Operación legado: Bachelet y su papel 2018-2022

Operación legado: Bachelet y su papel 2018-2022

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Una de las primeras actividades de Michelle Bachelet como expresidenta será el lunes 12 de marzo próximo a las once de la mañana en el Cementerio General. Como cada año en esa fecha, su madre, Ángela Jeria, a sus 91 años organiza un encuentro en la tumba de su marido, Alberto Bachelet, conmemorando este 2018 los 44 años de su muerte.

En esta ocasión, sin embargo, tendrá un sentido especial: junto con recordar al general de la FACh, ese lunes será una oportunidad para que familiares y amigos de la socialista la despidan personalmente al terminar su segundo mandato en La Moneda. En el encuentro privado, por lo tanto, se espera que concurra mayor cantidad de gente que en otras oportunidades.

En el actual gobierno ha habido un especial interés por el asunto del legado. No solo ahora cuando se acerca el cambio de mando, sino hace meses el Ejecutivo se ha empeñado hasta el cansancio en reiterar los avances de esta administración. Lo ha hecho la Presidenta y en los últimos días, en una entrevista a un diario y a una radio, fue el ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, quien perseveró en el intento al señalar que aunque a la oposición le cause pesar, “este gobierno acercó a Chile a ser un país desarrollado”.

No es totalmente clara todavía la interpretación que el Ejecutivo le da a la contundente derrota electoral en la parlamentaria y presidencial –probablemente la propia Bachelet se explaye sobre el asunto en las entrevistas de despedida–, pero todo indica que La Moneda no hace suyo todavía el fracaso en las urnas, a juzgar por las explicaciones de Eyzaguirre.

Para el ministro, este escenario es similar el que vivió la centroizquierda en 2010, cuando perdió frente a Piñera, y al que enfrentó la derecha en 2014, cuando entregó el poder nuevamente a Bachelet. “Eso no significa que la credibilidad de esa coalición hubiese desaparecido para siempre, todo lo contrario”, reflexionó Eyzaguirre en La Tercera, sin considerar que de la Nueva Mayoría ya no queda nada, que la DC está al borde del quiebre y que el resto de la desaparecida coalición intenta seguir a flote obviando el principal tema de fondo: la política de alianzas.

Al margen de la falta de diagnósticos sobre su derrota, sin embargo, en esta semana pre cambio de mando se ha instalado una pregunta pertinente: ¿qué esconde la defensa del legado? ¿Se trata del lícito acto en que un gobernante y su gente intentan hacerse un lugar en la historia, para que los que vienen no pasen la aplanadora? ¿Es el simple hecho de reivindicar lo realizado, aunque los votantes no hayan estado esta vez de su lado? ¿O la defensa del legado esconde acaso una sutil amenaza de la presidenta a sus sucesores sobre el papel que pretende jugar en el periodo 2018-2022, sin que se cierre del todo la puerta a una eventual repostulación a La Moneda?

REPETIR LA FÓRMULA PIÑERA

Los gobernantes desde 1990 a la fecha saben de la lucha por sus respectivos legados, de la importancia de instalar lo realizado en un lugar que consideren justo y del fracaso en estos intentos. En la ex Concertación y ex Nueva Mayoría se recuerda que el expresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle se sentía mejor tratado por Michelle Bachelet en su primer gobierno que por Ricardo Lagos, que lo sucedió de inmediato.

No es un misterio que Lagos, a su vez, no se sintió precisamente bien tratado por su sucesora, la que había sido su ministra de Salud y Defensa. El laguismo, por el contrario, todavía no acaba de entender las razones de esa primera administración de Bachelet para haber barrido con proyectos que el expresidente consideraba simbólicos.

Ejemplos hay varios: prácticamente se paralizaron los avances de la red de Metro, el proyecto del puente del canal del Chacao, el tren al sur, etcétera. Probablemente la mayor tensión Lagos-Bachelet, sin embargo, fue con el asunto del Transantiago. Ideado en el gobierno del primero, pero puesto en práctica en el segundo, luego de meses de estudios, durante el Ejecutivo de Bachelet 2006-2010 se instaló la idea de que el principal responsable del proyecto fracasado había sido Lagos. Fue quizás el inicio del fin de la carrera interna del expresidente, que se transformó en el niño símbolo de una Concertación desprestigiada. No son conocidas sus razones para haber callado en su minuto, porque comenzó a defenderse sobre este asunto demasiado tarde.

Sea como fuere, esta historia refleja en parte la necesidad de defender lo realizado y las herramientas que posee un gobierno para liquidar o simplemente dañar las obras antecesoras. En otras palabras: Bachelet sabe de lo que habla cuando seguramente teme que se destruya su legado. En la centroizquierda con el paso de los años se han instalado determinadas teorías sobre esta tensión Lagos-Bachelet: la socialista no habría querido que su gobierno fuera un paréntesis entre dos administraciones del expresidente.

