Por sobre el supuesto traspaso de los colegios desde los municipios a los nuevos Servicios Locales de Educación y sin meternos en los tiras y aflojas con el Colegio de Profesores, quisiera alertar sobre una señal que no solo me preocupa, me indigna. Ronda entre nuestros profesores un sentimiento equivocado, nocivo y hasta peligroso. Saben que hacer clases es de por sí difícil ¡y lo es! más todavía con los «conectados» alumnos del siglo XXI. Pero, sumado a ello, flota en el aire la sensación de que transformar la vida a un niño o niña «vulnerable» es casi imposible. «Usted sabe, son chicos que vienen de hogares mal constituidos, con problemas de droga, no es mucho más lo que se puede hacer».
Vulnerabilidad. Esta mágica palabra que ha entrado en todos nuestros documentos y conversaciones es solo un estado, no una condición sine qua non . La tarea del profesor es minimizar esas vulnerabilidades ante las inmensas potencialidades de cada alumno. Es más, la supuesta vulnerabilidad de este debiera convertirse en un mayor desafío.
En ello, Gabriela Mistral, que se educó en una escuela rural de tierra, no se confunde. En sus Pensamientos Pedagógicos (1923) se lee: «Todos los vicios y mezquindades de un pueblo son vicios de sus maestros». «En el progreso o desprestigio de una escuela, todos tenemos parte». «El peor maestro es el maestro con miedo». Casi un siglo después, Alejandro Aravena -nuestro flamante e inquisitivo Premio Pritzker- habla del rol del arquitecto y de la participación. Y precisa -más que para saber la respuesta, para elaborar, entre todos, las preguntas más relevantes-:
¿Acaso todos nuestros alumnos -por sobre la vulnerabilidad más vulnerable de todas- no son capaces de aportar con sus inteligencias múltiples (para nombrar a Howard Gardner que acaba de estar en Chile participando en el III Congreso de Educación donde asistieron casi dos mil profesores) en la generación de las grandes preguntas de nuestra sociedad contemporánea?
Nos urgen profesores muy bien pagados, llenos de conocimientos, ampliamente reconocidos por la sociedad, conscientes de su relevante tarea, con nuevas herramientas pedagógicas, en permanente capacitación y -sobre todo- sin actitudes discriminatorias hacia sus alumnos. Se acabaron las excusas.
Magdalena Piñera
Directora Fundación Futuro


