No es casual que día a día aumenten los llamados a articular un nuevo pacto social. Es sabido que en octubre nuestro país estalló, luego de masivas e inéditas manifestaciones pacíficas y violentas, que dieron paso a la mayor crisis desde el retorno a la democracia. Ahora la pandemia sencillamente aumentó nuestros problemas de todo tipo. Entre otros, el hambre, el desempleo, la violencia intrafamiliar y las enfermedades de salud mental acechan a muchos, demasiados, hogares chilenos.
Precisamente por la gravedad de la situación, conviene aterrizar la idea de pacto social. Desde luego, el proceso constituyente tendrá que seguir su curso —aquí nadie debiera pretender ganar por secretaría—, pero no podemos esperar sus resultados para comenzar a configurar este nuevo pacto. Tanto los cambios constitucionales como legales han de acompañar las reformas y renovaciones institucionales más urgentes. Son fundamentalmente estas modificaciones las que irán configurando un nuevo pacto social. No cabe aguardar un supuesto momento cero, que nunca existirá como tal.
El objetivo inmediato es alcanzar un conjunto de acuerdos específicos sobre temas acuciantes: garantizar el pan, el techo y el abrigo para todos nuestros compatriotas. Después seguramente vendrán salud y pensiones para el Chile pospandemia, y así.
Todo esto supone una sana combinación de pragmatismo e ideales altos, la indispensable articulación público-privada y, sobre todo, voluntad política. Ojalá nuestros dirigentes estén a la altura. Hoy se juega no solo el bienestar de millones de ciudadanos, sino la relegitimación o decadencia definitiva de nuestras principales instituciones públicas. Ni más, ni menos.
Claudio Alvarado R.
Director ejecutivo IES
