Oportunidad perdida

Oportunidad perdida

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El gobierno trató de establecer la gratuidad en la educación superior mediante una glosa presupuestaria, que se la daba solo a algunos de los alumnos vulnerables que están en una misma situación, discriminándolos por estudiar en instituciones que no agradan a la mayoría gobernante. Entonces, como era esperable, la oposición recurrió al Tribunal Constitucional para proteger a los perjudicados de tan poco maternal y arbitraria pretensión.

El Tribunal acogió el requerimiento, pues la discriminación inconstitucional era manifiesta y gruesa. Con no poco arrojo, pues también era esperable la andanada de descalificaciones y amenazas de hacerlo desaparecer que recibiría por fallar de ese modo. Ahí está el mote de “miserable” que profirió contra la sentencia el senador de la retroexcavadora. Entonces el Gobierno, sin siquiera leerla, respondió con un proyecto de ley que, con algo de maquillaje, mantenía la discriminación y que contradecía flagrantemente el fallo, al reiterar la exigencia de acreditación de cuatro años a las universidades privadas que no rige para las estatales.

¿Y qué hizo entonces la oposición? En vez de defender a los alumnos vulnerables otra vez maltratados y el pronunciamiento que ella misma solicitó al Tribunal Constitucional, comenzó a ceder. A cambio de unas becas que la propia izquierda proclama que no son lo mismo que la gratuidad. ¿Si había recursos para becas, por qué no exigieron que se aportaran a la gratuidad para minimizar la irritante exclusión de algunos estudiantes? Porque el sector no quiso seguir pagando costos políticos, con lo que perdió la inmejorable oportunidad de obtener un dividendo político: demostrar que no solo defiende a los empresarios -como lo acusan-, sino que también a los estudiantes necesitados y discriminados; que eso no solo lo hace por táctica, sino porque está en la esencia de sus ideas. Dirán ahora que mejor era negociar, que perder todo. Pero si el Gobierno obtuvo su objetivo ideológico y nadie va decir que lo insuficiente en becas que salió fue mérito de la oposición.

Por el contrario, la centroderecha tuvo un nuevo retroceso en la batalla de ideas. Por algo en la izquierda se ufanan que lo relevante en la ley que salió aprobada, fue que la “derecha” terminó adhiriendo a la gratuidad, que se busca sea universal. Ésta es una mala política, por tres razones: atenta contra la focalización del gasto social en los más vulnerables; porque olvida que lo que se da gratis no se valora y que siempre se utilizará mejor aquello que significa algún esfuerzo personal, por lo que toda forma de asistencia a los más vulnerables debe requerirles que aporten o cumplan algo; y porque es injusta respecto de aquellas familias -la gran mayoría- cuyos hijos no tendrán acceso a la educación superior, pero que tendrán que contribuir a su financiamiento con el IVA y otros impuestos.

No obstante que tales factores enlazan con la esencia de las ideas de la centroderecha, sólo aparecen mencionándolos Andrés Velasco o el senador Zaldívar, mientras que ella guarda silencio y algunos votan a favor de lo contrario, sin ganar nada. Pura pérdida.

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