Justo al revés. En vez de potenciar su equipo político, lo debilita. Porque mantiene a los dos ministros más cuestionados -Eyzaguirre y Fernández- y deja partir al vocero, Marcelo Díaz, quien era el único que estaba haciendo su pega de manera razonable. Con esto, Bachelet pierde su última oportunidad para enmendar el rumbo y deja claro que nada nuevo, y nada bueno, pasará en lo que queda de su gobierno. Si a esto se suma la anterior partida de Máximo Pacheco, un ministro muy bien evaluado en su área, es evidente que los últimos dos cambios han disminuido el peso relativo del gabinete, justo en momentos en que todos piden una conducción política más firme.
Con esto, la Presidenta entrega varias señales inquietantes. Primero, que no está de acuerdo en el diagnóstico que tienen todos, incluso sus partidarios, de que las cosas no se están haciendo bien. El descontento que manifiestan las encuestas y el resultado de la elección municipal, parecen no inquietarla en absoluto. Como si viviera en otro planeta, sigue adelante como si nada pasara.
Es evidente que tampoco le importa el futuro de su coalición, que hoy pende de un hilo y que le pedía a gritos que tomara cartas en el asunto. Que la cosa no puede seguir con un ministro como Eyzaguirre, que nadie quiere, y con un titular en Interior como Fernández, que nadie considera. A Bachelet eso la tiene sin cuidado.
Pero lo que queda más claro es que Bachelet opta nuevamente por encerrarse en su grupo de confianza, sin importarle si lo hacen bien o mal. La confirmación de Eyzaguirre es una prueba concreta de ello. El ministro es ya un sobreviviente del gabinete, posición que solo se justifica por la cercanía que tiene con la Presidenta. Pero, ahora, esto se acrecienta con la llegada de Paula Narváez, quien fuera su primera jefa de gabinete y su asesora cuando estuvo en Nueva York. O sea, una amiga de verdad. Con esto, el poder que tiene este verdadero círculo de amistad, al que se une la actual jefa de gabinete, Ana Lya Uriarte, otra amiga íntima, alcanza niveles insospechados en la historia política del país. El dato no es menor, por cuanto este círculo parece más orientado a contener y proteger a Bachelet que a gobernar. Son más amigos que asesores. Y los resultados están a la vista.
Es claro que Bachelet no está dispuesta a funcionar con gente de peso, como José Miguel Insulza, a quien muchos tenían de candidato para entrar al equipo político. Esa hubiera sido una señal potente. Pero no, ella entiende La Moneda como si fuera su casa y la llena de amigos. Es claro que ahora , los tecitos y las reuniones serán más simpáticas. La Presidenta se asegura que, en su encierro, lo pasará mejor durante los meses que le quedan. El país peor, pero ese no parece ser su problema.
Es un rasgo humano el que la gente, frente a las crisis, tienda a protegerse en un círculo incondicional. Que lo celebren, le suban el ánimo, que se rían con ella. Pero esa no es una cualidad política. Por el contrario, se espera que los presidentes gobiernen con los mejores, y no con una tropa que más parece adecuada para un paseo de curso.