Patrimonio y progreso cultural

Patrimonio y progreso cultural

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Un público masivo y diverso se movilizó el Día del Patrimonio visitando distintos lugares considerados patrimoniales en Santiago y regiones. Desde que se instauró la celebración (1999), el interés ha sido creciente. Creciente por el aumento de los sitios e instituciones que se suman a la actividad y por las personas de todas las edades dispuestas a conocerlos. ¿A qué se deberá?

Pensemos que el significado de patrimonio, en este caso, debe entenderse como “la herencia nacional de nuestros antepasados”, y el concepto tiene una trayectoria mundial que lo ha enriquecido. En el siglo XVIII fueron obras de magnitud, que acreditaban progreso civilizatorio; más tarde importó su valor documental, como manifestación de la cultura de una sociedad, y fue más propio, más integral, hablar de patrimonio cultural. Ya en el siglo XX se amplió el espectro de las categorías patrimoniales, añadiéndose manifestaciones de otro carácter, como la arquitectura popular, complejos industriales, obras de ingeniería, artesanías, el acervo inmaterial que oficializó la Unesco (2003): lenguas, tradiciones, creencias, formas de religiosidad, festividades, etc.

El interés de tanta gente por interiorizarse de estos bienes culturales no es más que una atracción por el conocimiento histórico, por el afán de comprender por qué y cómo fueron conformados; nos hablan de actos, creaciones, ideas que nuestros antepasados realizaron en épocas pretéritas. Son representaciones de nuestro desenvolvimiento histórico, cargadas de los significados que tuvieron para quienes los materializaron, significados que, al ser ahora entendidos y asimilados por quienes los observan, adquieren una nueva historicidad. Todos, aspectos que propician desarrollar el sentido de identidad nacional. En verdad, patrimonio e identidad son conceptos estrechamente vinculados. Agreguemos, entonces, el patrimonio por excelencia de una nación: el territorio, con su flora y fauna.

Pero debemos aceptar que la relación entre la sociedad y el ambiente natural, en nuestro medio, está ausente de los procesos de patrimonialización. Esto, muy lejos de países cuyos habitantes valorizan los componentes naturales como parte sustantiva de su identidad, sea por razones económicas, simbólicas, estéticas, medioambientales o por sentimiento de arraigo a un lugar, respecto del cual se justiprecian elementos de la biodiversidad existentes, considerándolos auténtico patrimonio natural: especies nativas de la flora y fauna, un lago, un río o formación geológica singular, etc. Por ejemplo, citemos un hecho que quizás contribuya a comprender ciertas demandas de tierras ancestrales por parte de comunidades mapuches honestas y comprender también la dificultad del Estado para poder satisfacerlas, precisamente por la especificidad del reclamo: en rigor, no se trata de recuperar cualquier merced de tierras, sino la que tiene “ese” conjunto de araucarias; “esa” laguna que se ubica al pie de “esa” montaña.

El territorio de Chile contiene un patrimonio que es generoso por su diversidad de paisajes naturales y hay regiones que podrían relevarlos, pero se valoran algunos pocos monumentos naturales como patrimonio nacional y se difunden internacionalmente. Se trata de una realidad, como dije, que no está arraigada en la ciudadanía, aspecto que debe y puede educarse desde los primeros años escolares en adelante, en forma sistemática.

Y, a propósito, en buena hora he podido revisar los dos tomos publicados por la Fundación Astoreca sobre el Patrimonio Natural y Cultural de Chile, con imágenes comentadas por especialistas para público escolar, iniciativa justamente pensada como una “invitación abierta a conocer nuestra patria. Porque solo si conocemos y aprendemos sobre las maravillas que ofrece Chile es que podemos quererlo y cuidarlo”. Así se hace camino, para que las próximas generaciones respeten infinitamente más los equilibrios ecológicos o sean portadoras de una cultura que impida los desastres naturales. Chilenos que podrán ser mejores ciudadanos.

 

Álvaro Góngora/El Mercurio

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