Arrecia el debate sobre la legitimidad y conveniencia del proceso de diálogos constitucionales en curso. Una vez más, aprovecharé esta tribuna para participar de este debate. Lo haré a título estrictamente personal, sin pretender vocería o representación del Consejo Ciudadano de Observadores que tengo el honor de presidir.
Comienzo expresando mi respeto por quienes hacen críticas políticas al proceso. Estamos en democracia y a nadie puede escandalizar que la oposición manifieste sus discrepancias y llame la atención hacia lo que considera las fallas o debilidades de la acción gubernamental. Los medios de comunicación le dan cabida, en buenahora, a los distintos puntos de vista. Más allá de lo molestas que me resultan algunas críticas, no puedo sino valorar que este debate constitucional lo podamos realizar en condiciones de normalidad institucional, con pluralismo y fiscalización. Nunca he pensado que el proceso de diálogos en curso sea necesariamente el mejor proceso imaginable. Tampoco se me escapa que un proceso participativo, por acotado que sea, encierra riesgos. Existe, en efecto, el riesgo de generar expectativas de cambio que pudieren luego frustrarse. Existe, luego, el peligro de alentar un espiral incontrolable de demandas. Tomo nota de aquellas voces cautelosas que desaconsejan un ejercicio deliberativo como éste en momentos en que estamos obligados como país a la disciplina de la austeridad.
La conciencia de los riesgos anotados tiene que llevarnos a actuar con máxima responsabilidad. Es fundamental el transparentar el verdadero alcance de este ejercicio. Lo que resulte de encuentros y cabildos no será resolutivo ni vinculante. Las voces que se manifiesten serán consideradas y, sin duda, constituirán un aporte muy valioso; pero ellas no pueden reemplazar a los órganos representativos ni suplantan la expresión del sufragio universal en elecciones populares.
Lo que yo quiero pedir es que con la misma seriedad con que ponderan los riesgos y costos de la participación ciudadana, que los hay; los críticos evalúen, también, las posibilidades y ventajas que ella ofrece. Si solo abrimos el ojo derecho, concentrándonos en los peligros estamos condenados al inmovilismo. Si, en cambio, solo miramos con el ojo izquierdo, viendo solo las oportunidades, arriesgamos caer en voluntarismo irresponsable.
Yo invito a que todos aquellos que disfrutamos del privilegio del micrófono, la cámara o la columna a que reflexionemos sobre las oportunidades que ofrece un proceso de conversación ciudadana abierto a todas y a todos. Un proceso en que personas de distintas generaciones pueden reunirse a contrastar diagnósticos. No aceptemos esa visión elitista o tecnocrática que postula que sólo los mismos de siempre tienen la cultura y/o el patriotismo que se requeriría para aportar al progreso del país. Tomémonos en serio la crisis de credibilidad que sufrimos como elites y adoptemos la actitud humilde de escuchar lo mucho que tienen que decirnos nuestros compatriotas. Con ojos abiertos. Con oídos abiertos.


