Poder y mercado

Poder y mercado

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¿Qué nos enseña la colusión del “papel confort”, aparte de renovar el estatuto mítico de Chile como fin del mundo en donde todo está patas para arriba y, por ejemplo, el papel higiénico se limpia con la gente?Podríamos aprender bastante de este caso si nos atreviéramos a pensar en él, aunque existen otras opciones.

La alternativa más elegante para no pensar es recurrir a lugares comunes. Por ejemplo, repetir la famosa  frase de Balzac “detrás de toda gran fortuna se esconde un gran crimen”. Si uno posee una mente más sofisticada, como la del rector Carlos Peña, puede incluso tratar de elaborar algo a partir de ese grueso juicio, como plantear que los buenos actos de los empresarios son en realidad una cuenta corriente de bien que busca compensar y ocultar el mal inherente a su oficio (la fría ley del capital). Sin embargo, tal economía del comportamiento humano parece demasiado tosca como para extraer una lección seria del caso, pues las leyes del capital no obligan a los empresarios al abuso.

Otra opción es iniciar un nuevo combate entre los “estadoliebers” y los “mercadoliebers”. Los primeros dirán que esto demuestra que tal cosa como un mercado libre no existe, que somos la “Norcorea neoliberal” y que el Estado -imaginado como una bondadosa estructura burocrática eficiente, transparente, meritocrática y sometida a un estricto control democrático- debería encargarse de todo lo que sea posible. Los mercadoliebers, en tanto, dirán que aquí el Estado metió la cola, porque no es posible que alguien obtenga algo en un mercado utilizando la coerción, viviendo los empresarios más bien bajo la dictadura del consumidor. La solución, dirán, es más mercado,imaginando el poblado de Hobbitton de El señor de los anillos, y quizás alguna versión tipo Frodo de Alexis Sánchez.

Pero ya que ni los lugares comunes ni la ideología ofrecen mucho, todo indica que tendremos que dedicarle tiempo a pensar la relación entre los mercados y el poder de manera tan sofisticada y realista como los casos de corrupción y uso político-partidista del aparato burocrático del Estado nos invitan a pensar la relación entre Estado y poder. De hecho, puede ser muy útil pensar ambas relaciones en paralelo, poniendo ambos fetiches ideológicos frente a frente hasta que ya ninguno de ellos nos despierte pasiones místicas.

El caso del confort es un capítulo más en el duro proceso de abandono de las confianzas ciegas que por años cultivamos respecto al mercado, al Estado, a los partidos y a las iglesias. Lo que necesitamos ahora, usando los conceptos de Andrés Murillo, es avanzar hacia la construcción de “confianzas lúcidas” respecto a esas instituciones. El problema es que la primera reacción al desengaño es la desconfianza radical, tan peligrosa como la confianza ciega e igualmente fértil para el abuso. Frente a esto, no tenemos otro antídoto que el pensamiento y su manifestación  en el mundo, que es la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo. Lo único que, según Hannah Arendt,“en los raros momentos en que se ha llegado a un punto crítico, puede prevenir catástrofes”.

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