hace diez años). Un partido con figuras simbólicamente vinculadas a la historia de la izquierda (el caso de Carolina Tohá); otras con la capacidad camaleónica de inventar novedades, desde la vida sana a la ciencia del futuro (Girardi); algunas que confunden la moderación con la apatía levemente afectada (como Harboe); otras que piensan que tener ideas firmes y claras es lo mismo que acuñar, con gesto agrio, frases sonoras (el caso de Quintana).
En medio de ese panorama, en medio de la infinita plasticidad de lo instrumental, ¿qué tiene de raro que el PPD se haya dejado acunar financieramente por el yerno de Pinochet?
Si la UDI se hizo paniaguado de Penta en razón de evidentes coincidencias ideológicas, el PPD se hizo paniaguado de SQM por la peor de las ideologías: no tener ninguna.