El subsecretario Mahmud Aleuy, en una entrevista esta semana en la revista Capital, señalaba que “el llamado legado se va a defender con la fuerza de los hechos”. De acuerdo al socialista, esta administración cerró la transición, porque modificó la dinámica político-social que venía desde fines de los años ochenta: el Congreso fue elegido con otras reglas y cambió la política de alianzas –ejemplificaba Aleuy- y es mérito de Bachelet haber borrado el veto que había a los derechos políticos y sociales impuestos por la dictadura. El subsecretario atribuyó a la coalición y no al gobierno la responsabilidad de la derrota electoral de noviembre y diciembre.

Eyzaguirre, Aleuy y la propia Presidenta en estos tiempos de descuentos refuerzan el camino de las defensas hacia las opciones que tomó La Moneda en 2014-2018. En el futuro gobierno se observan con especial atención estos movimientos porque, finalmente, no es del todo descartable que Bachelet utilice la misma fórmula de Piñera para repostular: esperar que los errores de la vereda del frente allanen el regreso. Mientras más se articule el discurso de que se avanzó y se hicieron cosas, por lo demás, más le sube el costo a cualquier eventual intento peregrino del nuevo gobierno por retroceder o pasar una retroexcavadora.

LIDERAZGO EN LA OPOSICIÓN

Bachelet no solo lo ha dicho públicamente, sino que en privado. Tanto a sus principales colaboradores de La Moneda como a su familia les habría manifestado que no quiere regresar a la presidencia. En sus últimas entrevistas como mandataria con probabilidad ahondará en este punto, para intentar despejar las dudas que existen sobre la materia.

Pero la política es la política. Fue la propia Bachelet la que decía preferir pasear por la playa a un cargo de primera línea de poder, antes de su primera campaña. Luego la misma Bachelet guardó un silencio que inmovilizó a su coalición y que terminó, luego, en su repostulación a la jefatura de Estado. Por lo tanto, ¿se puede confiar a ciegas cuando señala que en esta ocasión no está en sus planes regresar? ¿Podría una política como Bachelet restarse del reto de reconquistar el poder, si es que nuevamente la centroizquierda no tiene líderes que puedan disputar La Moneda en 2022? Su biografía muestra que en reiteradas ocasiones la socialista ha actuado no tanto por impulsos personales, como por lo que considera responsabilidad política.

No sería deseable seguramente para ella que no surjan nuevos liderazgos (varios líderes del Frente Amplio se criaron políticamente en su fundación Dialoga, por lo que quizá son esos los liderazgos que espera que florezcan en el próximo periodo). Es poco estético, a su vez, que tuviera un tercer mandato, pero ¿quién sabe? Como dice un miembro de su círculo íntimo: “Ha dicho que no volvería a la presidencia, pero tampoco lo ha jurado”.

Una plataforma digital compuesta por fuerzas diversas ha comenzado a mover los panderos para un eventual regreso de Bachelet en 2022. En Twitter se llaman Bacheletistas furiosos, utilizan la cuenta @FBacheletistas y, según explican, se trata de un grupo de jóvenes que se conformó mientras trabajaba en la campaña de Alejandro Guillier. Son uno de los que organizan un acto de despedida para el próximo 11 de marzo, a las ocho de la mañana, y que se aprontan a lanzar una web llamada graciaspresidenta.cl donde se publicaría un manifiesto en defensa de su legado. Pretende ser respaldado por figuras públicas y diferentes dirigentes del centro y la izquierda.

En La Moneda niegan vínculos, lo atribuyen a una expresión espontánea y “no galleteada”, aunque en este grupo se asegura que existen sinergias operativas con Palacio. Sea como fuere, han logrado instalar la legítima pregunta sobre un improbable aunque no imposible regreso de Bachelet. Porque con una centroizquierda quebrada, parece evidente que es la única figura que seguirá reuniendo a las fuerzas de la oposición.

Continuará viviendo en Chile, aunque viajará constantemente al exterior para los cargos ad honorem que aceptó en la ONU, desde donde construyó la vez pasada su tribuna para volver. Liderará el programa Alianza para la Salud Materna, del Recién Nacido y del Niño y participará en el nuevo organismo mediador de conflictos internacionales. Probablemente se dedicará a las charlas y conferencias –como acostumbran a hacer los expresidentes con renombre internacional- y tiene ofertas para integrarse a universidades, ONG y organismos internacionales.

Fue ella misma la que dijo: “Hay Bachelet para rato”. Su papel no será del todo pasivo, como lo fue desde Nueva York en el primer gobierno de Piñera. (Por Rocío Montes, DF)

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