Política y Espíritu

Política y Espíritu

Compartir

Dos valores escasean hoy en Chile, y particularmente en la clase política: grandeza y profundidad. Desde hace mucho tiempo son las agendas cortas de intereses personales o corporativos las que han marcado la pauta y no los intereses del país y de su gente. Y desde hace mucho tiempo, también, la superficialidad, la falta de espesor en el debate público, para qué decir el “pensamiento”. Los temas de presente y de futuro son inmensos y desafiantes, y requieren más que nunca tanto grandeza como profundidad. Cambio climático, narcotráfico, inmigración, Araucanía, solo para nombrar algunos. El problema es que contamos con una clase política “liliputiense” que, al parecer, no se interesa en estudiar de verdad los grandes temas más allá de las ideas hechas y los eslóganes. Agréguese a eso un desprecio por los “expertos” o “técnicos”, a quienes se ha puesto de moda agredir y ningunear.

La decadencia es transversal y evidente en la mayoría de los partidos políticos, que parecen secuestrados por grupos que administran botines y bolsas de trabajo. En el país real, hay mucha creatividad, emprendimiento, empuje y amor por lo propio. El Chile real es mucho mejor que el Chile de la política. La tentación, claro está, ante esta decadencia que describo, es poner la esperanza en los “independientes”, pero los últimos episodios de varios embaucadores (desde convencionales a candidatos a la Presidencia de la República) muestran que allí no está la “pureza” buscada, y que lo que hay que hacer es renovar y fortalecer los partidos políticos para robustecer la democracia.

¿Pero cómo se hace esto? Los partidos políticos reciben financiamiento trimestral del Estado por votos conquistados y eso explica las súbitas ganas de tantos y tantas por ser candidatos o candidatas a lo que sea (desde core a Presidente de la República). De hecho, ser candidato a la Presidencia se ha convertido —para algunos— en un pequeño negocio que les ofrece exposición pública y un poco de dinero, aunque la votación sea mínima. Algún día se tendrá que escribir la picaresca de la política chilena actual; tal vez Marcelo Mellado, el narrador, ya algo de eso ha hecho en algunos de sus desopilantes relatos en que desfilan “cuadros” de partidos que antaño encarnaron una épica y que hoy administran una comedia. Habría que preguntarse si algunas leyes que se han dictado para traer más transparencia (como la Ley Engel) han servido para mejorar las malas prácticas o, al contrario, han generado otras tanto peores que las que se quería superar. La piedra de tope del crecimiento económico y cultural del país entonces es la calidad de la política que tenemos.

“Política y Espíritu” se llamaba un libro escrito por Eduardo Frei Montalva (con prólogo de Gabriela Mistral). Política, Economía y Espíritu debiera ser la tríada de un desarrollo armónico del país. Una parte de la izquierda desprecia olímpicamente la Economía (como si de su fortaleza no dependieran sobre todo los más pobres), y una parte de la derecha ha despreciado la Política (como si los países solo se construyeran con buenos macroíndices económicos). Y ambos desde hace tiempo ignoran y no cultivan el Espíritu. Cuando gobierna la izquierda más radical, cojea la economía; cuando gobierna la derecha más “ramplona”, cojea la política. Y no digamos que el “espíritu” flota ni en una ni en otra. Mientras sigamos empantanados en este triste escenario, los grandes desafíos que nos esperan, en vez de desafíos, se transformarán en catástrofes y la decadencia de la política permeará al país entero: no hay nada más desolador que ver países con gran capital cultural y humano agonizar lentamente, como ha ocurrido con Argentina y otros países de nuestro continente. Chile necesita como nunca una política a la altura de la cordillera de los Andes y con la profundidad del océano Pacífico. Mientras tanto —y como dijo Parra—, “creemos ser país, pero somos apenas paisaje”. (El Mercurio)

Cristián Warnken

Dejar una respuesta