Por soñado lo vivido-Ascanio Cavallo

Por soñado lo vivido-Ascanio Cavallo

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Si es que alguna vez fuese a ser recordado, el mensaje presidencial del pasado 21 de mayo -el segundo del actual mandato de Michelle Bachelet, el sexto de su historia- lo será sólo por su clave baja, su deliberado timbre de low key, su manera de hacerse el plano y quizás, quizás, lo que no puede salir más que de una lectura entre las líneas: un esfuerzo por dar vuelta la hoja y, al mismo tiempo, una cierta conciencia de que eso todavía no es posible. Una sonrisa y un rictus.

Es cierto que las expectativas que se habían depositado sobre el mensaje eran excesivas. Se esperaba de él claridades que La Moneda no ha tenido -precisión sobre el “proceso constituyente”, medidas de reactivación económica, situación de La Araucanía- y definiciones políticas que aún están en pleno desarrollo. A sólo 10 días de haber materializado un cambio de gabinete dramático, era excesivo pedirle al gobierno que, además, conceptualizara su propia situación. La Moneda no da para tanto. Ni esta ni las anteriores.

Por lo demás, el gobierno no ignora que el cambio de gabinete ha tenido un lado caricaturesco, según el cual la salida de Rodrigo Peñailillo representa la derrota de las fuerzas del “cambio estructural” y un frenazo para el ritmo de las reformas. Por obra de esa interpretación, la Nueva Mayoría pende de un hilo y no hay quién ignore que unos cuantos de sus miembros dejaron de oír el discurso en los primeros minutos, más seducidos por la protesta callejera en Valparaíso.

Pedirle al mensaje que fuese más definido en términos políticos podría haber significado cortar ese delgado hilo. No era necesario ir tan lejos, dicen algunos bacheletistas de la primera hora, para haber reconocido los servicios de los que cayeron tras las dos grandes primeras reformas, Peñailillo con el sistema binominal y Alberto Arenas con la tributaria. No hubo una sola referencia, tampoco la ha habido antes, ¿alguien la esperaba? Los nombres están muy por detrás de la causa. En este cementerio, los sepulcros no tienen nombre.

Peor aún, para entonces ya había salido de imprenta la revista Qué Pasa, con Michel Jorratt fusilando a Peñailillo por las presiones del Ministerio del Interior para detener las investigaciones sobre SQM, muestra incandescente de que el escándalo del financiamiento de la política está muy lejos de terminar.

Probablemente, La Moneda prefiera dar lo vivido por soñado y seguir adelante con un tono más soft y un ímpetu menos rabioso que el que mostró en el 2014, como en efecto lo sugiere la configuración de su nuevo equipo político. Pero el realismo llama a salir del puro solipsismo de la estrategia ministerial. Lo que más se echa en falta en el discurso del 21 de mayo es un marco de interpretación acerca de lo que ha sucedido en la política chilena en el último año.

La Presidenta habló de un “punto de inflexión”, sin aclarar a qué se refería exactamente, e hizo un esfuerzo para admitir que “hemos cometido errores”, de nuevo sin precisar cuáles. Ha de entenderse que en estas dos frases se contiene todo lo que el gobierno puede decir sobre su propia situación -nada parecido a las ideas “potentes” que le pareció escuchar a la presidenta del PS, Isabel Allende-, esto es, que no termina de procesarla ni de contenerla. No es verdad que la Presidenta haya superado su propia desazón con el informe Engel o el cambio de gabinete. No es verdad que el gobierno se sienta en posición de dar vuelta la hoja. No es verdad que todo haya terminado. No es verdad que haya confianza en que ha llegado el momento de “reconstruir nuestras confianzas”.

¿Hay cierto déficit intelectual en el discurso? Sin duda. Pero esto no sería una gran novedad: el gobierno actual no se ha caracterizado por su densidad de ideas. Parece más bien que, al contrario, aspira a ser mejor recordado por su capacidad ejecutiva, su velocidad transformadora, su activismo traducido en cantidades y magnitudes. Hasta el discurso parece desplazarse a sus anchas cuando enumera medidas, sobre todo cuando muestra a un Estado que entra en todo, que se mete a regular la acción empresarial y también dicta cierta cátedra sobre la vida privada, un Estado que se expande gozosamente desde las universidades hasta las mascotas.

En condiciones normales, ese discurso enumerativo, anticonceptual, sería más que suficiente para un gobierno que recién pasa un cuarto de su mandato. Pero las cosas no están normales, y si el mensaje no ha podido hacerse cargo de esto, quizás sea menos provechoso enojarse que inquietarse. Cuando el gobierno dice que tiene el timón y en verdad no lo tiene, miente. Pero cuando el gobierno no dice nada del timón -como ocurrió este 21 de mayo-, hay una muy buena razón para pensar que el horizonte no está nada despejado.

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